Otras miradas

Culto a la violencia en Colombo

Javier López-Astilleros

Documentalista y analista político

La hipersensibilidad informativa limita la capacidad de reflexión, por eso las pasiones tribales se soliviantan con facilidad. Los resortes de la solidaridad sectaria se activan entre los fieles corporativos, cuando sufren una catástrofe o están de celebración. Así ha sucedido en los atentados en Colombo y Christchurch. Las sectas son como un conjunto de microorganismos que actúan por oposición. Un vez más, la furia salafista de extrema derecha se recrea en el culto a la raza y a la violencia.

La magia de los algoritmos nos transforma también en víctimas sentimentales de una masacre, aunque sea por algunos minutos. Una vez deglutido el suceso, todo vuelve a la más absoluta normalidad, aunque permanece una vaga impresión en el recuerdo y algunas hemerotecas.

No importa el origen del agravio, ni su naturaleza individual. Algunos de los terroristas de Sri Lanka eran ricos y poderosos. Muhamed Yusuf Ibrahim es el padre de dos individuos que se suicidaron. Es uno de los comerciantes más adinerados del país, miembro de Janatha Vimukthi Peramuna, organización política hoy legal, que estuvo implicada en conflictos armados en la década de los 80. Yusuf Ibrahim tiene buenas amistades con miembros del actual Gobierno de Sri Lanka.

Es de esperar que un terrorista se suicide carcomido por la rabia y la ira que genera la pobreza, o la humillación de los marginados. Pero aquí, como en otros casos, tenemos una revuelta dentro del sistema. Porque son los hijos de un magnate con conexiones políticas enormes. Es una guerra abierta entre las élites.

En Sri Lanka asesinaron a una multitud de personas en tres iglesias y tres hoteles. "No vemos cómo una pequeña organización en este país podría hacer todo eso...Ahora estamos investigando su apoyo internacional, sus vínculos, cómo se produjeron los atentados suicidas...", señaló el portavoz del gobierno esrilanqués. Sin embargo, el día 11 de abril la policía fue avisada de un posible atentado. Cuando se produjeron, los representantes de la comunidad musulmana reaccionaron de inmediato, a la espera de consecuencias, porque las va a haber.

Pero la mayor parte de la violencia entre confesiones en el sur de Asia se produce entre budistas y musulmanes. ¿Por qué un ataque contra los cristianos? Representan el 6% de la población de Sri Lanka. No parece que sean una amenaza en ningún sentido. Nuestra perspectiva europea magnífica la situación.

Las minorías solo existen donde ponemos la atención. Se empeñan en cuantificar a las víctimas, y fabricar listas de agravios en función de las estadísticas para conocer la magnitud del desastre, pero obvian algunas variables: en Siria persiguen a los cristianos o a los yazidíes. Atentan contra ellos musulmanes wahabíes, que a la vez están en guerra abierta con musulmanes alevíes, shiíes o ciertos sunies.  Hace unos días los carceleros de Arabia Saudita afilaron sus espadas en la plaza pública. Un total de 36 chiíes murieron de inmediato, tras el preceptivo tajo. Cortar cabezas es un deporte muy extendido entre los adictos wahabitas.

Yama’a Al Tawhid, el grupo terrorista que atentó en Colombo, ostenta una ideología wahabita violenta, pero el homo economicus disculpa esta eventualidad como un mal menor, debido al trasiego de la sociedad de mercado.

Estamos en una rueda difícil de parar. La sociedad del agravio precisa del perdón y de las disculpas permanentes. Hay una competición por reconocerse como la comunidad étnica o religiosa peor tratada. Las agencias cuantifican el dolor y establecen clasificaciones de daños por países y áreas geográficas. El resultado es que las más variadas fobias colonizan la visión del espectador global.

Parece que volvemos al conflicto de identidades, pero la verdadera debacle sigue siendo la monstruosa desigualdad de oportunidades. Y eso tiene una traducción precisa, aparte de los niños y niñas que tienen que malvivir en los vertederos, o el abuso sexual de pequeños y mujeres a consecuencia de la pobreza. Y aquí hay que destacar cómo la ideología transforma una lucha de carácter socio económico, en un conflicto ideológico entre religiones. Observemos como funciona el evangelismo salafista, el vínculo sagrado entre las elites saudíes y el protestantismo anglosajón de los Estados Unidos. Estas dos naciones son terriblemente desiguales. Las dos ejercen una violencia evidente contra sus vecinos, bien por delegación, o acción directa.

Son cleptocracias corruptas, capaces de armar ejércitos privados. Se mofan del terrorismo internacional, porque lo utilizan con total libertad para sus propios intereses. El monopolio de la violencia ya no es patrimonio del Estado, sino de familias mafiosas con un poder incontrolable.

Este desconcierto, más las fallidas propuestas de articular Estados con un ideario islámico (Hermanos Musulmanes), producen que toda la tensión y la ira se sitúe sobre las comunidades musulmanas, que para colmo tienen una opinión más o menos favorable sobre la instauración de un auténtico califato político. Por otro lado, las monarquías "islámicas" hereditarias dejarán de ser viables. Los astros se están alineando para un gran conflicto, si decisiones valientes no lo remedian.

Desbrozar el bosque permite observar que no es disparatado ni incongruente el que grupos ultra liberales como Vox recibieran dinero de los Muyahidin Al Halq, relacionados con atentados terroristas en Oriente Próximo. Buscar el origen de las causas no lleva a los lugares consabidos, y a las geografías de siempre. Es un sistema económico monstruoso que tiene como objetivo la explotación económica, más el espionaje masivo.

Al día de hoy no está muy claro qué ha sucedido en Sri Lanka. Un clérigo radical. Un grupo minúsculo de ideario salafista-wahabita. Dos jóvenes ricos se suicidan y asesinan a una multitud.

Por fortuna Scotland Yard investiga.

Y no es broma.

Más Noticias