Otras miradas

Las adolescentes del Estado Islámico

Javier López Astilleros

Documentalista y analista político.

Shamima Begum vive en un campamento de ACNUR de aspecto lamentable. La ropa cuelga como espantajos sobre frágiles cuerdas. Las tiendas están desparramados sobre una superficie devastada. Las calles llenas de barro y suciedad. Esto es lo que ha provocado el mostrenco de la guerra.

Cuando Shamima llegó a Turquía, junto a otras dos amigas, era una adolescente británica de 15 años. Hoy tiene 18 años.

Juntas recorrieron el país, y cruzaron hacia Siria, con el fin de unirse a los "rebeldes". Era otra época. Las fronteras eran dúctiles, y el gobierno de Erdogan alimentaba y formaba a sus extremistas. Hace unos pocos años era fácil encontrar a barbudos circunspectos en las aerolíneas turcas. Todo el mundo sabía que viajaban a Siria vía Turquía.

Fotografía de archivo del 20 de febrero de 2015de Shamima Begum en el aeropuerto de Gatwick (Londres). EFE
Fotografía de archivo del 20 de febrero de 2015de Shamima Begum en el aeropuerto de Gatwick (Londres). EFE

Convertirse en terrorista no debe de ser fácil, aunque esté al alcance de cualquiera. La rabia es un combustible prodigioso capaz de transformar a los mansos en felinos. La soldada y el mesianismo refuerzan estas percepciones, y solidifica las voluntades suicidas o ideológicas.

Que alguien de 15 años tome una decisión así es sorprendente, pero la marginación pertenece a un reino atemporal regido únicamente por las emociones.

Shamina ha perdido a dos niños por malnutrición. Y teme que el tercero muera. ¿Permitirían las autoridades lo sucedido si la chica tuviera un pedigrí 100% británico?. Es probable que un helicóptero acudiera a su rescate.

Hay quienes creen que debe volver al país en el que ha crecido como una joven más. Sin embargo, Shamima ha sido desprovista de la nacionalidad británica.

Los servicios de inteligencia no deben de estar muy preocupados. Incluso ha concedido una entrevista a Sky news. Habla con una voz madura y serena, alejada de todo dramatismo. Considera que todo es un error. Está arrepentida.

La francesa Ghalia Ali también ha sido noticia. Ella no está arrepentida, y no desea volver a las Galias.  "El mundo es ancho", dice la joven. No ve fronteras ni pasaportes, sino excitantes aventuras reales, donde hay religión, política, guerra con muertos, matrimonios y nacimientos. Se siente libre. Es probable que Francia la rechace, aunque la joven fue educada en la república.

La triada semanal la cierra Hoda Muthana, procedente de los EEUU. Su padre era un diplomático yemení. Hoda tiene un bebé, criatura engendrada en los campos del ISIS. Se ha casado tres veces. Al primero de sus maridos lo mataron en la batalla kurda de Kobani.  El papanatas del pelo amarillo ha tuiteado que no la van a dejar entrar en los EEUU.

Hoda dice que malinterpretó la religión, como si todas las religiones fueran exclusivamente pacíficas. Obviamos que todas las creencias e ideologías tienen un componente violento. Debe de ir con la genética humana, de ahí la importancia de las leyes.

Son las mujeres las que quieren volver, y las que merecen nuestra atención mediática. Sin embargo otros muchos hombres han retornado. Entre ellos decenas de españoles. Algunos parecen que  vagan como satélites sin control por la geografía de nuestro país. Medios de nuestros país informaron que 14 de ellos han sido localizados por la ciudadanía. ¿Están las fuerzas de seguridad europeas desbordadas?

Nos falta saber dónde van a trasladar a los chicos del Estados Islámico.  Los guerreros del captagón han trasquilado un país viable. Son como el reino fungi, desconocidos, misteriosos, subterráneos, aparecen tras una noche de lluvia y pesadilla, y a la mañana siguiente ya no están.

Hubo un tiempo en que se contaban por ciento de miles. Eran hordas diversas con un interés común. Recibieron financiación de los países del Golfo. También desde algunos gobiernos democráticos.

Quemaron todo cuanto vieron, y ahora han desaparecido. Son como una plaga misteriosa. Un Levante furioso. Volverán a aparecer con todo su vigor cuando les asignen un nuevo destino, si es que no lo tienen ya.

En descargo de estos guerreros antaño santificados, hay que decir que en una guerra muchos se comportan como terroristas. En ocasiones el terrorismo es simplemente una categoría asociada al reconocimiento de tu enemigo. Es verdad que los terroristas no discriminan entre víctimas e incluso ideologías. Hay diferencias entre una guerra convencional y la violencia terrorista. Pero el objetivo hoy se parece bastante.

Llama la atención la súbita compasión que ha despertado entre el público globalizado la situación de estas madres y adolescentes. Es natural que entre los espectadores se considere que un espacio en conflicto y desastre perpetuo, devorado por la guerra y la corrupción, merezca cierta compasión.

Cada una de estas mujeres han tenido un hijo con hombres que en su mayoría están desaparecidos. Y desean volver a casa para que esos niños sean criados en una democracia hoy acosada. Tal vez los vástagos se conviertan en heraldos de la paz. Algunos mirarán con indiferencia un futuro sin un padre conocido, al que  los manuales de historia llamarán terroristas. Pero también son hijas de Francia, Reino Unido y los Estados Unidos. Puede resultar chocante, pero ese fenómeno que mal se llama yihadismo, tiene un componente ideológico Occidental, asociado a una quimera preñada de idealismo orientalista.

Todas tienen en común que son hijas criadas en países que han intervenido directa o indirectamente en Siria.

Son mujeres violentadas e insensibles a la violencia. Con tan solo unos pocos años, han vivido la brutalidad de varias vidas y muertes. De una juventud alucinada y embrutecida. Y de una maternidad mutilada. Y no solo eso. Quedan en tierra de nadie.

Los que desearon la destrucción del Estado Sirio no han errado el tiro, y han tenido un éxito claro. Hicieron lo mismo en Líbano o en Yemen. Asegurar la paz en las fronteras de los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo tiene que ser a costa de destrozar las infraestructuras políticas, administrativas y civiles de los Estados hostiles. Y castigar a la población no adicta.

Poco importa si en estos desastres se han visto implicados los servicios de inteligencia franceses o británicos, o las múltiples agencias imperiales. Las sociedades multiculturales son extraordinariamente flexibles, y terminan por reconocer a sus elementos díscolos. Luego los científicos sociales tienen la tarea de transformarlos/as en un producto aceptable y arrepentido. Es muy importante estar en el lado correcto de la Historia, y estas mujeres parece que se pueden rehabilitar, y sus hijos transformarse en fieles patriotas.

Pero la destrucción de Siria ha sido premeditada. La prueba está en las declaraciones de políticos del estilo de Laurant Fabius (2012), entre otros muchos. "Bashar no merece estar sobre la faz de la tierra". En público y en privado se felicitaban. A nadie importó el desastre de Irak.

Una inmensa ola de propaganda se coló en los informativos, sin apenas voces críticas. Desde el colapso del país árabe se ha entrado en una especie de muerte súbita en todo lo que respecta a esa guerra.

El poder de la violencia genera una especie de vacío. Porque el extremismo siempre es reversible, como nuestra propia condición. Los chicos del kaslasnikov tienen la habilidad de transmutarse en guerreros de la libertad, o en los más sanguinarios depredadores. Dependen de la propaganda del momento, pero sus mujeres merecen un rescate.

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