Otras miradas

El pez grande que se come al pequeño

Ana Bernal-Triviño

Periodista

Que el pez grande se come al pequeño es algo que todo el mundo sabe, pero vivimos tiempos donde hay peces pequeños que defienden que el pez grande se lo coma. Y ocurre, en gran medida, porque el pez pequeño no asume que es pequeño, sino que cree pertenecer a un rango superior.

Lo hemos visto estos días con claridad en ciertas situaciones.

Una, el conflicto de las VTC y el taxi. Ante el nulo diálogo de la Comunidad de Madrid, el taxi abandonó la huelga. Ya apenas queda resistencia como la de este gremio, que ha perdido mucho dinero con el que mantener sus casas. Este problema no va de botellitas de agua y de aplicaciones para el móvil. Va de derechos, de liberalización y de modelos de negocio. Esto tampoco ha ido de trabajadores contra trabajadores. El neoliberalismo siempre consigue poner el foco ahí para no mirar más allá, a las empresas.

Concentración de taxistas en el recinto ferial de Madrid Ifema. REUTERS/Susana Vera
Concentración de taxistas en el recinto ferial de Madrid Ifema. REUTERS/Susana Vera

Esto ha ido de un grupo de taxistas autónomos y de VTC que desde siempre han convivido, cumpliendo cada uno la ley porque ofrecen servicios distintos, frente a un grupo de empresas "unicornio", como Cabify, valorada por encima de los 1.000 millones de dólares, o como Uber, que prevé salir a bolsa con una cotización por valor igual a General Motors, Ford y Fiat Chrysler juntas.

Esto va de autónomos, o pymes de VTC que reconocen que apoyan al taxi, y que se ven afectadas por las nuevas plataformas de empresas que tienen detrás inversores como Goldman Sachs (sí, el mismo de los fondos buitre), donde otras juegan a traer parte del dinero pero sin aportar suficiente claridad fiscal, o donde otras se ocultan tras sociedades en las Islas Vírgenes.

Esto va de periodistas que ni siquiera estudiaron, que llegaron a sus puestos por enchufe, que no han hecho otra cosa en su vida y que, desde su altavoz, dicen a los taxistas (que cumplen la ley) que se reciclen... reciclaje que esos periodistas no han hecho jamás porque llevan años en sus cómodos puestos.

Esto va de personas que dicen "si yo me he adaptado y empobrecido en mi trabajo, ellos también" porque la solidaridad de clase ni existe ni se busca, hasta que al final consigan que "trabajemos" todos gratis. Esto va de personas que dicen que "los usuarios estamos perdiendo y esto solo pasa aquí". NO. Esto va de que el usuario siempre va a tener alternativas de transporte (bus, taxi, metro...) mientras que el trabajador pierde derechos que no recupera, y el precarizado (algunos conductores hasta duermen dentro de sus coches para hacer servicios de VTC 24 horas) ahonda más en su explotación y profundiza en una falta de seguridad para él y los usuarios. Y va de que este conflicto está en toda Europa y que, por ejemplo, justicias poco sospechosas como la de Bélgica, ha prohibido Uber de forma definitiva en Bruselas.

"El cambio llegará, le guste a los gobiernos o no", dijo en el Financial Times el CEO de Cabify, Juan de Antonio. Es decir, no hay interlocución porque, como si esto fuera el salvaje oeste, las normas las dicto "yo" o las hacen a mi medida. De esto va la movida, de situarse por encima de leyes que se exige a una mitad y a otra no; y de unas administraciones que crearon una bolsa de licencias desde la ley Omnibus y un tapón posterior dificil de regular.

Esto no es la pijada que nos venden de economía colaborativa. Economía "colaborativa" sería, en todo caso, cuando participamos con las mismas reglas, cuando todos (personas y empresas, sobre todo) pagamos aquí los impuestos, de forma que todos tengamos acceso a unos servicios públicos para garantizar la dignidad y los derechos humanos. Eso sí es colaborativo, no el individualismo.

