Otras miradas

Cabeza de Vaca y la fuente de Juvencia

Javier López Astilleros

Documentalista y analista político

Es América refugio y amparo de los desesperados de España, Iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de jugadores....engaño común de muchos, y remedio de pocos. ( Miguel de Cervantes, ‘El celoso extremeño’)

The Fall of Mexico es un poema sobre el fin del imperio azteca, escrito por Edward Jermingham en 1775. Los españoles eran caracterizados como seres diabólicos y genocidas, pero gracias a Dios, los ingleses se vengaron tras la derrota de la Armada Invencible. Todos los tópicos y lugares comunes se repiten, y aún hoy retumban, sin cuestionar las evidentes causas de esa animadversión. Sin embargo, la ruina azteca fue posible gracias a los miles indios tlaxcaltecas y huejtozingos, que se aliaron a unos centenares de hispanos en busca de gloria y fortuna.

El problema para evaluar desde una perspectiva moral o ética la conquista de América, ha de contar con las contradicciones y la manipulación de la historia fuera de contexto. Como esto no es sencillo, y en ocasiones ni siquiera posible, una de las pocas certezas es la historia sentimental y subjetiva, por eso de vez en cuando el siroco anti hispánico destruye al ritmo de genocida las estatuas de un mercader ambicioso, y con información privilegiada, como era Colón, o bien las de un pionero franciscano como Junípero Serra.

Los acusadores, consideran que los indígenas son los auténticos protagonistas de la conquista, y no les falta razón. ¿Van a sustituir las esculturas del mercader y universal explorador por la de mestizos, hijos de vencedores y vencidos? Hay quien reclama estatuas para un Moctezuma o Atahualpa, tal y como encontramos en la fachada del Palacio Real de Madrid, pero los descendientes de los indios esclavizados por el azteca o el inca podrían quejarse.

En realidad, la figura del conquistador nada tiene que ver con lo que los ingleses del siglo XIX imaginaban, e incluso resulta extraña la imagen que presentan los libros de texto de siglo XXI.

Parece que las hordas hispánicas llegaron con el Mayflower (1620) a las costas de Virginia, y que planificaron el exterminio total de los indios norteamericanos. Así es la "raza hispánica". Por fortuna, el Western es un documento  audiovisual de gran valor, y es evidente que los indios no parecían humanos para los puritanos colonizadores anglosajones.

El estudio de los acontecimientos históricos es complejo, pero vivimos bajo el régimen del sistema binario, y ya solo quedan consignas.

Pero los hispanos eran habitantes de su tiempo. El mito medieval fue apuntalado por las herramientas de navegación científica, y la tecnología de guerra. Europa vivía la transición entre el símbolo medieval y el humanismo, por eso era natural que Pánfilo de Narváez armara una expedición (1527) hacia esa fuente de juvencia medieval y la ciudad de Cíbola, la capital de Antilla. No le impresionó la advertencia de una mora de Hornachos, quien predijo la aniquilación de la expedición.

"Cuando los moros llegaron en el 711 a la península, siete obispos guerreros y sus seguidores se refugiaron con sus tesoros en Mérida, pero la antigua ciudad romana fue sitiada. Huyeron a  Lisboa, y se adentraron en el mar de las tinieblas". Los lusos dicen que partieron de Oporto. De cualquier manera, los siete mitrados dieron con Cíbola y Quivira. La Crónica del Rey  Rodrigo y la destrucción de España, escrita en el año 1410, popularizó esta historia.

Hernando de Soto también probó fortuna desde la Florida (1537). Partió con cientos de hombres procedentes de las guerras de Italia, y doscientos centauros. En su recorrido hallaron a un español superviviente de la expedición de Narváez. Tenía aspecto de indígena, pero hablaba castellano. Cuidaba las sepulturas indias de los ataques de los pumas. La expedición de Soto recorrió el Misisipi, y ascendió hasta Little Rock, situado en el país de Dorothy, la niña del Mago de Oz que aplastó a la bruja del Este, y pudo calzar sus zapatos plateados. Ella y sus tres acompañantes alcanzaron la ciudad esmeralda, donde el mago Óscar Zoroastro manejaba la tramoya. Sin embargo, la expedición de Hernando de Soto no halló esa ciudad, y volvieron al Virreinato de Nueva España. El explorador murió de unas fiebres, y fue sumergido en el Misisipi.

Vázquez Coronado (1540) también armó a otros centenares de hombres en busca de las ciudades esmeraldas. Desde el Río Bravo, continuó por infinitas llanuras guiados por "el turco", un indio de la tribu pawnee, quien aseguraba conocer Quivira. Dividió a su grupo expedicionario. Visitaron el Gran Cañón del Colorado, y alcanzaron lo que hoy es Kansas. No hallaron esas míticas ciudades en las fronteras del extremo oeste.

