Otras miradas

Lacalle vuela de regreso a Transilvania

José Ángel Hidalgo

Funcionario de prisiones, escritor y periodista

El que en esa fallida película de terror popular iba para ministro de Economía, Daniel Lacalle, el ultra televisivo de mirada y verbo feroces, ha decidido de repente hacer entrega de su acta de diputado. Nos ha dado un susto de muerte arrojándose en plena marcha del tren del Congreso: mientras desplegaba su capa para descender ileso sobre el andén, le ha dado tiempo a escribir en Facebook que lo hacía para dejar paso en el partido, "a quienes lo merecen más".

El ya exdiputado del PP, Daniel Lacalle.
El ya exdiputado del PP, Daniel Lacalle.

Casi compungido, ocultando el largo colmillo ideológico en lo que su extractiva mandíbula se lo permite, el gurú español de la donación ininterrumpida de sangre (siempre desde las venas de los menesterosas a los estómagos de los más afortunados) se va a dedicar a partir de ahora a deshacer en ácido clorhídrico lo poco que haya en España de estado del Bienestar.

En efecto, desde lo más alto de su muro de Facebook, que es oscuro y tétrico como el torreón de un castillo transilvánico, Lacalle anuncia que el tiempo que le dejen libre sus negocios privados lo destinará a partir de hoy a la Fundación Concordia y Libertad, entidad nacida en el PP de Casado con la intención de refrescar el aliento que le apesta y mucho a la FAES de Aznar, aquejada de quemaduras graves en el esófago por la acidez que les ocasiona la digestión de la muy correosa Cayetana.

Lo cierto es que, siendo yo un amante del cine de vampiros, me siento decepcionado con el plante que nos da Lacalle. Nos vamos a perder todos sus vuelos nocturnos y acechanzas lanzados desde la cosa pública, aunque hay que entender que la estaca con la que se le ha desanimado era de un calibre espantoso, nunca antes visto en el celuloide: querían obligarle a declarar actividades y beneficios privados ante el Congreso, ¡y sin la compensación plasmática, muy nutritiva, que supondría una cartera ministerial! Y eso no hay noctívago que lo soporte.

Sí, a pesar de mis aversiones y prejuicios, pienso en lo mucho que nos vamos a perder con la dimisión de esta promesa del cine de espantos. Porque repasar escritos y declaraciones de Daniel Lacalle deja casi en mal lugar la obra cumbre de Bram Stoker. Lo de chupar la sangre del cuellecito de una doncella pija es casi un juego de niños al lado de lo que proponen, justifican y, de hecho, vienen haciendo, muchos espectros de la noche como él.

Conforman todos ellos un ‘gang’ muy bien organizado de intelectuales del terror que se dedican desde hace décadas a escribir y escribir los mismos sortilegios (siempre a la luz de la luna) sobre las páginas del mismo libro, el horrible Necro-Economicón. La idea oscura sobre la que van aportando sus recitados, es que el tiempo, los brazos y el intelecto, el sexo y hasta los vástagos de los pobres pertenece por derecho al rico y desahogado, por muy cretino y mamarracho que éste sea: es la regla áurea, la clave que sostiene la bóveda sobre la que descansan sus horrorosas enseñanzas: toda compasión hacia el débil es un derroche; renunciar a atiborrarse de la sangre del menesteroso, una estupidez.

Esas cosas tan de espeluzno, que a mí me hielan el cogote, se pueden leer en letras góticas, capítulo tras capítulo, en ese horroroso libro de los muertos que se empeñan en no dejar en paz a los vivos.

Lacalle es admirador de Peter Schiff, Edmund Phelps, o el terrible Joseph Salerno, todos ellos grandes predictores de catástrofes con las que van haciendo cuenta privada más allá de que acierten o no.

Schiff por ejemplo, acertó con la predicción de la crisis de 2008, hizo negocio desde su chiringuito financiero, y apostó a lo mismo en 2014 anunciando una catástrofe mayor, desacertando en apariencia, pero seguro que como experto chupador, en esta ocasión jugó a la contraria y volvió a empaparse los bolsillos de sangre ajena.

Lo peor de estas malas bestias del ultraliberalismo es que perpetúan con sus despiadadas justificaciones la gran hemorragia que provoca el capitalismo del siglo XXI, un hecho exacerbado de explotación y sufrimiento como nunca antes se había registrado en la historia de la humanidad.

En efecto, como muy bien sabe Lacalle, no hay medicamento que cure la peste que él mismo propaga: él y los suyos la expanden con rictus de hambre desde sus cátedras, negocios de bolsa, fundaciones y medios de comunicación (cuatro chiringuitos que suelen ser una misma cosa).

Pero una vez más es en el buen cine donde vemos retratado el alcance de la malevolencia de estos teóricos; en efecto, todos ellos tienen la eficacia virulenta de las miles ratas que acompañaron en su tétrica navegación al Nosferatu de Werner Herzog: mordida la tripulación, las corrientes del océano las arrastró hasta que la proa de la goleta chocó contra los diques del puerto de Londres: como una plaga bíblica, corrieron los bichos por las calles de la ciudad infectando a sus desprevenidos habitantes con el virus que provoca un gravísimo desfallecimiento moral: los efectos son, para unos, cruel indiferencia para explotar al prójimo; para otros, la misma indiferencia pero para dejarse explotar: toda una metáfora económica.

En fin, que para los que amamos el género de vampiros es una verdadera decepción que Lacalle haya emprendido el vuelo de forma tan inopinada; con cuántos terribles alegatos y enseñanzas no nos hubiera estremecido el feroz economista; qué gran pérdida no poder oírle lanzándolos desde su flamante escaño del Congreso... ¡como alaridos en la noche!

¡Suerte en los negocios!

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