Otras miradas

Tiempos (re)modernos (1): Ganadería intensiva

Isabel Martín Piñeiro

@impineiro

¿Llevas desde que empezaste a trabajar enlazando puestos provisionales de mala muerte con algún oasis efímero de satisfacción laboral? ¿Empiezas a sospechar que emprendedor es en realidad un eufemismo  de "búscate las castañas, valiente" o "si tu cuñada no te enchufa, lo llevas claro"? No te preocupes, no estás solo. Somos una horda de estancados en provisiempres, siempre pobres. Curritos de multinacionales que mantienen unas condiciones laborales que aseguran la superproducción al mínimo coste. Ganadería intensiva, si nos ponemos dramáticos.

La próxima vez que te dé vergüenza ir a la cena de Navidad por si te toca explicar a tu familia  que sigues en las mismas con treintaipico, mándales esta guía. La guía definitiva del sinsentido de las fábricas 3.0. del sur de Europa. A lo largo de un recorrido por las vicisitudes del teleoperador repasaremos los aspectos más importantes de esta nueva cultura laboral que nos devora: grandes corporaciones, infraestructuras, procesos, plantilla, corporativismo, administración de empresa... Si te da pereza leerlo, no lo hagas. Quédate con la cita de Gabino en Amanece que no es poco, modificada para la ocasión. Lo resume todo: "Usted [el CEO, el que compra la visión pajillera de la realidad del emprendedor, el nepotista] nos toca las pelotas y nos vamos, pero, sin embargo, cuando seamos líderes, con todo el poder omnímodo, no nos olvidaremos de que nos toca las pelotas".

Ganadería intensiva

La Gran Corporación es esa multinacional para la que trabajas, aunque en realidad no te quede muy claro qué haces o no le pongas cara a tu jefe. No te preocupes, ellos tampoco saben quién eres tú.

La Gran Corporación. Ilustración: Aleix Gordo Hostau / www.aleixgoho.com
La Gran Corporación. Ilustración: Aleix Gordo Hostau / www.aleixgoho.com

Tengo 30 años y trabajo como teleoperadora para la Gran Corporación. Mi oficina se encuentra en la enésima planta de un rascacielos en el barrio barcelonés de Gloriès, donde todos los despachos se dedican a la atención al cliente en varios idiomas. Mandar emails, recibir emails y fichar. Dar cera, pulir cera. Soy veterana "sénior", aquí gustan los anglicismos, porque llevo 4 meses con ellos, prácticamente desde que llegué a Barcelona. Me acaban de ascender a teleoperadora de nivel 2, un puesto inventado para cuatro de nosotras, como un cinturón amarillo de karate. Me dedico a ayudar a los nuevos y a gestionar casos un poco más complicados de lo normal. Todavía no las tengo todas conmigo ya que en cualquier otro trabajo seguiría siendo una recién llegada, pero esto es como una fábrica de churros. La verdad es que ninguno estamos muy seguros de a qué nos dedicamos exactamente, nos encontramos en medio de una cadena de producción de La Gran Corporación, donde todo se descontextualiza y no vemos ni el principio ni el final del producto. Neofordismo, queridas.

La Gran Corporación es una empresa americana que subcontrata la asistencia al público a compañías de fuera de Estados Unidos porque quiere fomentar el empleo en países con dificultades. En Europa, estos servicios se centran en, como bautizaron los ingleses, los PIGS, acrónimo formado por las iniciales de Portugal, Italia, Grecia y España ("Spain", en inglés), y que también significa CERDOS. Por eso a Inglaterra le va mejor, sencillamente son más ingeniosos que los habitantes de los países menos ricos. Los de los países menos ricos, por nuestra parte, somos grandes amigos de las ventajas fiscales si la multinacional lo merece y de salarios competitivos, para la empresa. Filipinas e India también son potencias de la externalización de la atención al cliente, así que a diario realizamos trámites con colegas de otros departamentos de La Gran Corporación como Filipino John Carlos, mi ciberamigo de aprobación de créditos.

La Gran Corporación, tal y como nos han comentado, está en pleno proceso de expansión y se dedica a contratar, contratar, contratar. Hace un mes, nos mudamos a otra planta para ocuparla sólo nosotros porque ya no cabíamos. Colapsamos los 3 ascensores del rascacielos durante todo el día ya que cada uno tuvo que cargar con su ordenador, teclado y silla, además de lo acumulado en el casillero: un jersey, un paraguas, un táper con lentejas... La estrategia general fue colocar nuestro ajuar sobre las sillas e ir deslizándonos hacia el ascensor. Nos parecíamos un poco a esos vagabundos que llevan la casa dentro de un carrito de supermercado. Esta ampliación del número de trabajadores, así como el traslado, ha resultado en un hecho insólito: hay menos asientos que personas. Sí, a mí también me perturba que las sillas se traspapelen. Primero las mejores y luego las "menos peores" han ido amaneciendo con pegatinas que rezaban "Ally" o "Yolanda, no tocar". También hay mensajes más entusiastas como el del griego: "Claus. Tengo lumbalgia y esta silla es la única que no me da dolor". O "Adisa. Si tocas esta silla te mato [dibujo de una cara sonriendo]", de la africana.