Pero no hay mejor ejemplo del periplo de un explorador como el del jerezano Álvar Núñez Cabeza de Vaca, uno de los cuatro supervivientes de la expedición de Narváez. Acompañaban al andaluz Andrés Dorantes, Alonso del Castillo, y Estebanico el Negro, un mauro y esclavo natural de Azemour, en Rabat.

Fueron esclavos errantes en un territorio hueco, despoblado y alucinógeno, convertidos en vagabundos entre decenas de tribus sumidas en la escasez. Cabeza de Vaca sobrevivió como un chamán blanco, y practicaba con sorprendente éxito la fórmula tradicional de las avemarías y los padrenuestros sobre los indios enfermos. El mito de las siete ciudades seguía suspendido de un vacío violento, en espacios de hambre y desolación.

Un espacio tan marginal era propicio para la imaginación estupefaciente. El peyote se convirtió en una droga global, un medio de contacto con las potencias divinas que alcanzó Manila. Este alcaloide dulcificaba la fiebre producida en un espacio discontinuo, una frontera de dudosa ortodoxia: negros, moriscos, marranos, blancos ganapanes, y peones desarrapados, vástagos de una Cibola y Quivira producida por una fantasmagórica invasión sarracena, globalizada por una novela de caballería en el último aliento del Medioevo.

Cabeza de Vaca y sus acompañantes fueron unos desarraigados, auténticos héroes humillados por el hambre, remuertos en la perenne escasez. Iban desnudos, y mudaban la piel dos veces al año, como las serpientes.

En su crónica menciona a Dios a menudo, pero omite a la virgen y a los santos. El jerezano descubrió un Dios abstracto, manifestado de vez en cuando en el estruendo de las manadas de cíbolos. Es así como conocían a los búfalos.

Estebanico repetiría la suicida aventura al servicio de Marcos de Niza, un franciscano adicto al mito de ciudades esmeraldas. El mauro iba acompañado de indios pima, pápago y ópatas. El de Azemour señaló el camino al fraile, marcándolo con cruces. Sin embargo no pudo sobrevivir a los indios zuñi, quiénes lo remataron. El de Niza, en su retorno a Nueva España, aseguró haber alcanzado Cíbola.

Al final del viaje de Cabeza de Vaca, sus náufragos y los indios que lo acompañan, encuentran a Diego de Alcaraz en la costa del Pacífico, quien toma a los nativos como esclavos. ¿Qué pensarían los supervivientes ya asalvajados?

Nada parecía funcionar para la monarquía en las vastas llanuras norteñas. Desde San Agustín y Santa Elena, las primeras ciudades europeas en Norteamérica, se pretendía asegurar la plata de Zacatecas, pero los hachazos indios exterminaban a los españoles.

El andaluz Cabeza de Vaca escribió Naufragios, su viaje de nueve años por las costas y estepas, una crónica que es como una declaración ante notario, en palabras del editor, Juan Gil. Fue también protagonista de Comentarios, escrita por el amanuense Pero Hernández. El segundo viaje lo emprendió con 50 años, desde la península ibérica al Río de la Plata, esta vez como gobernador, lo que le llevó a descubrir las cataratas de Iguazú.

Una vez en Asunción se encuentra ante "el paraíso de Mahoma". No es pecado el fornicio, ni mucho menos la poligamia. Intenta separar a las indias de los cristianos, y disciplinar a los europeos, que no obedecían orden alguna. Trataba de evitar los abusos. El resultado fue su encarcelamiento, y un pleito en la península que cesa cuando muere, solo y pobre.

Tenemos pues a un conquistador humillado y esclavizado por los indios del norte, y encarcelado por sus paisanos en el sur del Imperio. Pero eso no fue motivo para admirar la bravura y nobleza de sus cautivadores de Cíbola, y la dignidad de las indias asunceñas.

Los exploradores eran seres de su tiempo, y en nada se diferenciaban del resto de los europeos. Traducían América a través del espejo del Islam turco, y la experiencia de la conquista peninsular más las cruzadas de tierra santa. Pero se encontraron un mundo nuevo.

En los Cantares Mexicanos, crónica escrita en lengua náhuatl, celebran la victoria tlaxcala y huejotzingo sobre los mexicas. Los españoles ocupan un lugar secundario en la toma de la capital azteca. Es una guerra civil india. Presentan el triunfo hispano como algo incompleto y precario, lleno de necesidades. ¿Fue el mestizaje el único modo de sobrevivir? En definitiva, conquistas hubo muchas, tantas como Américas.

Pueden derribar en los Ángeles y en otros muchos lugares las estatuas al ritmo de genocidas, pero si lo que desean es recobrar la dignidad indígena, hay que apuntar a otro lado, porque la conquista de América solo se puede definir por su complejidad.

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