Otras miradas

Sobre desarmes y relatos

Sergio Campo Lladó

Responsable de discurso y política vasca de Podemos Euskadi

Ha pasado el 8 de abril, el esperado desarme se ha producido. Es evidente que no es como muchos de nosotros deseábamos, sin embargo, es el que ha sido y no tiene sentido ya debatir si éste era el que imaginábamos o no. Lo que sí corresponde es ponerlo en relación con una cuestión que lleva sobrevolando desde hace ya un largo tiempo toda iniciativa en el ámbito de la paz y de la convivencia: el relato.

Fue la disputa por ese relato, la pugna por imponer una determinada narrativa del final de décadas de violencia, lo que hizo que este desarme haya llegado tan tarde. Por un lado, ETA trataba de endosar su responsabilidad a los Estados. Por otro, los Estados, y particularmente el Gobierno español, no asumió el deber político de facilitar que este desarme se produjera cuanto antes y con las mayores garantías de seguridad. Por unos y otros, este desarme ha conocido demoras injustificables, dolores dilatados en el tiempo, momentos ridículos y riesgos innecesarios. De ningún modo igualamos a unos y otros, pues como ya hemos dicho en repetidas ocasiones, la responsabilidad única y exclusiva de desarmarse era de ETA, es decir, de quien se hizo con las armas.

Decíamos que ha llegado tarde este desarme, pero no porque hayan pasado cinco años sino porque han sido más de cinco décadas de sufrimiento inútil, injusto e injustificado. Y es que el único relato que hoy la sociedad vasca está en condiciones de compartir es uno de carácter ético. Un relato que siembre garantías de no repetición en un futuro y que pasa necesariamente por la deslegitimación de la violencia como recurso para la gestión de cualquier conflicto.

La teoría del "conflicto vasco" que todo lo explicaba decayó hace tiempo. Como nos enseñó Imanol Zubero, han sido muchos y variados los conflictos de nuestra sociedad. Los ha habido de carácter político, social, medioambiental, identitario... y, sobre todo, uno ético vinculado al uso de la violencia para enfrentar los anteriores. Y es este último conflicto el que tenemos el deber y la responsabilidad de enfrentar colectivamente con una respuesta compartida. Que por compartida no renuncie a ser veraz, rigurosa y comprometida. Un dato: según el DeustoBarómetro el único aspecto en materia de paz que logra un amplísimo respaldo social (85%) a lo largo de toda la serie histórica del estudio (2013-2016), es que "en ningún caso se puede justificar la violencia para alcanzar fines políticos".

Somos conscientes de que la de ETA no ha sido la única violencia. Pero, por razones obvias, hoy toca hablar de ella. Y toca señalar que ni tan siquiera el desarme concluye con la entrega de las armas. Johan Galtung diferenció en su "triángulo de la violencia" las dimensiones directa, estructural y cultural. Es evidente que en nuestro país la violencia de ETA ha tenido una dimensión directa durísima. Han sido cerca de 850 víctimas mortales y miles de personas heridas, pero también hubo una violencia cultural. Si tomamos como hito la ponencia oldartzen y la estrategia de "socialización del sufrimiento", más de 13.000 personas fueron amenazadas y extorsionadas. Esta violencia empapó el día a día, lo cotidiano de la convivencia hasta fracturarla en muchos casos. Esa violencia tenía que ver con la palabra, con gestos, con actitudes y comportamientos. Esa otra violencia también hay que desarmarla. Esa otra violencia también tenemos que deslegitimarla. Desmontar esa violencia más sutil, menos evidente, pero igualmente dañina, es tan importante o más que haber quitado de circulación cientos de armas y toneladas de explosivos.

Hay que reconocer que el pasado 8 de abril se realizó un desarme alejado de una exhibición armamentística que hubiera revivido el sufrimiento de las víctimas. Las armas como tal no han tenido el protagonismo. Este desarme unilateral no ha tenido contrapartidas. Ni tan siquiera ETA ha gozado de ningún agradecimiento o reconocimiento por abandonar las armas -y esto es una muestra de la no pocas veces minusvalorada conciencia ciudadana-. Frente a la retórica hiriente del comunicado de la semana pasada, la voluntad mayoritaria de la sociedad vasca ha puesto a ETA en su lugar. Nadie tomó las armas en nombre del pueblo vasco y, por contra, la banda terrorista sí las mantuvo contra la voluntad mayoritaria de esta sociedad.

Algunos han intentado vender este sábado que el proceso de construcción de paz poco menos que recomenzaba gracias a un nuevo gesto de ETA. Nada más lejos de la realidad y nada más alejado de la percepción mayoritaria de la sociedad vasca. El proceso de construcción de la paz no nació con la declaración de cese de la violencia, comenzó con la sociedad civil; comenzó cuando partidos como el PCE-EPK comenzaron a finales de los 70 a convocar movilizaciones ciudadanas ante cada atentado; comenzó cuando colectivos como Gesto por la Paz -y otros antes- se movilizaron ante cada atentado del GAL, del BVE, de ETA o contra la tortura y el alejamiento de las personas presas. También con Lokarri, Gernika Gogoratuz y otros colectivos sociales. Este sábado otra parte de la sociedad civil ha tomado el relevo para continuar este proceso. Un proceso que no acabará con una entrega de armas, ni con la disolución ineludible de ETA, ni con un acercamiento de presos, aun siendo hitos sobresalientes.

Finalizará cuando el conjunto de la sociedad vasca y cada rincón de nuestra tierra estén absolutamente empapados de una radical cultura de paz y de derechos humanos que haga impensable que la violencia sea concebida como un recurso para gestionar ningún conflicto, sea del tipo que sea y la ejerza quien la ejerza. Finalizará cuando hayamos sido capaces de asentar una convivencia plenamente democrática en Euskadi. Cuando la pluralidad política e identitaria de nuestra sociedad, intrínseca al hecho de ser vasco, sea reconocida como algo positivo por todos y todas.

Queremos terminar expresando el compromiso de Podemos Euskadi para seguir avanzando hacia la paz y la convivencia. No vamos a escatimar esfuerzos: dialogaremos y llegaremos a todos los acuerdos que sean necesarios para hacerlo posible. Y lo haremos teniendo siempre como principios los derechos humanos, y la dignidad y derechos de todas las víctimas.

 

 

 

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