Otras miradas

La actitud ante la socialdemocracia

Antonio Antón

Antonio Antón

Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

 

Las tendencias ambivalentes de la socialdemocracia demandan a las fuerzas de cambio de progreso la necesidad de una actitud doble de crítica y colaboración, no siempre clara o fácil.

Incluso con la dirección del nuevo PSOE, más distanciada de la derecha, no solo existe un problema de inconsistencia en su determinación de defender a las capas populares o construir una voluntad unitaria de cambio de progreso. La dificultad real para una competencia leal y democrática es que hay una posición socialista ambivalente, de tal forma que pertenece al mismo tiempo al campo de los aliados y al campo de los adversarios, al del cambio de progreso y al de continuismo estratégico. Todavía no se ha definido por una alianza de progreso y cambio sustantivo.

Por un lado, se puede y se debe fortalecer la colaboración práctica entre ambas partes; hay intereses comunes. Por otro lado, la competencia o la crítica se basan en fuertes raíces e intereses contrapuestos y debe regularse. Es difícil que la competencia sea virtuosa, en el sentido de beneficiosa para ambas partes. Es cosa de las dos partes, no voluntad de solo una de ellas. Depende del grado de afinidad estratégica que todavía no es alto ni definido. Puede ser positiva como emplazamiento pero con falta de realismo en su implementación. La evidencia, de momento, es que la colaboración es limitada y secundaria y la competencia, aparte de soterrada, podría no ser virtuosa o amable. Persiste la confrontación de proyectos de cambio diferentes, algunos legítimos como ensanchar sus respectivas representatividades electorales para obtener un papel preponderante en los próximos gobiernos autonómicos y municipales. Pero se necesita más transparencia y procedimientos democráticos y argumentativos.

Sería necesario caminar hacia un pacto más amplio sobre objetivos comunes (alternativas de progreso), estrategias compartidas (desplazamiento de las derechas, ensanchamiento social de ambos) y regulación acordada de las discrepancias y críticas, con la prioridad de la oposición contra el continuismo de PP y C’s, ahora y tras la siguientes elecciones generales.

Pero, hoy por hoy, la nueva dirección socialista está en otra cosa; y no digamos el bloque 'susanista' y los poderes fácticos que le condicionan. Sus dirigentes lo aclaran: ‘somos (hay que parecer) la izquierda’ pero no para gobernar mañana con políticas de izquierdas y pactos con las fuerzas alternativas; sino para restarles apoyo electoral a las fuerzas del cambio, sacar ventaja política y desplazarse hacia el centro, desde donde se aspiraría a ganar y gobernar... Y falta por aclarar, ¿con la prioridad por Ciudadanos y la subordinación de Unidos Podemos y convergencias (y los nacionalismos), tal como ha dictado la experiencia pasada?.

Enseguida se nota que su nuevo lenguaje de izquierdas junto con algunas medidas parciales, en sí positivos, especialmente por el cambio de clima político, tienen una función retórica e instrumental. No es un camino sólido y decidido para establecer confianza en un cambio de progreso sustantivo. Es dudoso que con solo gestos, nuevo discurso y colaboraciones unitarias parciales, obtengan mucha mayor credibilidad ciudadana y tengan un gran rédito electoral. No buscan asegurar un cambio real y unitario, sino una recomposición de los equilibrios en las fuerzas progresistas, romper el relativo estatus quo y sacar ventajas comparativas.

El objeto, según dicen ellos mismos, es acaparar el voto de entre uno y dos millones de electores intermedios entre las dos formaciones políticas. La finalidad, incluso explícita, es asegurar su hegemonía y su capacidad unilateral de imponer una estrategia socioeconómica, territorial y europea, básicamente continuista, con un simple recambio de la élite gubernamental frente al PP. La dependencia de la colaboración con Ciudadanos es un pretexto para la autolimitación del cambio.

Es decir, el nuevo plan sería una reedición más sofisticada del pacto PSOE-C’s de 2016, de un gran y renovado centro-izquierda, dejando de lado a las fuerzas alternativas y emplazándolas a la subordinación y el abandono de un proyecto real de cambio. La cuestión es que ante la oposición de Ciudadanos a romper su pacto de legislatura con el PP, ese nuevo acuerdo ‘transversal’ entre ese centro y la nueva socialdemocracia solo sería posible tras sus deseados resultados de ascenso electoral de esas dos fuerzas (en detrimento de PP, por un lado, y de Unidos Podemos y convergencias, por otro lado) en las próximas elecciones generales de 2020.

Y, mientras tanto, habría que mantener cierta colaboración parcial con Unidos Podemos y convergencias, en espera de los acuerdos cruciales para conformar los gobiernos autonómicos y de los grandes ayuntamientos tras las elecciones de 2019. Ese es su ritmo y su tarea fundamental: un equilibrio hegemonista a dos bandas para echar al PP, mediada por la necesidad de consensos internos y de la responsabilidad de Estado.

Pero queda mucho trecho. Por una parte, la capacidad de respuesta cívica y alternativa a los graves problemas existentes y polarizados: crisis socioeconómica / garantía de derechos sociales y laborales, corrupción política / democratización institucional y tensión catalana y territorial / nuevo pacto democrático y social. Por otra parte, su impacto en las elecciones municipales, autonómicas y europeas, el grado de erosión de las derechas y de reequilibrios electorales e institucionales entre los otros dos bloques, socialista y alternativo. Todo ello en el marco del bloqueo europeo, económico e institucional y la necesidad de su reforma con el horizonte de una Unión Europea más democrática, social y solidaria.

La ardua victoria de Sánchez ha expresado la existencia de una mayoría militante deseosa de distanciarse del PP y preparar una alternativa de Gobierno. Ello le da a la nueva dirección socialista mucha legitimidad y un mandato claro de reafirmación de ‘izquierdas’. Ese cambio de actitud puede conllevar el fortalecimiento de una dinámica unitaria, especialmente clave para la continuidad de los ayuntamientos del cambio. Las iniciativas comunes, más allá de su carácter parcial, tienen su importante impacto en el clima político general y de ambas bases sociales; permiten desbordar los objetivos restrictivos o instrumentales y poner cimientos reales para el gran esfuerzo de futuro: un Gobierno de cambio de progreso, con gestión compartida y programa intermedio negociado. Pero el camino está por hacer.

 

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