Otras miradas

Con el fútbol hemos topado

Andrea Momoitio

Periodista remasterizada y coordinadora de @pikaramagazine

Andrea Momoitio

El otro día en Lisboa, justo después del concierto de Vetusta Morla, un grupo de personas celebraba en la calle el triunfo del Madrid. A mí me resulta muy complicado valorar si es importante o no que un equipo gane la Champions por tercera vez consecutiva, pero debe serlo. Miguel Maldonado, incluso, se jugó su puesto en Late Motiv: no volvería al programa de Buenafuente si su equipo perdía.

En mi caso, que he nacido en Bilbo y sé que Florentino Pérez quiere cargarse el río Cahabón, trago con dificultad cada vez que escucho eso de "Hala, Madrid". Lo único que me gusta del equipo es una de sus aficionadas: Layla, que no ha tenido opción de ser forofa de otro club pero luce, preciosa como es ella, la camiseta blanca cada vez que su padre o su madre se la ponen. Claro que ella lleva poquito tiempo yendo al cole y puede que deje de gustarle tanto cuando se de cuenta de que el fútbol lo ocupa todo también allí. En muchos colegios del Estado español sí se han dado cuenta de esto y se han puesto manos a la obra para tratar de construir de otra manera esa parte del colegio en la que los niños y niñas pasan el recreo. Me gustaría saber, la verdad, si solo tienen media hora para recrearse, a qué se dedicarán el resto del tiempo. Parece poco probable que, de aquí a corto plazo, se cuestione radicalmente el sistema educativo y se establezcan fórmulas más dignas para crecer en libertad y desarrollar nuestras capacidades críticas, pero mientras, al menos, habrá que meterle mano a los patios. En ello están, como ya he dicho, asociaciones de padres y de madres, profesorado, algunas instituciones y arquitectas.

En un barrio de Vitoria-Gasteiz se está viviendo un proceso muy interesante en esta línea. Las asociaciones de familias, que llevan mucho tiempo ya denunciando que sus hijos e hijas son desplazados del barrio a otras zonas de la ciudad por el pésimo planteamiento urbanístico de la zona, se han involucrado muy activamente en la construcción del nuevo centro escolar del barrio.

Su colegio -y su sueño- está por crearse y, claro tienen más posibilidades de lo habitual para formar parte del proceso. Pusieron en marcha una campaña de crowdfunding para llevar a cabo unas jornadas en las que pretendían debatir sobre estas cuestiones, que se realizaron hace un par de semanas en la capital vasca y contaron con la participación de expertas en educación, pedagogía, urbanismo y arquitectura. El objetivo, tan sencillo como complicado: "Gure jolastokia amesten", que quiere decir  que están "soñando" su futuro patio. Dicen que buscan "repensar estos espacios desde una doble perspectiva. Por un lado, quieren que "el espacio exterior sea un espacio real de igualdad y, por otro, que se vertebre sobre el juego libre, la naturaleza y su cuidado". Naturaleza e igualdad.

Ahí es nada y ahí quiero llegar yo: los niños y las niñas crecen siendo parte de un sistema cultural que les envía continuamente mensajes sexistas, que asumen e integran en su perspectiva vital. Parece casi inevitable. Los libros de historia son una evidencia de ello, pero no es la única. La cultura sexista en la que estamos todas (las personas) inmersas se evidencia también en los patios de los colegios. El fútbol es el deporte más extendido con diferencia y el espacio que se dedica a él es completamente desproporcionado respecto a las muchísimas actividades que se pueden llevar a cabo en un patio. Así, las niñas y los niños que no juegan a fútbol se ven desterrados a un segundo plano, físico y simbólico. Algunas niñas, sí-ya-lo-sé, también juegan a fútbol, pero las dificultades con las que se encuentran estas darían para una serie de artículos temáticos.

En las jornadas que organizó el AMPA de Errekabarri se analizaron las desigualdades de género que se ven cada día en los patios y cómo estas construyen un imaginario simbólico muy parecido al que aprendemos en todos los ámbitos de nuestra vida: Si no formas parte del grupo que tiene poder —en este caso, si no eres uno de esos niños que juegan a fútbol en el patio— estás relegada a la otredad, a un segundo plano. Las niñas aprenden cuál es su papel desde que son demasiado pequeñas para aprender algo tan duro.

Yo me acuerdo perfectamente de que esto mismo pasaba en mi colegio hace ya muchos años y es que en el encuentro se lamentaron también de que la arquitectura escolar apenas ha variado en las últimas décadas. Los colegios, esos lugares en los que la gente aparca a sus criaturas para tratar de conciliar en un mundo de terrible precariedad laboral y emocional, son pequeñas cárceles en las que el conocimiento se fragmenta, como si nada tuviera que ver la ciencia con la historia o la geografía con las matemáticas. Los colegios, esos lugares, son una de las principales fuentes de construcción de estereotipos de género en los que la imaginación, la naturaleza, la igualdad y la justicia están tan ausentes como en el resto de los ámbitos de la sociedad. Los colegios, esas minisociedades en las que también se gana o se pierde por pelotas.

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