Otras miradas

¿Por qué como andaluz apoyo la celebración de un referéndum en Catalunya?

José Mansilla

, miembro del Observatorio d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)

José Mansilla, miembro del Observatorio d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)

Pertenezco a esa generación de andaluces nacidos en los años 70 que tuvo la oportunidad de ser el primer miembro de su familia, no solo en poder acabar la formación reglada obligatoria, sino de acceder a los estudios secundarios y también a la universidad. Como beneficiario de las tímidas políticas del Estado del bienestar implantada por los Gobiernos del PSOE, tanto en Andalucía, como en el resto del Estado, pude realizar el sueño de mis padres: estudiar y tener una carrera personal y profesional alejado de los sinsabores que ellos habían sufrido a lo largo de sus vidas. Estoy agradecido por ello, no me quejo, al contrario, tanto la semilla que sembraron mis padres, como las –ahora restos de- políticas de acceso a la educación superior, la sanidad, la seguridad social, etc., forman parte intrínseca de mí y de la forma de entender en entorno social y político en el que me desenvuelvo.

También soy hijo de los primeros años de la autonomía andaluza, aquellos en los que la ilusión del 4D impulsó al PSOE-Andalucía al Gobierno de la Junta; en los que en las escuelas –ignoro completamente si la cosa sigue igual- se celebraba con más ahínco el Día de Andalucía que el Doce de Octubre; donde lo primero que aprendías a tocar con la infame flauta dulce de plástico eran las notas del himno de Blas Infante o, con suerte, el Himno de la Alegría versión Miguel Ríos, y donde los Consejeros delramo todavía perseguían una cierta educación en y sobre lo andaluz. Eran los inicios de una España, digamos, distinta.

Ahora bien, también soy hijo de la Sevilla y la Andalucía del despilfarro de la Expo; de la del "ahora que cumples 16 sácate la cartilla del paro para ir cogiendo sitio"; de la que estipulaba que, en barrios como el mío, Torreblanca de los Caños, solo hubiera institutos de Formación Profesional porque, "total, esta gente no va a estudiar"; del Estadio y el fraude Olímpico de la alcaldía andalucista; de la del "tú que eres estudioso, sácate el carnet del PSOE que tendrás trabajo"; de la del proyecto de desmovilización de las asociaciones de vecinos y vecinas; de la del PSOE-A como partido-empresa; del de la primera y la Segunda Modernización (¿se acuerdan?) que nos sacaría de nuestro atraso consuetudinario; de la Andalucía de la Deuda Histórica; de las tasas de desempleo estructurales superiores al 25%, etc.

Todo eso y más soy yo. Pero insisto, no me puedo quejar. Tuve acceso a la educación, la sanidad, el trabajo, etc., y al famoso ascensor social, algo que, hoy en día, parece difícil de alcanzar para las nuevas generaciones.

A mis 35 años me vine a vivir a Catalunya. No por motivos laborales, sino como opción personal y familiar. Aquí pude continuar trabajando, tuve una hija, hice buenos amigos y amigas, aprendí catalán, continué con mi colaboración con movimientos sociales, vecinales y políticos e, incluso, volví a comprarme un piso, eso sí, a unos precios estratosféricos completamente alejados de lo que dictaría sentido común. Al principio, como buen emigrante, intenté mantener un enlace, aunque fuera en la distancia, sobre lo que pasaba en mi tierra a nivel político, social, cultural o económico, sobre todo a través de la prensa, lo que me contaban mis lejanos amigos, mi familia, etc. Han pasado ocho años y, de forma lógica, aquel vínculo se fue diluyendo poco a poco. Ahora apenas queda un rastro de él. Sin embargo, eso no significa que haya desaparecido.

Andalucía ha cambiado mucho, la crisis del ladrillo provocó una gran mella, otra, en una sociedad ya altamente desigual donde, como recientemente se encargaran de recordarnos algunos medios de comunicación, incluso se encuentra el barrio más pobre del Estado español. Y, sin embargo, el PSOE-A, como los dinosaurios del cuento de Monterroso, sigue estando ahí, gobernando Andalucía. Y, no solo eso, sino que su Secretaria General y Presidenta de la Junta, Susana Díaz, después de una infructuosa aventura donde Andalucía, una vez más, solo fue utilizada como trampolín para acceder a niveles superiores de poder político, se envuelve ahora en la bandera para reivindicar un supuesto "espíritu del 28F" de lucha por la igualdad de los andaluces con respecto al resto del Estado y en la defensa del café para todos. Sin embargo, tal y como nos recordara el profesor Isidoro Moreno, en el 4D o en el 28F "los andaluces no luchamos por el ‘café para todos’", sino para que "a Andalucía le fuera reconocido el derecho a tomar café y no achicoria", es decir, esos días reivindicamos nuestro derecho a ser diferentes, a tener identidad, a autogobernarnos, situándonos en pie de igualdad con otros pueblos del Estado, como Galicia, Euskadi y Catalunya, que directamente ya vieron reconocido ese derecho en la Constitución del 78.

A día de hoy todavía existen dudas de que el referéndum catalán pueda llevarse a cabo, no con garantías, que por supuesto las tendría, sino con pleno reconocimiento estatal e internacional, algo que, considero, es importante. Sin embargo, aunque no sea así, como andaluz de nacimiento y catalán de adopción, por simple decencia democrática no puedo estar más de acuerdo con la intención de Catalunya de poder decidir su futuro a través de las urnas. Además, aun estando lejos de mi ideal político -una España republicana y federal-, no puedo dejar de sentirme atraído por la posibilidad que ofrecería la independencia de participar en el diseño de un nuevo Estado desde sus primeros días: la creación de nuevas estructuras políticas y administrativas, la constitucionalización de derechos; un equilibrio de poderes más justo; la eliminación de viejos vicios, etc. Por otro lado, la historia nos dice que una verdadera federación solo se conforma desde unas partes inicialmente libres. Pero no solo eso, sino que creo que la sacudida generada mostraría, al resto de partes del Estado, que solo mediante la movilización y la presión social y política es posible cambiar incluso asentadas relaciones de poder, mostrando, de paso, lo desnudos que se encuentran muchos reyes y reinas, sultanes y sultanas. Ante esta situación, Andalucía no tendría más remedio que cambiar, porque la independencia catalana sería la demostración práctica de que los 37 años de autogobierno andaluz del PSOE no han sido más que un ejemplo de inoperancia e ineficiencia y que el futuro de los andaluces se encuentra, exclusivamente, en sus propias manos y a la izquierda si es posible. Y, si finalmente no se acabara celebrando, al menos quedará la evidencia de que el desafío es posible, del potencial que presenta retar a los poderes públicos, de que hay que mantener la esperanza del cambio. Catalunya, sin duda, fuera cual fuere el desenlace, saldría ganando.

En definitiva, estas, y algunas otras, son mis razones para apoyar la celebración del referéndum en Catalunya.

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