Otras miradas

¡Aperread a los indios otra vez!

José Ángel Hidalgo

Funcionario de prisiones, escritor y periodista

Ah, los perros, los feroces alanos: en esta descomunal historia de la Conquista no nos acordamos nada más que de los caballos y de cómo los amerindios se quedaban pasmados ante semejantes centauros, seres sobrenaturales, mitad hombre mitad bestia; qué hermosa estampa la de los jinetes blandiendo sus espadas entre ahuehuetes y guacamayos; hasta Carlos Saura se rinde a la belleza de esos animales inútiles en la selva cuando el loco Aguirre los manda sacrificar en El Dorado, y así mezcla relinchos y degüello con profundos acordes wagnerianos. Muy español, cruel y hermoso: estética para dementes.

'¡Aperread a los indios otra vez!'
'¡Aperread a los indios otra vez!'

Pero los mexicanos sí que se acuerdan de los alanos, sí.

Machete, que así quiere que le llamen, un interno según él con sangre del Yucatán, me lo contaba. "Allí nos acordamos de vuestros perros", y me lo creo: el pánico pervive durante siglos, como en el pueblo judío nunca se borrará la memoria de los pogromos.

(Luego supe que en realidad había nacido en un pueblo de Guatemala, Hueuetenango, pero eso no me desanimó a la hora de atender la historia de las terribles fieras).

Aunque insiste en que le llamen Machete no se parece en nada al conocido actor así apodado, Danny Trejo (el que anuncia las quesadillas). "Con el bigotillo le das un aire más a Cantinflas" le chincho.

A Machete, que está entre nosotros porque le pillaron un alijo de coca en su avioneta (de ruta turística por Cádiz), lo de su presidente Obrador exigiendo perdones a España, no le iba a coger por sorpresa. Entre mexicanos es algo natural ver al gachupín como agente de desgracias, rapaz y despiadado: nos culpan de todo: él, hasta de tener que dedicarse al narcotráfico: "si todo lo robasteis".

'¡Aperread a los indios otra vez!'
'¡Aperread a los indios otra vez!'

En efecto, Machete sabe de sobra lo de los perros de guerra: dejaron mucha huella. Hay una descripción del terror que ocasionaban en el Códice Florentino, "son enormes, de grandes lenguas colgantes; y ojos amarillos que derraman fuego".  Y recuerdo perdurable de uno de ellos, Becerrillo, el más famoso.

Lo cuenta Sánchez Ferlosio en su ensayo Esas Yndias equivocadas y malditas, haciendo memoria del can alabado en las crónicas de Fernández de Oviedo, capaz de detectar "entre doscientos al indio huido de los cristianos, y si se resistía, de despedazarlo".

Este ensayo, publicado por Ferlosio con el ánimo de reventar intelectualmente los festejos del V Centenario de 1992, se lo leí (algunos de sus fragmentos) a Machete: es abstruso, aunque cegador por momentos, de tan sabio y profundo que resulta.

Según ese texto, tuvieron usos diversos los alanos, aunque todos asociados al terror. Como el hijo del famoso Becerrillo, Leoncico, quien tras la batalla de Cuareca en la que fueron masacrados el cacique Torecha y seiscientos de los suyos, la bestia fue azuzada a modo, pues, "Vasco Núñez de Balboa aperreó sin más ni más a cincuenta putos (indios) por invertidos".

Fray Bartolomé de las Casas, defensor de aborígenes (aunque según Menéndez Pidal lo hacía torcidamente, movido más por el odio que sentía por sus paisanos), en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, dice textualmente que "vi que los españoles les echaban los perros a los indios (...) perros bravísimos que les hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco; estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías".

El mismo Balboa, tras torturar a otro cacique llamado Pacra para sonsacarle el escondite del oro, una vez que éste confesara lo que sabía "lo echó a los alanos que lo despedazaron".

Los alanos eran una mezcla de dogo y mastina: al describirlos y contarle estos horrores, se le abrían los ojos como platos a Machete, como si reviviera un miedo cerval y antiquísimo.

Le propuse otra cosa ¿Hablamos de algo positivo, del mestizaje, esa gran obra de amor española? Machete me sonrió avieso: ¡pero si vuestro único empeño fue violar a nuestras mujeres!

Y Ferlosio le daba la razón: la relación siempre fue asimétrica.

"Dónde estaba esa obra de amor (la Conquista) si solo se conocían relaciones de varón español con hembra indígena... ¿estaba en el prostíbulo ambulante que la expedición de Soto llevó desde Florida hasta Carolina del Norte y cuya plantilla de indias tenía que ser constantemente renovada?".

La hembra blanca permaneció étnicamente virgen, subraya  en su ensayo el autor del Alfanhuí. Y por lo tanto concluye que fueron los hombres de la etnia europea dominante procreando con las indias, (quisieran éstas o no), en mayor o menor grado consentida la unión, los que ocasionaron una oportuna templanza demográfica: hacía falta mano de obra para las minas.

Y es que el emprendedor hijodalgo con futuro de miseria en la estepa castellana, un pequeño empresario poseedor de perros y pagador de caballo y armas, no había llegado a las Indias invirtiendo su poco dinero para ensuciarse las manos con el trabajo de la tierra: quería arrebatar oro y plata, todo el que pudiese, llenarse  de la noche al día de gloria y riquezas, matar sin escrúpulo por ello, violar cuanto le viniese en gana: las crónicas de ese horror no dejan lugar a dudas de esa avidez de esplendor y sangre, de esa violencia que nunca se detuvo a lo largo de los siglos ejercida siempre sobre los mismos.

¿Qué ganamos recordando todo esto, Machete?

Por lo pronto no dejarse tomar el pelo por los embaucadores de costumbre: la Historia tiene sus leyes, es una ciencia que no se deja coger tan fácilmente por una interpretación aviesa (tengo mi licenciatura específica, que sé de lo que hablo): cuando se la intenta manosear, tarde o temprano se derrama al suelo como agua que se escurre entre nuestros dedos.

Las fuentes de la Conquista son claras en la descripción descarnada de los hechos, y la meditación sobre ellos, la empatía con los que sufrieron la violencia del Imperio, es la herramienta con la que nunca dejaremos que nos agarren el entendimiento con cantos de gloria falsos, con la que impediremos que nos seduzcan con el tole tole de siempre de los que hoy llaman imbécil (sic) al presidente Obrador (Pérez Reverte): son los mismos personajes haciéndonos tragar una bola más para mantener intacto el éxito rotundo de su propio presente.

¡Necesitan tanto mentir para colocarnos sus cuentos de opresión y privilegios que despedazan con rabia de alanos a los que se los cuestionan!

Machete, ojo, le digo, que no sé yo si volveríamos a aperrear a los indios si hubiera oro por medio que arrebatar: ¡Es una lección científica de la Historia! ¿Acaso lo duda alguien? Machete no: "¡Mira cómo me tenéis los gachupines aquí agarrado en Estremera!

La crónica de la Conquista de América está tan meridiana y ricamente descrita que ciega al que la lee con un mínimo de interés desprejuiciado: nunca hubo tanto testimonio de una crueldad y avaricias tan desatadas, espantos dejados a la posteridad en miles de documentos.

Así que, más allá de la oportunidad política de Obrador (allá él) nunca viene mal releer el gran ensayo de Ferlosio. Y puestos a elegir entre las inmortales industrias de Alfanhuí y el tedio de las andanzas de Alatriste, ciertamente ¿aquí quién es el imbécil?

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