Otras miradas

Todo el poder a los Círculos

Miguel Urban

Miembro del comité de redacción de la revista Viento Sur

Miguel Urban
Miembro del comité de redacción de la revista Viento Sur

Hace escasas dos semanas que se presentó Podemos y a algunos nos parece que han pasado meses. En este tiempo la respuesta ciudadana  ha superado, con creces, las mejores expectativas que nos habíamos marcado los promotores. De alguna forma —y esto es una tremenda suerte y una mayor responsabilidad—, el éxito ha desbordado la iniciativa, al tiempo que ha generado una ilusión y una emoción imprescindibles para construir una sensibilidad social capaz de conectar con la gente en tiempos excepcionales. Sin embargo, sería bueno abandonar la tentación del exceso de ilusionismo y la autocomplacencia. Parece más precavido, en cambio, moverse en un realismo optimista. Un realismo que comprende que sin ilusión, eso sí, no hay potencia de cambio.

La irrupción de Podemos pretende "mover ficha" dentro de un tablero en el que a los de abajo no nos habían invitado a jugar. La irrupción de Podemos recuerda, de alguna manera, a cuando las CUP entraron al Parlament. Entonces David Fernández aseguraba que lo hacían para "estresar a la izquierda y agobiar a la derecha". Podemos decir que lo primero ya lo hemos conseguido. Solo hay que ver la infinidad de reacciones, artículos, reflexiones y ataques que se han generado, y que en cierta medida han servido para salir del impasse (táctico y estratégico) en el que la izquierda nos movíamos en los últimos meses.  Se trata ahora, sin embargo, de seguir avanzando para dar el salto y poder convertir la indignación en poder político que rompa con los consensos sobre las que se ha asentado el presente régimen de desposesión y expolio que sufrimos. Para ello, es fundamental generar una nueva institucionalidad desde la base, en la que la gente se pueda empoderar mediante la participación política activa. En este sentido, los círculos no son un fin o una marca cosmética para crear una nueva sigla o una nueva identidad política. No son, claro está, las células de una organización revolucionaria. Deben ser, si acaso, un modelo de ensayo-error para construir, desde abajo y colectivamente, una mayoría social dispuesta a encontrarse y caminar junta para hacer frente a un desafío mayúsculo: convertir a esa mayoría de expropiados en una mayoría política que cambie las reglas del juego.

De esta manera, los Círculos deberán ser el espacio de auto-organización de la gente que se adhiere al método, las ideas-fuerza y los objetivos de Podemos. Se podrán convertir así en la vacuna necesaria contra los riesgos de hiper-liderazgos por los que esta iniciativa ha sido criticada por diversos sectores. Y podrán ser los anclajes oportunos para  ensanchar el espacio social que nos permita convertir en hegemónico un pensamiento alternativo al actualmente representado por las élites. Acertada y reiterativamente, Pablo Iglesias suele decir que la izquierda no es una religión. Y, por tanto, Podemos no va a ser (no debería ser) una nueva fe que nos aboque a determinismos simplones y mecanicistas. Cambiar el mundo, derrocar un régimen no es una mera fórmula matemática. Por eso mismo, los Círculos no pueden ser concebidos como capillas donde rezar a nuestros santos, auto-proclamar nuestro credo redentor ni expiar nuestros pecados. O los convertimos en institución popular de un proceso abierto y en construcción o se convertirán en un nuevo ejercicio de desilusión. Y estamos ante una oportunidad que no podemos ni nos merecemos desaprovechar.

La proliferación, en este sentido, de los Círculos es signo de ilusión. De unas expectativas que, ahora mismo están, por fortuna, fuera de cualquier tipo de control. Son señal inequívoca también del deseo incontenible de mucha gente por recuperar protagonismo, por hacer suya una herramienta de código abierto, reapropiable por cualquiera, recombinable en formas y fórmulas según las condiciones, un ejemplo de auto-organización, de un empoderamiento social tan necesario como imprevisible en su desarrollo. Necesario porque sin esta experimentación por abajo será imposible hacer frente al reto mayúsculo que tenemos por delante: hacer saltar por los aires las reglas de juego, los corsés y los consensos que establecen los límites en el actual Régimen político. E imprevisible porque esta aventura no tiene guiones marcados ni pre-establecidos. Pero de algo podemos estar seguros: las experiencias reales de auto-organización, de empoderamiento y de ruptura con lo existente son momentos de creación de instituciones propias, de recreaciones democráticas de nuevos espacios sociales desde los que articular nuevas formas de estar en común, de construir nuevos pactos sociales por y para la mayoría.

Por esto mismo, los Círculos no pueden ser (no deberían ser) un enésimo espacio de confrontación entre siglas o de difusión masiva de monólogos huecos de militantes que tienen ya las rectas para cambiar el mundo. Los Círculos pueden ser una buena oportunidad para reconstruir una nueva cultura política del antagonismo tejida desde la diversidad y alejada de tensiones propias de la impotencia. Sólo generando espacios amables, respirables, de confianza, alejados de las conspiraciones de unos palacios inexistentes podremos desarrollar lugares de encuentro, donde las diferencias (irrenunciables en unos espacios que no buscan la uniformidad ni el pensamiento único) no sean resultas en falsos consensos si no en debates y procedimientos democráticos e inclusivos. Se trata, en todo caso, de caminar sobre la incertidumbre, sobre unas dudas que, como decía Miguel Romero, no son nuestro enemigo sino que lo es la resignación. Dudas que habrá que ir resolviendo en un camino que, seguro, no estará exento de complejidades y contradicciones.

