Otras miradas

El califato sentimental islámico

Javier López Astilleros

Javier López Astilleros
Historiador 

Moral menos intelecto es igual a sentimentalismo. Cuando la realidad aparece compleja e incomprensible, las emociones acuden primero a la llamada de la confusión y el desamparo.

Adoptan y se vinculan a varias formas, como la nación, la etnia, o la religión. No hay nada más vaporoso que la existencia únicamente a través de los sentidos.

El extremismo en el Islam es totalmente contemporáneo. No representa una degradación de la historia, ni es un fenómeno puramente reactivo de quiénes no conocen el progresismo.

Hay mucho en común entre un joven violento que dice profesar el Islam, con un asesino en serie que masacra a sus compañeros de clase en una remota ciudad de EEUU, país en el que cada año mueren 33.880 personas por armas de fuego, mientras que casi 115 mil personas resultan heridas, según la web de la Campaña Brady.

El sabido que el ISIS lucha por intereses nacionales en Próximo Oriente, mientras que en Europa, los jóvenes que atentan, lo hacen por motivos poco claros. Su principal característica es la vaguedad de una ideología de carácter salafista, con lo cual es más bien una no-definición.

Muchos son jóvenes, violentos y sentimentales. Buscan atentar y manchar la sacralidad de los símbolos, laicos o confesionales. Como no se puede exterminar a los hipócritas e infieles a la vez, debido a su gran número, lo hacen a través de acciones llenas de simbolismo. Puede ser en construcciones sacras, como la Sagrada Familia, o durante manifestaciones culturales, como en un concierto de rock. Tal vez cívicas, como en un paseo concurrido. Lo hemos visto en numerosas ocasiones.

En el caso de los musulmanes sumados al extremismo, la emoción y una amalgama de odio y rechazo al infiel, les puede motivar a matar sin discriminar. Lo vimos en la sonrisa de los terroristas de la gasolinera de la AP-7, el día de los atentados en Cataluña. Como podemos observar, se trata de casos culminantes que desembocan en la acción más extrema. Hay otros miles que muestran estado intermedios de aceptación de los parámetros salafistas.

Pero existen casos en apariencia más moderados. El Islam político ofertado por los Hermanos Musulmanes-siguiendo el ejemplo turco y norteafricano- es una mezcla de una moralidad sin sustento intelectual, un neoliberalismo brutal, sin apenas derechos laborales, más un agravante preciso: un Estado clientelar que no para de crecer. Todo esto se traduce en un autoritarismo moralizante, enmarcado en una organización jerárquica articulada como una mafia.

El concepto de comunidad política es la argamasa que cimienta todas las aspiraciones de esta  élite sentimental, que es la umma, concepto que hace referencia a una comunidad universal de musulmanes. Esta umma ni siquiera es política-mucho menos "espiritual"- sino emocional.

 "El Islam es la solución" es un buen instrumento de propaganda lo suficientemente difuso, con el objetivo, creo, de hacer imposible su definición  Pero para los devotos de los sentidos es más que suficiente, pues esta afirmación calma sus imprecisas aspiraciones. Imaginen: "El cristianismo es la solución". En este caso, la respuesta sería ¿Para qué?. Esta es la diferencia entre el significado de ambos términos. ¿Debe estar el Islam definido como un objeto político, organizado en torno a una declaración de fe?.

En realidad no existe un extremismo únicamente de carácter islámico, sino una epidemia de sentimentalismo que se hace más grosera en países donde flaquean las instituciones, no por malos o malvados, sino por su debilidad institucional. Observemos la violencia reglada y articulada desde los Estados modernos. ¿Cómo te sientes?- es lo primero que te pregunta facebook en la democracia emocional de las redes sociales.

Así encontramos como los pastores musulmanes de los medios en Oriente Próximo salen a pastorear a sus feligreses, como las estrellas evangélicas del amado y odiado imperio. En estos medios les escucharás hablar de lo bueno que es ayudar a los necesitados. De rezar las oraciones voluntarias. De dar consejos a las mujeres musulmanas para que no vayan a las peluquerías regentadas por infieles, de las dimensiones de las barbas del buen musulmán, y un largo etcétera de naderías que son tomadas tan en serio, que se han convertido en símbolos de pureza de fe. Lo que es más difícil escuchar a los telepredicadores es hablar sobre el pago de impuestos, reclamar los derechos laborales a un déspota o explotador, o bien de la necesidad de una Justicia ¡justa! y verdaderamente universal.

La apuesta del Islam político es puramente sentimental. Es personalista y represora de las libertades. Se conforma con ser el vástago pobre del protestantismo anglosajón. Sin embargo, estas dos fuerzas políticas y sociales, parecidas en la teatralización de sus prédicas, se fundan sobre falsedades pretendidamente duales.

Es lastimoso observar como ese conglomerado que pretende una restauración simbólica califal, piensa en términos de enfrentamiento con el mundo cristiano, hace ya tiempo metamorfoseado en un civismo de carácter humanista. Sueñan con el antiguo califato otomano, el del asedio a Viena, mientras Gutenberg, décadas atrás, imaginó una biblia a escala casi industrial.

Pero el falseamiento de este planteamiento se ha roto, aunque la propaganda de la extrema derecha insista en ello. Europa hace ya tiempo que transformó dogmas inamovibles en una forma de civismo, y no tiene un enemigo definido en el que observar su propio poder. No hay dualidad ni acto reflejo de un poder cuya bandera sea el Islam. La disidencia europea está dentro, y se resuelve por consenso. Al menos hasta ahora.

Mientras, el Islam político-policial sigue hablando de contrarios, de cruzados, o en el mejor de los casos, de rumis (occidentales, romanos). Su propuesta se ha convertido en un videojuego despiadado, revestido de una moralidad que actúa como un comecocos sobre la disidencia.

Observemos el estado de las libertades en numerosos Estados de este cariz.

Es así como se ha creado una cohorte de millones de personas adictas a la emoción del saberse en una comunidad política islámica virtual, absolutamente convencidas de su paraíso personal, tras la pronunciación de una profesión de fe. Individuos que cuantifican sus obras y acumulan puntos-reales-con los que escapar al cielo una vez consumado el tránsito mundanal.

Es así como han elaborado una moral cuantificable, que no obliga a hacer grandes esfuerzos ni de reflexión o exposición. El drama está en vaciarla de cualquier forma intelectual de entendimiento. De aniquilar la creatividad, la imaginación, y la intuición, vistas estas con las sospechas de un islamismo tendente a la paranoia y las teorías de la conspiración.

Todo el que se atribuye una moral sin intelecto se puede convertir en un extremista, es decir, un literalista de la nación, la religión, la etnia, o incluso el color de piel. Y no digamos cuando el analfabetismo es una pandemia acentuada por esta  grosera manipulación.

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