Otras miradas

Resucitar entre los vivos: resurrection fest

Victor Sampedro Blanco

Víctor Sampedro Blanco

A la gente le extraña que en mi pueblo se celebre el que fue galardonado el mejor festival de música de "gran formato" de la Península. Eso dictaminó un jurado internacional el año pasado, tras descubrir dónde quedaba Viveiro en el mapa. Aquí, en la Mariña lucense, sin llegar a sumar 10.000 vecinos, vamos a hospedar a 80.000 jevis, harcoretas, punks y metaleros. Una marea negra que no es de fueloil. El vertido anual del Resurrection Fest tiene color de combustible fósil, pero es marea viva. Carburante para resucitar de entre los vivos.

Los paisanos toman cuncas de vino. Y recuncan, mientras ven llegar la galerna con los ojos semi-cerrados y la sonrisa entreabierta. "Nunca choveu, que non parara". Exhiben retranca: la actitud de quienes están de vuelta cuando tú aún vas. Ironía fina que cala como orballo, lluvia oblicua que empapa con retraso. Un estilo crítico tan refinado que sabe a elogio con retrogusto ácido.

No es que en Viveiro estemos de vuelta de todo. Pero casi, porque aquí apreciamos el valor de la máscara. Nos disfrazamos a la menor ocasión. Aquí hay quien se viste de romano para actuar primero en el Carnaval, luego en las procesiones de Semana Santa y también en el Fin de Semana Renacentista. Un mismo fulano hace de Golfus de Roma, legionario de Poncio Pilatos  y ciudadano de Roma que, mientras habla por el móvil, toca el tambor persiguiendo a las doncellas de la corte de Carlos V.

El Emperador desembarcó aquí, le hicimos una puerta conmemorativa y ahora, antes del "Resu", se le celebra con un mercadillo trashistórico. Estamos más allá de la historia. La trascendemos, interpretándola. Mi pueblo tiene los carnavales más tropicales, la Semana Santa más castellana, el mercado renacentista más trapalleiro de Galicia... y el festival de música más bestia del planeta.

La Mariña lucense es muy hardcore, muy de núcleo duro. Lo son los marineros de Celeiro, que a medias con Viveiro, se reparte los decibelios del "Resu". A mitad de camino, le pusieron el nombre de mi abuelo a la plaza donde se celebra el Resurrection Fest. Francisco Sampedro Galdo fue médico de ambos lugares y ejerció como tal con un solo brazo. El otro se lo amputó un cirujano amigo, que cortó donde él señaló. Muy arriba, más de lo requerido por una afección provocada por los rayos X: por usarlos sin protección, como en la enfermería de un frente de batalla.

En Viveiro nació Maruja Mallo, que en sus últimos años pintó una cosmogonía tan lisérgica que los gurús de la Movida fueron incapaces de reconocer como propia. La "sinsombrero" de Mallo vivió aquí su primera infancia, como el poeta Carlos Oroza, el único beatnik en español reconocido por Allen Ginsberg.

Para frikis, los de mi pueblo. La mujer-marisco merecería ver tatuados sus seres mí(s)ticos en la piel de quienes nos visitan ahora. El vate psicodélico, habiendo grabado sus poemas con guitarras ácidas en la Ibiza de los 70, estaría dispuesto a telonear a Ramstein (cabeza de cartel de este año) si aún viviese. Aunque nadie los recuerde, la pintora y el poeta bailarán pogo sobre nosotros cuando caigamos exhaustos.

Hoy 5 de julio, Soziedad Alkolica y Sepultura levantarán el muro de sonido del Resurrection. Sin censuras ni fanfarrias. Con rabia y contundencia, bien gestionadas. Cortando por lo sano, como mi abuelo. Frente a las murallas contra el extranjero, una cortina de humo protegerá del 6 al 8 de julio a quien busque refugio. Aquí encontrará un dique a la intolerancia, un puerto de abrigo para la heterodoxia. Y, sin saberlo, celebrará el homenaje que los rapaces más espabilados le hicieron a un alcalde, Melchor Roel, que adoraba a ACDC.

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