Otras miradas

Regularizar el trabajo sexual desde un enfoque de derechos humanos

Glenys De Jesus Checo

Glenys De Jesús Checo

El debate sobre la prostitución (prohibirla o regularla) no parece terminar nunca. Sin embargo, en los últimos años tengo la impresión de que los grupos que abogan por la abolición con medidas tales como el castigo a los clientes, son las únicas que se escuchan o las que más se escuchan. Esta impresión mía contrasta con el mayor nivel de organización que tiene hoy en día el movimiento por los derechos de las y los trabajadores del sexo en todo el mundo. Esta disparidad me ha llevado a escribir estas breves reflexiones sobre el tema.

Primero, tengo la necesidad de sacar mi bandera, soy feminista. Hago esta declaración de entrada porque es importante para afirmar que no todo el feminismo es abolicionista/prohibicionista. Cuando se habla en términos absolutos afirmando que la posición feminista es el abolicionismo se calla de manera interesada a las voces feministas que sostenemos una posición contraria, sembrando la confusión y la desinformación.

La sociedad capitalista contemporánea se caracteriza de forma notable por su comercialización del sexo. El sexo es un producto de venta, prostitución, juguetes sexuales, pornografía, terapias sexuales de todo tipo, entre otras y; al mismo tiempo sirve para vender de todo: hamburguesas, zapatillas, libros. No obstante, se extrae de este mercado a la prostitución como elemento singular que debe ser erradicado.  A esto se une que el concepto mismo de prostitución se encuentra en disputa e incluso se debate qué cuenta como prostitución y qué no. No está nada claro, por lo que determinar qué se prohíbe tampoco lo está. Todo esto hace muy difícil eliminar la sospecha de que a la base se encuentren posiciones moralistas vestidas de interés social en la demolición del patriarcado.

La prostitución es un fenómeno social complejo y multidimensional que debe ser analizado desde un enfoque interseccional que tome en cuenta el sexo, la raza, la etnia, la nacionalidad, la orientación sexual, la identidad de género, la edad, entre otras dimensiones. Los análisis y aproximaciones que ven a la prostitución como una opresión patriarcal fundamentada solo y únicamente en el género, sobre simplifican, otra vez, de forma interesada. Es simple binarismo de género.

A pesar de esto, vamos a aceptar por un momento el argumento de que la prostitución es simple violencia de género contra las mujeres, de tal manera que hay que luchar contra el fenómeno pero con solidaridad hacia las víctimas.  Lo primero que llama la atención es que existen muchas formas de explotación y violencia dentro del capitalismo que afectan de forma mayoritaria a las mujeres y sin embargo es en la lucha contra la explotación sexual en donde todos los esfuerzos se centran. La explotación en la agricultura, la minería, la industria y el servicio doméstico, son tan despiadadas y violentas como las que ocurren en la prostitución;  también se cruzan con la trata de seres humanos y se caracterizan por su feminización. Pero, de forma sorprendente no reciben la misma atención mediática o teórica y es que, el sexo, vende. Lo segundo es que ninguna de estas posiciones propone medidas concretas para operativizar esta solidaridad que no sea el rescate de las "víctimas" subordinadas o arrepentidas para recolocarlas en un lugar de subordinación capitalista-patriarcal.

Lo que me lleva a aclarar que prostitución y trata no son lo mismo. Repito, no son lo mismo, la trata es un delito grave. Confundir ambos términos y mezclarlos en el debate lo inunda de confusión y sirve de arma para acallar las voces del movimiento por los derechos de quienes ejercen trabajo sexual. De manera más dolorosa, la clandestinidad de la prostitución  dificulta la lucha contra las mafias de la trata.

Las posiciones que abogan por la abolición de la prostitución junto a la solidaridad para con las víctimas eliminan, ignoran y entierran en el olvido las voces de las(os) trabajadoras(es) del sexo, sus formas de resistencia y lucha y sus demandas. Es decir, suprimen su autonomía. La justificación es la idea de que no existen prostitutas sino mujeres prostituidas, es decir, mujeres que no han consentido libremente a la prostitución sino que se ven obligadas a la prostitución. Ahora, si bien no es posible negar que la prostitución es de forma mayoritaria una vía de supervivencia y un trabajo escogido como mal menor y no como opción predilecta, las dificultades de la elección  no pueden servir de base para perpetuar la criminalización (de facto o legalmente reconocida). Todo lo contrario. La falta de opciones que nuestras sociedades  dan  a ciertos grupos de personas, por ejemplo a la población trans, debería llevarnos a modificar las estructuras que perpetúan la desigualdad y trabajar a favor de crear condiciones que impidan la exclusión, no llevarnos a tomar medidas que imposibiliten la búsqueda de una vida digna y eliminen la capacidad de agencia.  El trabajo sexual, desde esta óptica, es una vía válida de resistencia dentro de un sistema patriarcal, clasista, capitalisa, heteronormativo y racista.

No incluir la prostitución como una forma de trabajo dentro del mercado laboral normalizado, perpetúa el estigma, la violencia y la explotación. Las y los trabajadores del sexo han sido reconocidos como uno de los grupos más vulnerables del mundo frente a la violencia privada y la violencia estatal. Esta vulnerabilidad no viene dada por el trabajo sexual, sino por las condiciones de exclusión en que se ven obligadas(os) a realizarlo. Es la falta de protección estatal la que cataliza la violencia al colocar a los trabajadores sexuales en los márgenes de la ley, del mercado laboral y de la sociedad normalizada.

En sociedades basadas en el respeto por la dignidad y los derechos humanos es imperdonable que sigamos ignorando y peor aún, justificando que se violen de manera sistemática los derechos más fundamentales. Pero no cualquier regulación es válida, sólo un enfoque pro-derechos ofrece las máximas garantías laborales, sociales, económicas y jurídicas, como bien sostiene el movimiento por los derechos de las trabajadoras(es) del sexo.  En este sentido, las voces de las personas que viven del trabajo sexual son las voces legítimas en esta discusión y señalan cómo, de no tomarse medidas adecuadas, la regularización puede servir para reforzar aún más la subordinación de las personas en la prostitución  o, para alcanzar otros fines como el control migratorio a través de la persecución de las y los trabajadores migrantes en situación administrativa irregular. Pero, en cualquier caso,  la inclusión del trabajo sexual en el mercado laboral es una las demandas por la dignidad más relevante de nuestro tiempo y no debe ser silenciada. La vida de muchas personas depende de esto.

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