Otras miradas

Antifascismo y neoliberalismo: ante la segunda vuelta en Francia

Javier Franzé

Profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid

Javier Franzé
Profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid

Desde que se conocieron los resultados de la primera vuelta francesa, ha ido tomando forma un discurso que examina minuciosamente la posición de cierta izquierda —como la que representa Mélenchon— para ver si llama a votar por Macron, pues ésta sería la única y excluyente postura antifascista.

Una posición antifascista coherente debe votar en el ballotage por Macron contra Le Pen. No debe abstenerse, ni votar en blanco o nulo. Un mérito del ballotage es poner al votante ante la principal exigencia de la ética política, según la describió Max Weber: responsabilizarse de las consecuencias de las decisiones. Esto es, no sólo pensar en la defensa de unos valores, sino en examinar si esas decisiones que se toman para promover esos valores conducen efectivamente a que éstos se plasmen o a lo contrario, como muchas veces sucede. El auténtico apego a unos valores se demuestra calculando las consecuencias que en un contexto determinado una decisión inspirada en ellos presumiblemente tendrá.

Lo que está en juego en estas elecciones francesas es el antifascismo, entendido como evitación de la xenofobia, del racismo, del antisemitismo, de la islamofobia, y como rechazo del nacionalismo esencialista y tradicionalista. Es lo que históricamente viene representado el Frente Nacional.

Sin embargo, precisamente porque el antifascismo es algo serio, que va más allá de una elección en tanto pone en juego los valores de la democracia, la posición de aquellos que se ponen tan exigentes con Mélenchon no resulta, en términos de ética de la responsabilidad, coherentemente antifascista. Porque la cuestión inmediata es la segunda vuelta, pero el problema no termina allí, como parece sostener esta posición. Más bien, tal como está planteada la situación, o bien el drama se inicia inmediatamente —en caso que triunfe Le Pen—, o bien recomenzará a plantearse —si gana Macron—, pues su política neoliberal, de corrosión del contrato social, exclusión de un tercio de la sociedad, precarización laboral, despolitización antidemocrática de las decisiones y  consagración del éxito en el mercado como modelo de vida, es el caldo de cultivo del retorno del fascismo. Ya no puede decirse, como en 2002, que se está ante la excepción francesa: el Brexit, Trump y ahora otra vez Le Pen vienen a corroborar que el neoliberalismo es el huevo de la serpiente fascista.

Una posición que se tome en serio el antifascismo no puede presentar todo el problema centrado en una elección y por tanto reducir la discusión al voto por Macron. Porque incluso si éste representara una garantía de freno al fascismo, el crecimiento del lepenismo debería despertar una preocupación sincera entre los demócratas que impidiera limitar el debate al sufragio. En cambio, lo que vemos —en el mejor de los casos— es una postura de ética de los principios que, paradójicamente, exige ética de la responsabilidad a los que no comparten su posición.

La segunda vuelta francesa es una elección entre dos derechas duras, extremas, radicales: una neoliberal y otra fascista. Una es causa y la otra consecuencia de un mismo proceso, el ciclo neoliberalismo-fascismo. Elegir la causa en lugar de la consecuencia trae el beneficio de ganar tiempo. Una posición consecuentemente antifascista debería entonces decir cómo aprovechará ese tiempo que se gana. Llamar "centrista" a Macron o atribuir "la crisis" a "la decadencia de los partidos tradicionales" no parece garantizar el único objetivo antifascista posible: luchar contra el programa neoliberal del propio Macron. Esto es, contra las causas del auge fascista, no sólo contra sus consecuencias.

Los demócratas europeos, defensores del liberalismo político saben —a menos que abrazar el liberalismo económico les haya hecho retroceder un siglo— que la Europa de la segunda posguerra se edificó contra las consecuencias sociales del "libre mercado", que el fascismo supo aprovechar. Por eso esa Europa construyó un Estado social capaz de dar sentido de pertenencia y contención a todos los sectores sociales. Eso que el neoliberalismo viene destruyendo desde al menos treinta años.

Más Noticias