Otras miradas

Los Comunes tienen la llave en Catalunya

Miguel Guillén Burguillos

Politólogo

Miguel Guillén Burguillos
Politólogo

Durante la pasada campaña electoral en Catalunya la idea fuerza de los Comunes era que tendrían la llave de la gobernabilidad, partiendo de la base que sus escaños serían decisivos para formar mayorías en el Parlament. Xavi Domènech se hartó de enseñar la llave de su casa al final de cada acto electoral. Pero la jornada del 21 de diciembre arrojó unos resultados modestos para Catalunya en Comú Podem: un 7,43% de los votos y 8 diputados, 3 menos de los que cosechó Catalunya Sí que es Pot en 2015, en una lista encabezada en su día por los veteranos Lluís Rabell y Joan Coscubiela. El caso es que la suma de las tres candidaturas independentistas (Junts per Catalunya, ERC y CUP) suman 70 diputados, 2 menos que en 2015 pero por encima de la mayoría absoluta.

El bloque formado por JxC, ERC y CUP sumó un 47,33% de los votos, mientras que el que forman C’s, PSC y PP alcanzó el 43,30%. El panorama, claramente polarizado, deja la foto de una Cataluña partida prácticamente por la mitad en términos electorales. Por eso el papel de los Comunes, a pesar de no ser a priori imprescindible en la suma de mayorías, seguirá siendo clave a nivel social y político. Quizá no en esta legislatura en el Parlament, pero eso está por ver. No hace falta ir demasiado atrás en el tiempo para recordar por ejemplo el papel de Coscubiela en la pasada legislatura: quizá los votos de CSQEP no eran imprescindibles, pero sí lo fueron algunos discursos y advertencias del veterano sindicalista de CCOO, uno de los pocos que fue capaz de poner los puntos sobre las íes ante el devenir errático de la legislatura y sus improvisaciones esperpénticas y torticeras. El tiempo le ha dado la razón, y de qué manera.

Tanto el bando unilateralista como el que apoyó la injusta aplicación del artículo 155 lo saben: sin los Comunes no hay mayoría posible en ninguna de las dos orillas. Ni la hay ni probablemente la habrá. Por eso resulta tan importante el papel de la política en mayúsculas en los próximos tiempos, y recoser el maltrecho catalanismo histórico es una tarea que no se puede postergar, porque hay demasiadas cosas importantes en juego. Que un partido como Ciutadans sea la primera fuerza en votos y escaños, sobre todo en los barrios obreros, debería hacernos reflexionar. Y es que no hay que olvidar que el partido naranja nació como reacción al catalanismo, a la lengua y particularmente al modelo de escuela catalana, patrimonio de todos. Los herederos de Convergència (y también Unió), ERC, PSC y los Comunes deberán llegar a acuerdos lo quieran o no en los temas troncales del país, porque el peligro naranja existe y se fortalece por momentos. Que le pregunten si no a Aznar... Si esto no se entiende o no se quiere entender y se sigue imponiendo la política de bloques, no habrá salida posible. Este es precisamente uno de los dramas del procesismo: la ruptura del catalanismo y el auge de C’s. Si algunos siguen pensando en el poder y el partido, y no en el país, todo se pondrá muy complicado. Más aún.

En el seno de los Comunes conviven independentistas y no independentistas. Como en muchas familias catalanas. Como pasa en todo el país. Pero la pregunta es: ¿a estas alturas, pueden convivir indepes y no indepes en un mismo partido? Llevo tiempo dándole vueltas al asunto, y reconozco que la respuesta no es sencilla. Pero quiero inclinarme por el sí. Quiero. Modestamente, opino que si los Comunes quieren tener la llave y ser imprescindibles en la recomposición del catalanismo y la gobernabilidad del país, deben parecerse más al país. Y que en su seno convivan independentistas y no independentistas debe percibirse más como una riqueza que como un obstáculo. Quienes se dejaron seducir por el unilateralismo o incluso por algún cargo remunerado procesista ya abandonaron hace tiempo el barco y no volverán.

Las victorias de En Comú Podem en las generales de 2015 y 2016 no deben olvidarse nunca. Es necesario recordar que el proyecto de los Comunes tiene como horizonte claro la reforma del estado en un sentido plurinacional. Esto es, adaptar la ley a la realidad del país. Para ello, a nadie se le escapa que es fundamental ganar al PP (y a C's), y es obvio que los catalanes solos no podemos. El papel de Unidos Podemos a nivel estatal será clave, y a pesar de los malos augurios (quizá interesados) que dibujan las últimas encuestas, ya se está reflexionando profundamente sobre las repercusiones de los acontecimientos de Catalunya en los apoyos a Unidos Podemos en el resto de las Españas. Y la realidad es que este espacio político, aún en construcción, ha dado sobradas muestras de adaptabilidad y resiliencia. Quien los descarte anticipadamente para la batalla aún se llevará una sorpresa.

Quizá habrá quien piense que los Comunes no se han desmarcado lo suficiente del independentismo. Hay quien dice que si lo hicieran recuperarían gran parte de los votos que cosecharon en las generales de 2015 y 2016 y que ahora han ido a parar a Ciutadans. Honestamente: creo que ahora la misión prioritaria en Catalunya debe pasar por recoser el catalanismo y la sociedad y no ahondar en la brecha de los bandos irreconciliables, algo que se ha demostrado funesto para el país. Pero todo ello no es incompatible con la necesidad de que la izquierda pierda definitivamente sus complejos ante el nacionalismo (catalán y español), porque por mucho que nos digan que no, esto cada vez va más de banderas y símbolos y menos de otros temas. No son pocos quienes han sucumbido en los últimos años a la tentación de arrimarse al procesismo y más recientemente al unionismo. Y es que hay que reconocer que, a veces, no hay confort lejos del calor identitario. Han querido que elijamos entre blanco o negro y muchos no han podido negarse, cuando Catalunya ha sido siempre un país pintado de miles de tonalidades de grises. Por eso cuando me dicen que la solución a todos nuestros males es un referéndum de sí o no tuerzo el gesto y me pongo a temblar. Mi opinión es que el proyecto de las izquierdas catalanas en su conjunto, si quiere ser útil, no puede dejarse seducir ni por el fracasado unilateralismo ni por ocurrencias delirantes y malintencionadas como Tabarnia. Y si alguien puede sentar en la misma mesa a indepes y no indepes y ponerlos a debatir, no se me ocurre otro espacio más necesario que el que hoy construyen los Comunes.

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