Otras miradas

Con “ejones”

José Francisco Mendi
Psicólogo y miembro del Colectivo Espacio Abierto

Un perdedor no es un derrotado. El que pierde sabe que aún no tiene los apoyos suficientes para impulsar sus ideas. En cambio, los derrotados son quienes dejan de luchar porque se dan por vencidos.  Este concepto lo interpretó, y lo explotó comercialmente, de una manera magistral Adolfo Domínguez. Los pliegues de la ropa suponían la claudicación de los estilizados trajes de los años 80. Pero este artífice de la moda hizo de la derrota del lino frente al ajetreo de la realidad, la mayor victoria de la moda española. Transformó un supuesto defecto en una marca que hoy todavía perdura: "la arruga es bella".

Los buenos vencedores quieren ganar a sus adversarios pero no desean convertirlos en derrotados. Y los dignos perdedores saben administrar sus derrotas  para aprender y transformarlas en victorias más adelante y, al menos, nunca se convierten en derrotados. Sin duda este arte es mucho más fácil desarrollarlo en el ámbito textil que en una política que reúne muchas más fosas de derrotados que derrotas. La derecha española supo transmutar la derrota de las elecciones generales de diciembre de 2015 en una victoria que hoy mantiene a Mariano Rajoy en La Moncloa. Para ello ha sembrado de derrotas y derrotados... ¡a su izquierda! Consiguió que el bloque progresista no se pusiera de acuerdo en una alternativa. El partido de Pablo Iglesias prefirió no hacer presidente a Pedro Sánchez antes que arriesgarse a ver de nuevo al PP al frente de España, como así ha sido. Cierto que el PSOE coqueteó, previamente, con demasiada cercanía con Rivera hasta el punto de no favorecer demasiado el acuerdo conjunto frente a los "populares". Finalmente se repitieron las elecciones y el PSOE facilitó el actual gobierno de Rajoy. Todo un "museo de los horrores", y errores, de una izquierda llena de derrotas y derrotados. Los primeros que hemos sufrido estas consecuencias tan desastrosas somos los votantes de izquierda que hemos visto truncado nuestro deseo, expresado en votos, de articular una mayoría alternativa. Algo que era imprescindible para mejorar las expectativas ciudadanas y sociales frente a la oscura etapa de recortes que ha dirigido la derecha política y económica que rige nuestro país y controla la Unión Europea.

En este escenario de derrotas tienen especial relevancia para la izquierda dos nombres  que han sufrido en sus carnes, políticas y personales, el fragor de la batalla. Son Íñigo Errejón y  Sánchez Castejón. Los "ejones", como les llamo yo sin su permiso (disculpas a los aludidos). Viendo y analizando sus propuestas no tengo la más mínima duda de que representan un espacio de nueva socialdemocracia. Sigo empeñado en llamarla "euro democracia social". Y  sus contenidos pueden y deben articular el necesario rearme ideológico de la izquierda en los próximos años. Siendo coherente con el discurso de este artículo es evidente que la socialdemocracia, al menos como la hemos conocido en su esplendor de finales del siglo pasado, ha sido doblegada por la derecha desde dentro de la propia socialdemocracia. Su incapacidad de elaborar nuevas respuestas, su estrategia de adaptación a la  nueva derecha antieuropea y su bajo perfil ante los retos políticos que plantean las nuevas generaciones en la Red y en la calle, han supuesto una derrota brutal. Pero la socialdemocracia no es una ideología derrotada. Las respuestas ciudadanas que en Europa y en el mundo buscan nuevos caminos, propuestas, formas de participación y liderazgos en el marco de este entorno ideológico demuestran que la necesidad  de ese espacio ciudadano está muy viva. Por supuesto esto implica un marco de colaboración no excluyente en el seno de la izquierda y, a la vez, una confrontación con la derecha que sea capaz de articular una alternativa con capacidad de gestión hacia la ciudadanía.

Ni Pedro Sánchez ni Íñigo Errejón son unos derrotados por muchas pérdidas que hayan sufrido. El debate ideológico que suscitó el líder de Podemos está cargado de transformación pragmática que acercaba la posibilidad  de disfrutar, desde las instituciones,  placeres del cielo en la tierra. Por otra parte el que fuera secretario general del PSOE se ha convertido en el líder político con mayor capacidad de movilización ciudadana actuando simplemente como candidato de una parte de su formación a la dirección de su partido. Son dos ejemplos diversos y complementarios de activación social en tiempos de crisis para la izquierda. Y como seguro que estas líneas serán utilizadas en su contra por quienes les quieren convertir en derrotados, aclararé que es buena la coexistencia de espacios diferenciados en la izquierda. Pero de colaboración desde la pluralidad y no de confrontación por la supremacía de uno frente al otro. Si no fuera así a uno le quedaría la sospecha de que Pablo Iglesias estaría "encantado" de la victoria de Susana Díaz. Como lo estuvo del apoyo del PSOE a Rajoy para que se "olvidara" su responsabilidad en no preferir a Sánchez antes que a Rajoy. Al lado, y mirando de reojo, daba la sensación de que a la actual dirección provisional del PSOE  le venía bien la victoria de un "puro" Pablo Iglesias. De este modo se alejaba de la realidad del posible cambio a través de acuerdos con los socialistas a  votantes de Podemos con la esperanza del regreso "pródigo" de una parte de su electorado. Aunque al final el único encantado de verdad, consigo mismo, fue el propio Rajoy que tuvo que deshacer las maletas que ya tenía preparadas tras los resultados de diciembre de 2015.

Por eso estamos en un momento de reflexión y oportunidades tras la frustración de las últimas, y repetidas, elecciones generales. Caben dos caminos. El primero, el de la insistencia en los errores del pasado que mantenga, refuerce y traslade con mayor virulencia en Comunidades Autónomas y Ayuntamientos la confrontación en la izquierda. Preparando así un escenario de desencuentro para el año 2019 trasladable a unas elecciones generales sean en 2020 o en una anticipación de las mismas. Un segundo itinerario, más difícil y comprometido pero más enriquecedor para la izquierda es el de ir desbrozando los nudos gordianos de la izquierda sin necesidad de espada.  En definitiva, acercar posiciones en los ámbitos locales y, con independencia de quién ostenta la máxima responsabilidad en cada formación de la izquierda, tender puentes de diálogo y compromiso común. Por cierto ¿qué tal si comenzamos por Murcia?  Así que si somos tan buenos contra nosotros mismos ¿por qué no somos capaces de dar un disgusto a la derecha? Y sobre todo de darnos un "gustazo" como ciudadanos. Quizás en estos momentos de confrontación interna en los partidos de izquierda, lo veamos con mayor preocupación quienes no tenemos carné de militante pero seguimos teniendo en nuestro ADN carné transformador. Con responsabilidad trabajemos juntos por el acuerdo, en colaboración y hacia un nuevo proyecto de socialdemocracia española y europea. Por necesidad, por convicción y con muchas y muchos "ejones". Además ¡qué narices! por muy rico que sea Amancio Ortega yo prefiero el romanticismo de Adolfo Domínguez porque la izquierda también es bella.

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