Otras miradas

El revés de “la trama”

Javier Franzé
Profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid

Quizá no casualmente cuando la crisis de las certezas de la Transición parece llegar a su fin, el discurso que más la cuestionó recurre al concepto de "trama".

Su virtud es mostrar la convergencia oligárquica de los poderes políticos, económicos y mediáticos. Pero el problema no es el qué sino el cómo. La "trama" habla más de las consecuencias que de las causas. Reduce la hegemonía a tráfico de influencias y vínculos familiares. Remite más a personas que a fuerzas sociales. Tiende a mostrar a los actores sociales como autómatas en un laberinto de maquinaciones. Ese imponente friso de intrigas más que movilizar parece desanimar o llamar al escándalo moral.

Pero, sobre todo, dicotomiza la voluntad popular entre un afuera y un adentro del orden dominante que impide explicar cómo una hegemonía integra a las fuerzas subalternas, ni elucidar la compleja tensión entre las identidades políticas sedimentadas y las nuevas por construir. Definir un enemigo no significa que éste se encuentre todo junto al otro lado de esa frontera trazada.

En efecto, si se parte de que hay una trama de vínculos económicos y personales que operan como causa de la dominación ¿cómo explicar el consentimiento social a ese poder? Aquí caben al menos dos posibilidades. O bien esa trama  neutraliza una voluntad popular proto-revolucionaria merced a su infinita capacidad conspirativa y de compra de voluntades, o bien esa voluntad popular no es consciente de su opresión y vive en un engaño que alguien debe desenmascarar. Ambos casos certifican la exterioridad entre subalternidad y hegemonía, la cual determina que toda fuerza política transformadora deberá chocar frontalmente con lo dominante para crear una voluntad política ex nihilo. Como si las identidades políticas que pueden nutrir lo nuevo no formaran parte bajo diversas y complejas formas de lo dominante.

El principal problema que quizá Podemos ha tenido desde su aparición ha sido  cómo explicarse, en general, el vínculo popular con el discurso de la Transición y, en particular, con el partido socialista. Este lazo resulta clave para construir una nueva identidad política, pero a la vez constituye su mayor límite, al reforzar los rasgos clave de las identidades de la Transición: alternancia como vitalidad del eje izquierda-derecha, despolitización, política cupular, etc.

Podemos se acercó a esa comprensión al hablar de un contrato roto por las élites e incluso de la necesidad de una Segunda Transición, pues ambos presuponían un compromiso por ambas partes. Pero se alejó al reeditar la obsesión con el PSOE —sorpasso mediante—, que destilaba una superioridad moral y un resquemor antiguos y doblemente impropios.

El problema no es la literalidad del vínculo entre clases subalternas y Transición (o, mejor, PSOE), sino lo que en él hay de afecto popular por la igualdad política, social y cultural. Ese bagaje es insoslayable para la construcción de un nuevo sujeto político, no por su peso electoral, sino porque la política no es una guerra de movimientos para alcanzar la sala de comandos de El Poder, sino de posiciones por transformar la subjetividad social. Y lo es además para Podemos porque —como antes Izquierda Unida— no es una fuerza rupturista y su programa es, digámoslo así, socialdemócrata de izquierda.

Pero incluso hay algo más relevante: ese vínculo entre sectores populares y Transición/PSOE muestra que las relaciones de fuerza no se dan entre un entramado que tiene todo el poder y una masa huérfana que no tiene nada. Ese consenso al proyecto de la Transición muestra además el poder relativo de los sectores populares, las posiciones que ya han ganado, y no su minoría de edad. En definitiva, que la diferencia de poder no determina que la política se resuelva exclusivamente en lo alto, sin consentimiento popular. No casualmente, tal vez las últimas cartas para volver a conmover las certezas de la Transición se vayan a jugar en Cataluña y en las internas... del PSOE. Es decir, en lo viejo.

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