Los Círculos pueden ser una buena "mesa de operaciones" colectiva desde la que rearmarnos de una estrategia orientada a imponer un(os) proceso(s) constituyente(s) que supongan  la impugnación y superación definitiva del régimen actual. Y es que con los Círculos se busca generar herramientas reales para una unidad popular de los de abajo. Una unidad que no puede ser unívoca si no alentadora de la diversidad de ideas, experiencias y anhelos. Una unidad siempre compleja, imperfecta, precaria y que requiere de buenas dosis de generosidad y valentía para hacer frente al reto: convertir a los más en cambio político efectivo y de ruptura. Unos Círculos que sean reflejo, ni más ni menos, de la realidad multiforme que conforma a la nación de oprimidos que somos. Para ello habrá que evitar viejos tics de la izquierda que tanto la han alejado de mucha de "nuestra" gente. Los vicios de la hiper-militancia convertida en formas de activismo y pensamiento asfixiantes, los espantojos de esquemas y principios políticos absolutos donde las ideas de los "otros" son herejías inaguantables. Estos Círculos deben ser espacios locales, asamblearios, ligados al territorio y soberanos, pero con una clara voluntad federalizante, de construcción de instituciones comunes, de una coordinación y formas de organización democráticas. Para ello, algunas lecciones de las formas de organización del 15-M pueden ser especialmente importantes (modelos de dinamización, uso de las nuevas posibilidades tecnológicas, etc.) pero también habrá que posibilitar formas de participación para los más, con mecanismos ágiles, formas organizativas inclusivas y transparentes que permitan hacer avanzar las iniciativas, los debates y la toma de decisiones.

Los Círculos no deben ni pueden sustituir la centralidad de un "ciclo de movimientos desobedientes" que hay que seguir potenciando en torno a demandas comunes, ya que ésa es condición fundamental para ir construyendo un bloque plural de los diferentes pueblos del Estado español y un empoderamiento creciente de los mismos, capaz de ir cambiando la relación de fuerzas. Pero precisamente porque un obstáculo en ese camino es el bloqueo institucional actual, necesitamos sumar a lo anterior nuevos instrumentos políticos que ayuden a romperlo. Parece necesario dar un paso adelante hacia la convergencia desde y los de abajo, en la cual encaremos el debate electoral como un medio y no un fin en sí mismo y desde la perspectiva de cómo puede este espacio ayudar a impulsar las luchas en marcha y las que vendrán.

A estas alturas, ya tenemos claro que el significante que hoy está en verdadera disputa es el de democracia. Un significante en disputa en todos sus sentidos. Así lo mostró el 15-M y así lo han mostrado todas las luchas y resistencias sociales (unas perdidas, otras ganadas) que se han ido extendiendo estos años. Estas experiencias de movilización nos muestran que cada vez está más claro que no hay democracia si gobiernan los mercados, si las religiones gobiernan el cuerpo de las mujeres, si el lucro gobierna sobre lo que es de todos. Hoy democracia es, por tanto, hablar de nuestra soberanía perdida. Una soberanía arrebatada sobre nuestros recursos, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras vidas condenadas al paro, el exilio, la precariedad. Sobre una economía intervenida desde fuerzas externas al cuero social soberano y condenada a pagar una deuda que no es nuestra. Una soberanía que hay que recuperar para empezar a construir una democracia de la gente, del derecho que tenemos a decidir colectivamente sobre todo: sobre nuestros barrios, nuestros servicios sociales, nuestros recursos, sobre cómo nos queremos organizar, sobre el derecho de los pueblos a decidir libre y democráticamente su futuro y su forma de relacionarse con otros pueblos.

Cuanto más grandes sean los Círculos de Podemos, cuanto más se alejen del fetichismo de la palabra "izquierda" para construir un relato emancipador de ruptura construido desde abajo, más cerca estaremos de disponer de un instrumento capaz no de "mover ficha", si no de reventar el tablero amañado en el que nos vemos obligados a jugar.  Para que Podemos tenga sentido, para que sea útil el método y el proceso, para ser una herramienta de transformación social y no una sigla más, para encontrar la unidad de los de abajo, los Círculos deben ser espacios de vinculación natural y efectiva de los y las de abajo para conquistar y ejercer, precisamente, lo que nos han robado: la posibilidad de decidir sobre nuestras vidas.

En las montañas del sureste mexicano, el portavoz de la digna resistencia indígena ya nos mostraba la estrecha vinculación entre la lucha y las formas geométricas: "La lucha es como un círculo, se puede empezar en cualquier punto, pero nunca termina." En estos momentos se hace necesario levantar una consigna: ¡Todo el poder a los Círculos!

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