Otras miradas

Las preguntas que no hice a Gabriel Rufián

Marta Nebot

Periodista

Marta Nebot
Periodista

 

El fin de semana pasado estuve en el Sábado Deluxe de Telecinco haciendo una presunta entrevista a Gabriel Rufián, presentado como "el enfant terrible" de la política española.

Llevo años –desde que llegó– entrevistándole a las puertas del Congreso, casi siempre preguntándole por PPPSOE – más protagonista diario que ellos– y seleccionando sus respuestas por contundentes, llamativas y cortas. Sus intervenciones muchas veces son el complemento perfecto para mis selecciones de respuestas porque completan las justificaciones y ataques mutuos del bipartidismo, con un lenguaje más callejero y certero, menos sospechoso por ajeno a sus trifulcas, más faltón incluso, que pone titulares a lo que muchos ciudadanos, informados o no, están pensando.

Desde la primera vez que le puse el micrófono supe que tenía madera de estrella y él sabe que no le oculté lo que pensaba. Le jaleé incluso. Me parece divertido y creo que es sano que un David lance alguna piedra dialéctica contra Goliat dentro de los salones de palacio, donde no se tiran piedras sino munición mucho más pesada, vestida de protocolos impecables y decoros de manual.

Sin embargo, más allá de la simpatía mútua –creo–, la entrevista no me gustó nada.

Después de que llamara a Pujol "capo", demostrando que también podía ser muy valiente con alguien que ya no pinta nada, intenté que se atreviera con el acuerdo de gGobierno que Esquerra tiene con la antigua Convergència, un partido que carga con la sospecha del 3% desde 2005. Quería saber si la corrupción del PP les parece intolerable y la de Convergència no tanto. Yo quería preguntarle si no le parece sospechoso el independentismo repentino de un partido que nunca lo fue y que se ha convertido a la nueva religión al borde del precipicio electoral (en 2010 tenía 62 escaños, 50 en 2012, 30 en 2016 en coalición con ERC, la gran favorita, y en las últimas legislativas cuarta fuerza política por detrás del PSC).

Yo quería que contestara a si por la independencia cualquier cosa incluso en contra de la mayoría catalana como dice el último barómetro del Centro de’Estudis de’Opinió, de la Generalitat de Cataluña –lo que viene a ser su CIS–, y que, por lo tanto, si lleva cocina la lleva al gusto de su paladar. Su barómetro de marzo dijo claramente que el independentismo afloja, que si se votara mañana perdería la mayoría absoluta en su Parlamento, que Junts pel Sí perdería 4 escaños y la CUP, otros 2.

Yo quería saber por qué cree que se está desinflando su globo y si cree que la lluvia de piedras les puede ayudar a remontar el vuelo. Si no le parece arriesgado el órdago que no para de soltar últimamente:  Mariano, "nos veremos en las urnas".  Yo quería que nos contara, que nos descubriera sus porqués, entender algo más. Pero no llegamos a nada de eso. Gabriel venía con la escopeta cargada y el cinco contra uno no debe dar paz de espíritu para responder sin armas.

Éramos cinco entrevistadores:  Antonio Naranjo, Pilar Rahola, Luis Herrero, Nieves Herrero y una servidora. Hubo dos turnos de preguntas para cada uno y fueron pocas las que no se convirtieron en alegatos, por ambos frentes, a favor o en contra de grandes temas (el Rey, Zara, Convergència...). El popurrí de discursos fue bestial. Supongo que de audiencia fue muy bien. Vistoso fue, y mucho, pero no creo que descubriéramos nada nuevo de Gabriel más allá de que le gusta el Ave María de David Bisbal.

En mi segundo turno, decidí recordarle una frase suya: "Quiero ganar una guerra, ochenta años después, desde la trinchera de una comisión de investigación". ¿Usted viene al Congreso a hacer la guerra?, le dije. Sé que la pregunta era provocadora. La tele buena siempre lo es. Pero nunca pensé que Rufián no me sabría interpretar.

No era una crítica. Yo quería que me contara cuál es su guerra, por qué cree que tiene que tirar las piedras que tira. Quería que confesara lo obvio: que no cree que las comisiones de investigación sirvan para nada y que con su ataque frontal a De Alfonso, lo que pretendía era llamar poderosamente la atención sobre la desfachatez palpable del pelota que desnudaron las grabaciones que este periódico descubrió y todos hemos escuchado. Bueno, todos menos De Alfonso y el ministro, que al parecer, anduvieron faltos de tiempo para, antes de comparecer en la comisión de investigación sobre este asunto, escuchar la principal prueba de esta investigación.

Gabriel despreció mi pregunta, como ya había despreciado la primera. Me acusó de sesgarla por no contar que la dijo respondiendo al ministro, insinuó malas intenciones por mi parte con su ironía de brocha gorda:  "Se te olvida". Y no, no se me olvidaba, simplemente no quería poner en eso el acento. Esta vez no hablábamos del ministro que ya sabemos quién es y cómo se las gasta. Hablábamos de ti, Gabriel. Y de tus batallas.

Gabriel no vino a explicarse, a contarse, vino a demostrar que el título de enfant terrible es merecido. Y sin rival y, al parecer, consiguió lo que quería. En las redes sociales hoy le siguen jaleando la gesta del sábado, aunque dudo que su actuación haya hecho ganar un voto más a su causa. Es probable que haya entusiasmado a los hooligans, que en todos los bandos hay. Pero no creo que haya convencido a nadie con argumentos porque muchos argumentos no dio y nuevos ninguno.

A mí, la caverna nacionalista –que también la hay– lleva desde entonces machacándome en las redes por "vendida" y "manipuladora" y me igualan a Eduardo Inda. Yo, que he defendido desde el principio y hasta al final, el derecho a decidir de los catalanes, que intento con todas mis fuerzas no tener bando, no ser de nadie más que de mi padre y de mi madre y de lo que veo, me veo en éstas.

Resumiendo: Qué pena que nos acabemos dando bofetadas dialécticas, incluso los que supuestamente nos entendemos, al fragor de los focos. Qué pena.

 

 

 

 

 

 

 

Más Noticias