Otras miradas

La vida mancha y nosotras marchamos

Andrea Momoitio

Periodista remasterizada y coordinadora de @pikaramagazine

Aquí estoy, como cada 15 días, ante mí Público. Qué gracia. La verdad es que nunca me imaginé diciendo algo así porque esas cosas solo las dicen las estrellas de rock o qué sé yo. El caso es que estoy aquí, puntual a mi cita, y siento que no puedo hablar de otra cosa que no sea la huelga feminista. La vamos a liar buena, compañeras. Tengo que confesar, y lo confieso en estas líneas, que no estaba yo muy animada con la huelga. La falta de motivación, claro, se convierte en un entusiasmo exacerbado en cuanto pasas más de media hora con alguna de las cientos de compañeras que se están dejando la piel en cualquiera de las muchas asambleas para hacer posible la #HuelgaFeminista. Mi amiga V. me cuenta, con una sonrisa de oreja a oreja, que los grupos de chavalas más jóvenes con los que está preparando el paro son la bomba, que tienen un discursazo y muchas ganas de gritar a los cuatro vientos que están hartas; E. no cabe en sí misma de felicidad: ¡Han logrado convocar la huelga en su puesto de trabajo!; el grupo de WhatsApp de comunicación está que arde, no paran de llegar peticiones de entrevistas, la rueda de prensa en mi ciudad ha sido un éxito rotundo; en un grupo de Telegram, con más de 2000 mujeres periodistas, todo está organizado para que nuestras demandas se escuchen también el jueves; la redacción de Pikara ya está empapelada, mi novia ha comprado silbatos para parar un tren, tenemos el delantal listo para colgar en el balcón y la garganta, a punto. Este 8 de marzo es histórico. No es que sea adivina sino que ya es un hecho. A pesar de los muchos errores que estaremos cometiendo y a los que tendremos que hacer frente pronto —las compañeras de la revista Afroféminas, por ejemplo, han asegurado públicamente que no harán huelga porque no se sienten representadas y quizá ha habido cierta confusión a la hora de explicar en qué consiste la huelga—, el movimiento feminista ha vuelto a mostrar su fortaleza. De ella seguro que se acuerda bien Gallardón.

Tenemos, de nuestro lado, la fuerza de la justicia social. Caminamos juntas, cómo no, hacia la transformación radical de la sociedad porque la vida es insostenible para muchas de nosotras. Vamos a la huelga porque queremos vivir, porque queremos que se note nuestra ausencia, se reconozcan nuestras aportaciones, nuestras voces, quejas y luchas. Paramos por la vida, por las posibilidades que nos roban, los hijos que nos imponen y los que asesinan, los sueños que no nos dejan soñar. Convocamos una huelga para poder seguir construyendo la revolución cultural que nos sitúe, de una vez por todas,  en el lugar que nos corresponde en todos los ámbitos de la vida. Paramos para poder parar cuando nos de la santísima gana. Paramos también para evidenciar todos los pequeños gestos cotidianos, que llamamos micromachismos y promueven que se sigan imponiendo unos roles de género en los que cada vez es más difícil encajar; para romper el espejismo de la igualdad, ese fenómeno social que trata hacernos creer que ya no existen desigualdades entre hombres y mujeres, para denunciar la brecha de género que provoca que cobremos menos y trabajemos más, para hacer visibles conceptos como el techo de cristal o el suelo pegajoso —así, por cierto, estarían todos sin las miles de mujeres que se desloman cada día—, que representan las dificultades extras a las que nos enfrentamos a diario; paramos porque, aún hoy, el feminismo se entiende como una amenaza y muchos hombres se esfuerzan más en argumentar que sus resistencias al cambio no tienen nada que ver con el machismo que en cambiar sus actitudes cotidianas, sin asumir que imponer su voz en nuestra lucha es una estrategia histórica de falta de reconocimiento a nuestras voces; frenamos en seco porque la teoría feminista sigue sin reconocerse como una de las herramientas de análisis más útiles para conocer en profundidad la sociedad en la que vivimos  y los retos a los que nos enfrentamos para seguir creciendo; echamos amarras por Ekai, para pensar por qué las compañeras de Afroféminas o algunas gitanas, sólo por poner un par de ejemplos, no se sienten parte de nuestra lucha, para sacudirnos el racismo y la transfobia, para despegarnos de nuestros títulos universitarios y sentir la calle bajo nuestros pies. Paramos porque, ¿qué otra cosa podríamos hacer ante los asesinatos machistas? ¿Qué otra opción tenemos ante la falta de compromiso de las instituciones públicas con la igualdad? Ante la violencia sexual, la LGTBfobia, el androcentrismo o el sexismo en todos los ámbitos de la vida pública y privada, ¿qué pretenden que hagamos? Nunca hemos estado calladas, es cierto. La falta de memoria feminista, el silenciamiento y la invisibilización de las luchas de las mujeres pueden hacer creer que es la primera vez que tomamos las calles, pero nada de eso, queridas. Una idea, por cierto, muy fácil de desmontar, que evidencia todo lo que venimos denunciando durante siglos. Tomamos las calles también por eso.

El otro día, en una conversación familiar, me preguntó mi tío:

-Entonces, ¿qué es lo contrario al feminismo?
-La vida

Y por ella marchamos.

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