La mitad de los teléfonos, que solo sirven para que fichemos nuestras horas de entrada, salida y descanso porque todo lo gestionamos por email, no funciona porque solo hay una persona encargada de la logística, y está saturada. Por ello, no se puede saber a ciencia cierta a qué hora llega o sale cada trabajador, ni el cómputo total de tiempo que pasa frente al ordenador. No sé si nos entendemos. Lo único que se puede controlar matemáticamente es la productividad.

No me quejo, la verdad es que lo paso bien. Coincido con personas de todas partes, se parece un poco a un Erasmus adulto en el que la mayoría sentimos que estamos en una fase transitoria hasta llegar a lo que verdaderamente nos corresponde. Aunque ya hay quien empieza a peinar canas y la calvicie asoma, quizás este sea el trabajo que nos espera. Un provi-siempre. "Adam, jamás te he visto repetir camisa en el mes que llevas. ¿Ganas dinero extra? ¿Vendes coca?". "No, es que antes de llegar La Gran Corporación se me daba bien la cosa. Esto es temporal". "¡No me digas! y yo que pensaba que siempre quisiste ser teleoperador". Al contrario de lo que uno podría imaginar sobre este tipo de puestos, reina un ambiente de camaradería generalizado y todos estamos unidos ante un objetivo común: hacer que esta etapa sea lo más leve posible. En definitiva, sobrevivir a un trabajo que nadie eligió, que no es disfrutable y que además goza de mala fama. De ahí los múltiples eufemismos para evitar decir "teleoperador": representante de producto, gestor de contact center, agente telefónico... Lograr una curva de productividad que no llame la atención por arriba o por abajo. Sorprendentemente hay conciencia de clase. ¿Qué clase? No la de Marx y Engels, está todavía por definir, pero hay mentalidad de grupo y solidaridad. Los principales responsables de la planta, un holandés y un tico, son "buena onda". Hacen su labor, contienen las ansias de La Gran Corporación en San Francisco, tratan a la gente bien y facilitan la vida lo máximo posible.

Así, nuestro trabajo se convierte en un mal menor porque, salvo notables excepciones, no hay personas especialmente motivadas que crean que van a ascender hasta el infinito y más allá y piensen que están ante la oportunidad laboral de sus vidas. Tampoco hay nadie que considere que el destino de La Gran Corporación recaiga sobre su espalda. Como en la gran parte de los sitios, siempre hay gente que cae mejor o peor, pero en general predomina un ambiente cordial, quizás debido a que hemos asumido que la oficina es un caos y rendimos lo justo y necesario ya que como el buen ganado porcino intensivo que describieron los ingleses, salimos baratos y somos rápidamente sustituibles.

Hay grandes sujetos. Un danés que hace como que trabaja y apareció un día de la nada, sin presentarse, que tiene una gallina por mascota. Un catalán que, por mucho que lo intente, no consigue que le echen porque cuesta más su despido improcedente que mantenerlo; firmó hace mucho un contrato en el que puede entrar en la oficina cuando le plazca siempre que haga sus horas así que a veces entra a la oficina a las cuatro de la mañana, después de haber salido de fiesta. Ally, el Escocés, genio y figura hasta la sepultura, tiene 32 años y estudió Bellas artes. Se sienta a mi izquierda y me ha dibujado un dedo índice amarillo a modo de peineta que tengo en la mesa como quien pone la foto de sus hijos o su Golden Terrier y que no dudo en enseñar a aquel que me busque las cosquillas. Hay historias por doquier, cada cual más variopinta, sobre cómo acabamos en Barcelona, en La Gran Corporación. Europa, África, Asia, América y Oceanía. Puigdemont y la Cruz de los Caídos dan lugar a conversaciones de lo más bizarras. No es lo mismo el Socialismo para un francés que para un nicaragüense. No lo pasamos mal y si uno quiere enterarse, puede llegar a escuchar historias surrealistas, convencionales o que rompen el corazón. Todas con un nexo común, el trabajo de mierda más llevadero de Barcelona.

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