Una mujer pasa junto a una columna en Caracas en la que están colocados anuncios de bienes y servicios ofrecidos por particulares. REUTERS/Andres Martinez Casares
Una mujer pasa junto a una columna en Caracas en la que están colocados anuncios de bienes y servicios ofrecidos por particulares. REUTERS/Andres Martinez Casares

Otro caso: Venezuela. Cualquier puede tener su opinión sobre el Gobierno de Venezuela. Pero incluso con un total rechazo al Gobierno de Maduro, por honestidad democrática, con un mínimo conocimiento de la historia de América Latina y cómo ha sido siempre la puerta trasera de EE.UU (además de ser un pueblo colonizado desde siglos) y un mínimo conocimiento de Derecho Internacional, se sabe que el nombramiento de Guaidó a dictado de Estados Unidos es un ataque al país y su soberanía.

Estos días recuerdo mucho aquel acuerdo que propició Zapatero (cuya voz ha desaparecido del debate), que fue firmado por el Gobierno de Venezuela pero no por la oposición. Pensar que ahora había una "negociación" o salida dialogada es una farsa. Trump ya reconoció tener una invitación de Maduro que no aceptó. Borrell ya dijo que no había por parte de la administración norteamericana voluntad de diálogo. Es decir, o es sí o sí, no dan otra opción. Para "adornar" la tensión, hemos visto desde EEUU mensajes de posibles intervenciones militares, de soldados en la frontera con Colombia de forma indirecta o amenazas a Maduro de que puede acabar en Guantánamo.

Para "confirmar" cualquier duda, tenemos el relato de cómo EE.UU es el que mueve a las marionetas, tenemos la aplicación de medidas económicas para asfixiar el país y al propio Estados Unidos reconociendo sin tapujos su interés en el petróleo. Esto no va de derechos humanos. No les importa en el resto del mundo ni los de los emigrantes para los que construye un muro... les va a importar los de Venezuela. Esto va de negocio, de no perdonar la nacionalización de las materias primas de un país y va de ganar beneficios. Esto va, de nuevo, del pez grande, el país más poderoso del mundo, hacia el pez pequeño, como así ha considerado EEUU a todos los países latinoamericanos desde siempre.

Recuerdo, por cierto, el intento de atentado a Maduro en agosto de 2018, y algo más de memoria con el golpe de Estado a Hugo Chávez en 2002, cuyo patrón se repite ahora. Y ojo a lo que puede venir. Un tuit de Ernesto Ekaizer decía: "La Administración Trump estima que sus sanciones supondrán en 2020 un coste -por pérdida de ingresos- de 11.000 millones de dólares para la economía de Venezuela. Es equivalente al 94% de lo que el país gastó en importaciones en 2018. Es decir: ahondar la catástrofe humanitaria".

Y ojo, también, a lo que apuntaba la periodista Olga Rodríguez, la Resolución 2.625 de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1970: "Ningún Estado o grupo de Estados tiene derecho a intervenir directa o indirectamente y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier otro, por lo tanto, no solamente la intervención armada, sino cualquier otra forma de injerencia o de amenaza atentatoria de la personalidad del Estado, o de los elementos políticos, económicos, y culturales que lo constituyen, son violaciones del Derecho Internacional".

En nuestro día a día, vemos cientos de situaciones donde el poder del más grande devora a todo aquello que no lo es. Aunque Venezuela y los taxis son dos de las noticias que más tiempo nos han ocupado, yo no termino de quitarme esta de la cabeza: "Al menos 32 niños han muerto de frío en un campo de refugiados en Siria". Decía la noticia que ese campo ha triplicado su población en solo dos meses, al pasar de 10.000 a 33.000 personas, que llegan "desnutridas y exhaustas", huyendo de zonas controladas durante años por el grupo terrorista Estado Islámico. Y también pienso en si habrá niños a la deriva en nuestras costas, queriendo llegar a una Europa y España que impide que ningún barco pueda rescatarles. Pero claro, ni en mitad del mar ni en mitad de los campos de refugiados hay petróleo y ahí no vende, ni nadie compra, el discurso de los derechos humanos.

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