Otras miradas

Ojalá que llueva parné

Máximo Pradera

Máximo Pradera

Las dos ideas–basura más queridas y repetidas hasta la saciedad por la derecha española son la presunción de inocencia y el goteo económico hacia abajo. Como no hay debate político en este país en el que no afloren una u otra, me quiero detener a comentarlas por extenso.

La presunción de inocencia no es más que una regla del proceso penal (una buena regla, todo hay que decirlo), según la cual, cuando a uno le acusan de un delito, la carga de la prueba la tiene el fiscal. ¿Vd. cree que yo he robado? Demuéstrelo. Eso es todo.

Pretender aplicar una norma del proceso penal a otro tipo de juego es tan ridículo como intentar forzar una regla de la Oca en el Parchís. En la Oca tenemos lo de de oca a oca y tiro porque me toca. ¿Se imaginan a un jugador de parchís diciendo, al caer en un puente, avanzo veinte porque me lleva la corriente? El resto de jugadores no solo no lo permitiría, sino que pensaría, con razón, que el tipo es un enajenado mental. Pues bien, cada vez que pillan a un corrupto con las manos en la masa y el político de turno dice eso de le ampara la presunción de inocencia, está intentando aplicar las reglas del proceso penal al juego político, donde la regla que impera, desde que César repudió a la honestísima Pompeya por no parecerlo, es la presunción de indecencia. Cada vez que la prensa o la fiscalía le descubren un trapo sucio a un político en activo, ese individuo (señor o señora) es un indecente hasta que él mismo no demuestre lo contrario.

Demostrar tu decencia significa convocar una conferencia de prensa y ofrecer explicaciones convincentes a la opinión pública. Convicentes. No basta, como hizo el Director General de Tráfico, con la mera aparición ante los medios, en modo sevillano campechano. Los periodistas, que son en la práctica, el Cuarto Poder del Estado, tienen que quedar convencidos de que lo que dice es verdad y de que no hay contradicciones en su relato. Si el Gregorio Serrano de turno no logra disipar las sospechas de indecencia, debe dimitir. Esa es la regla en política desde el tiempo de los romanos, que es ignorada sistemáticamente incluso por aquellos que, como el Presidente de Murcia, acceden al poder prometiendo que la van a respetar.

La otra idea–basura a la que la derecha se aferra cual garrapata a perro callejero es que, si en época de crisis, conseguimos que los ricos sean aún más ricos, sus millones acabarán deslizándose hacia abajo por desbordamiento, como si fuera champán en esas torres de copas que solemos hacer por Navidad. Los neoliberales llaman a esta falacia económica, que arrasó durante la época de Ronald Reagan, goteo hacia abajo.

Los españoles hemos comprado la teoría del goteo con tanto entusiasmo que seguimos votando en masa a un partido que roba a manos llenas en el convencimiento de que algunas migajas del botín acabarán, por pura gravedad, dentro de nuestra boca. Al fin y al cabo, el corrupto que se lo lleva muerto para construirse un chalet de puta madre, tendrá que emplear albañiles, electricistas, fontaneros ¿no? Y esos somos nosotros, y por eso les votamos. En nuestro obtuso cortoplacismo, no nos damos cuenta de que si lo que acaba en nuestros bolsillos es el dinero de la corrupción, terminaremos devolviéndolo más pronto que tarde en forma de impuestos, porque los sobrecostes que generan el Marianismo  (o el Felipismo, hace unos años) acaban vaciando las arcas del estado.

Cuando Rajoy afirma muy ufano, como hizo en Valencia, que ya hemos salido de la indigencia, quiere decir que ya hemos hecho más ricos a los ricos y que nosotros, los contribuyentes, los pringaos de la clase media, solo tenemos que abrir la boca, para ir libando poco a poco las gotas de miel que rezuman de las compañías eléctricas. Gracias a los privilegios que les conceden nuestros políticos puertagiratorios, sus panales de beneficios están, ahora mismo, a punto de reventar.

Como Podemos es un partido estalinista que quiere abolir la propiedad privada y no es alternativa (modo irónico ON), hagamos caso a nuestro caudillo neoliberal.

Todos en modo Juan Luis Guerra, mirando al cielo, boquiabiertos,  y cantando, henchidos de jubilosa fe en el goteo económico:

 

Ojalá que llueva

parné en España

que caiga ya el dinero

de Rajoy Brey

Ooooh, ohhh, oooh-oh-oh,

ojalá que llueva parné.

 

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