Otras miradas

Pellizcos de monja

Máximo Pradera

Ingratitud y desprecio. Las dos emociones subyacentes en el conflicto entre Pedro y Pablo. Pedro no ha reconocido nunca en público que, si hoy es Presidente, es porque Pablo le puso a huevo la moción de censura y Pablo le desprecia por ingrato.

– Vale que no seas muy listo, ni tengas cultura política –piensa Pablo– pero al menos, podrías darme las gracias. De bien nacidos es ser agradecidos.

Pedro piensa:

– ¿Y por qué habría de darte las gracias? Siempre he sacado más votos que tú. En 2016,  intentaste el sorpasso y no te salió. A pesar de haber obtenido yo el peor resultado de la historia del PSOE, te gané por 400 mil papeletas. Eres un mal perdedor. En vez de reconocer que te había ganado, lo trataste de vender como un empate técnico. Y atribuiste mi magra victoria a la chiripa. Una sonrisa del destino, lo llamaste. Como si esto fuera Match Point, de Woody Allen. ¿La pelota podría haber caído del otro lado de la red? ¡Maldito arrogante! ¡No entrarás en mi gobierno ni aunque te cortes la coleta.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, conversa con el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, durante su reunión en La Moncloa tras las elecciones del 28-A. FOTO: Pool Moncloa/Fernando Calvo
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, conversa con el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, durante su reunión en La Moncloa tras las elecciones del 28-A. FOTO: Pool Moncloa/Fernando Calvo

¿Quién empezó el maltrato en público? Típica pregunta de pelea entre hermanos. Mamá, empezó él. No nos interesa. No conduce a nada. Lo que importa es que dejen de humillarse delante de todo el mundo. Entre otras cosas, porque pasamos vergüenza ajena. Y hay que erradicar del discurso político las expresiones en las que se hace patente ese desprecio mutuo. Por ejemplo, lo de socio preferente. El PSOE lleva diciendo que Unidas Podemos es socio preferente desde el primer día. El subtexto es que hay cola. Tenemos mogollón de pretendientes.  Somos Scarlett O´Hara en Lo que el viento se llevó. Tú estás primero, porque mis propios militantes me gritaron Con Rivera No, pero al fondo hay un harén. Si os hacéis los ariscos, tenemos a Ciudadanos. O incluso al PP. Nosotros hicimos presidente a Rajoy. Nos la deben. Si os ponéis tontitos, gobernaremos con la abstención del PP.

Pero es mentira. Podemos no es socio preferente, sino imprescindible. Porque la abstención del PP no vale, necesitan también a Ciudadanos. Y Rivera, como Aníbal con los romanos, le ha jurado odio eterno a los sanchistas. Y porque el PSOE va de partido de izquierdas. Somos la izquierda, dicen. Entonces ¿por qué usar esa expresión? Son ganas de humillar al otro. De hacerle ver que es accesorio. O contigente, como decían en Amanece que no es poco.

Pablo da la turra (no en vano se apellida Turrión) con que quiere controlar al Gobierno desde dentro. Como si se pudiese. Es como si un redactor de periódico quisiera ascender a jefe de sección para controlar al director. Es imposible. El poder del director es omnímodo. Como el de un capitán de barco. El del Presidente del Gobierno, lo mismo. El órgano de control del Gobierno es el Congreso, no una celulilla podemita infiltrada en Moncloa. Entonces, si no se puede ¿para qué decir que no te fías?

– Por lo menos, disimule un poco –le dijo Iglesias a Sánchez en la investidura fallida. Porque se le notaba demasiado que quería gobernar en solitario. Pues disimula tú también, Pablo. Di que quieres entrar en el Gobierno porque tienes algo que aportar. Para crear sinergias. La aspirina es más eficaz cuando la combinas con Vitamina C. Y el ácido alfa–lipoico se mezcla de cine con la coenzima Q–10.

¿Hago demasiado psicologismo? Tal vez. Pero el domingo salió un certero artículo de Lucía Abellán en El País que decía que la clave de la geringonça es la sabiduría política de Antonio Costa. Hijo de comunista, conoce la psicología del socio y sabe cómo hablarle. Ha sacado más votos que él, pero no le humilla. Al contrario, le hace sentirse importante.

La clave del pacto de izquierdas no es renunciar a las carteras, es renunciar a las palabras. A ciertas expresiones. A las gratuitas, que molestan y dejan moratón en la piel. Sé de lo que hablo porque soy un virtuoso hiriendo con el verbo. El modista Lorenzo Caprile me dijo una vez que preferiría mil veces una hostia mía que soportar mis dardos verbales. Que se lo pregunten si no a Antonio Naranjo. O a Herman Terstch. Los dos se inventaron agresiones físicas, porque no aguantaban mi lengua de víbora.

Si Pedro y Pablo no son capaces de dejar de humillarse mutuamente, que se desahoguen dándose de hostias. Físicas. En serio, crea mejor rollo. Gregory Peck y Charlton Heston casi se hicieron amigos tras molerse a puñetazos en Horizontes de Grandeza. Aquí habría que hacerlo más nuestro, más carpetovetónico.

Pedro y Pablo en la Pradera de San Isidro. A garrotazo limpio, como en el cuadro de Goya.

Todo, menos este intercambio continuo y estéril de pellizcos de monja.

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