Otras miradas

Ningún bien para la democracia

Pilar Aguilar Carrasco

Analista y crítica de cine

"Esto es como el franquismo" o son "todos iguales". A veces, personas y/o círculos que se consideran de izquierdas lanzan diatribas de este tipo contra la democracia, las instituciones o los políticos.

Críticas y ataques hechos grosso modo, es decir, sin afinar, sin poner ningún dedo en ninguna llaga concreta, ni hacer propuestas alternativas.

Quienes repiten estos mantras generalizadores y algodonosos creen que hablan desde posiciones avanzadas y que su crítica es radical pero deberían, al menos, practicar la hermenéutica de la sospecha y mosquearse ante el grado de coincidencia entre sus lemas y aquellos que incansablemente nos asestaba el franquismo, a saber: que la democracia es un asco, que los políticos son nefastos e inútiles y la política un contubernio repugnante.

Ya oigo la indignación de algunas personas: "Es que yo pido más democracia, no menos. Es que yo pido otra manera de hacer política y otro tipo de políticos". Sí, claro, por supuesto. Pero, que pides eso, lo sabes tú y quienes te conocen...

O sea, si los improperios y lamentos no van acompañados de análisis y propuestas, la crítica sirve tanto para un roto como para un descosido. Y yo diría que, en definitiva, sirve para alentar un rencor primario que, incapaz de articularse en luchas progresistas, llegado el momento, se apunta a soflamas simplistas y fascistoides.

Es decir: el trabajo ideológico de la izquierda debe aunar protestas y propuestas. Y no debe hacer propuestas sin articularlas en argumentos y críticas razonadas, en sólidas explicaciones que agranden la mirada, no que la ofusquen.

Sí, ya sabemos que es trabajo complicado, complejo, difícil.

Pero, si no se hace, la crítica se queda en exabruptos que fomentan el cabreo difuso y dejan el campo listo para que lleguen "los salvadores", prediquen y cosechen.

Dos ejemplos:

  1. El lema "son la casta" (y con esto no estoy arremetiendo contra la política de Podemos) siempre me pareció irreflexivo y oportunista. Entiendo que, en un momento dado, haya que "resumir" y condensar en consignas, pero estas siempre deben ir acompañadas de un sólido entramado ideológico y explicativo. Es decir, antes del "resumen" (antes, al mismo tiempo, continuamente, una y otra vez) es preciso explicar muy bien qué se entiende –en el caso que nos ocupa- por "casta", en qué condiciones y a quién se aplica y, sobre todo, cuáles son las alternativas y medidas concretas que se proponen para que las instituciones funcionen de otro modo.
    ¿Qué ocurre si no? pues ocurre que
    A) a la muletilla se apuntan con entusiasmo sujetos que simplemente odian "a los políticos" pero porque, en el fondo, añoran un caudillo.
    B) quienes echaron leña al fuego, luego se ven consumidos por él. Y que bastó con que se sentaran en un escaño para que muchos los asimilaran, sin pararse en más análisis de contenido, a "la casta".
    Sabemos que realizar un trabajo ideológico de fondo y argumentado implica ir a contrapelo de la cultura dominante pues ésta más bien camina en dirección contraria y fomenta, cada vez más, los flashes impresionistas, los mensajes ingeniosos pero simplificadores, las emociones primarias.
    Sabemos que las redes sociales -los soportes donde más se difunden tales tipos de exabruptos contra la democracia, contra sus organismos y contra los políticos- se prestan poco a análisis sofisticados. Es mucho más fácil hacer un ataque divertido y resultón que argumentarlo. Aclaro: no me opongo al ingenio, ni al humor, ni a las consignas pegadizas; creo, por el contrario que debemos usarlas pero, dadas las limitaciones que implican y conllevan, la izquierda no debe basar su labor ideológica ahí.
  2. Quienes dicen: "Esto es un asco, vivimos una dictadura; igual que el franquismo", pensarán que sus tarascadas son de "superizquierdas" pero, objetivamente, lo que hacen es socavar la democracia y banalizar lo que significa una dictadura.
    Difundir la idea de que una dictadura es "casi como lo que hay" tiene delito (y en nuestro país, donde aún vivimos quienes la sufrimos, es imperdonable). Propagar el "Yo paso; al final todo es igual, amaños entre políticos" es un engaño brutal.
    Muy por el contrario, deberíamos explicar lo que una dictadura implica para la vida cotidiana de cualquier persona. Explicar  exhaustivamente, con pormenores y ejemplos, lo que a la gente de a pie le acarrea: la humillación, la chulería de los "caudillos y caudilletes", la sumisión que exigen, el silencio, la indefensión, el embrutecimiento, el vandalismo institucional...

Nosotras (las personas de izquierda) no debemos hacer críticas de simple rencor. Nuestro deber es acompañar las críticas con propuestas, analizar las consecuencias que conllevan unas u otras políticas, explicar en qué condiciones y cómo puede mejorarse la vida humana (y, de paso, de todo el planeta)...

Es difícil, sí, ya lo dije. Y hay quien no quiere -de ninguna de las maneras- escucharnos, pero nuestra obligación es propagarlo. Y sí, los chistes, los ingenios, los eslóganes también son necesarios pero insuficientes, claramente insuficientes.

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