Otras miradas

El buen comunista

Mario Martínez Zauner

Antropólogo e historiador

Jóvenes manifestantes en el centro de Estocolmo, en la jornada de huelga estudiantil por la crisis climática, llevan una pancarta con la imagen de la activista Greta Thunberg, impulsora del movimiento Friday For Future. EFE / EPA / Claudio Bresciani
Jóvenes manifestantes en el centro de Estocolmo, en la jornada de huelga estudiantil por la crisis climática, llevan una pancarta con la imagen de la activista Greta Thunberg, impulsora del movimiento Friday For Future. EFE / EPA / Claudio Bresciani

Como consecuencia de la protesta global por el clima, algunas voces disonantes han emergido desde la izquierda como crítica hacia lo que podría ser visto como un caballo de Troya neoliberal encarnado en la figura de Greta Thunberg. Hay, es verdad, un cierto fundamento en la sospecha, tanto por la financiación de su viaje transatlántico por parte de BMW y bajo el patrocinio del príncipe de Mónaco,  como por su aparición y pose espectacular en portadas de grandes revistas como Time o GQ. Desde esa perspectiva, Greta puede interpretarse como un subproducto del capitalismo, más que como su intrínseco cuestionamiento.

Su afectado discurso en la ONU ha sido también objeto de críticas e incluso burlas, así como ha dado lugar a actitudes paternalistas concernidas por la figura de una niña demasiado expuesta, incluso manipulada por sus padres. Mientras que quienes la defienden lo hacen resaltando la fuerza de su juventud, valiente y decidida, digna de admirar tanto por la causa que promueve como por la condición que padece, mostrándola ante el mundo como una figura cargada de una fascinante determinación y una enorme capacidad de liderazgo.

Pero todos estos debates diluyen lo realmente importante: el mensaje de Greta. También ahí sus detractores han encontrado un punto para la suspicacia, puesto que según ellos su discurso se construye bajo una vaga apelación a los gobiernos para que pasen a la acción contra el cambio climático sin entrar a profundizar en la verdadera causa, los males y abusos del capitalismo. Algo que sus defensores han refutado señalando lo explícito de su mensaje: "¡Cómo os atrevéis! Estamos a las puertas de una extinción masiva. Todo por vuestras ansias de dinero y por vuestro sueño de crecimiento sin límites". Con una declaración así, salta a la vista, efectivamente, el argumento anticapitalista de Greta.

Pero independientemente de su proyección pública y de la mayor o menor concreción de sus discursos, lo que está claro es que el capitalismo se enfrenta a una contradicción estructural y sistémica que no ha venido de parte de la clase obrera (para disgusto de muchos buenos comunistas), sino por la alteración antropogénica de las condiciones ambientales en el ecosistema terrestre global. La evidencia científica al respecto es ya indiscutible, con lo que da un poco igual si Greta es o no un caballo de Troya del sistema, puesto que este camina indefectiblemente hacia un cambio de paradigma. Lo que importa es la resolución política y económica que se le de a este dilema inaudito.

En ese contexto se enmarca la reaparición del buen comunista, como una peculiar figura política que puede explicarse por tres grandes motivos. En primer lugar, por la brutal ofensiva neoliberal que se desata en los años noventa y culmina en la crisis del 2008, y que ha obligado a las fuerzas progresistas a un repliegue conservador en defensa del planeta, el Estado y el vínculo social. Segundo, por un giro crítico que apunta ciertas carencias en la lucha contra el capitalismo global, al haber concentrado los esfuerzos en luchas identitarias y conquista de derechos civiles, y por haber abandonado el conflicto central entre capital y trabajo y la reivindicación de derechos sociales (la tesis de Daniel Bernabé sobre "la trampa de la diversidad"). Y tercero, por un contexto específico de geopolítica y mercado global, donde el ascenso de la ultraderecha, desde Trump a Salvini, tiene que ver con un repliegue hacia la soberanía nacional y un proteccionismo renovado en un mundo repartido en tres grandes bloques: USA, Alemania y China.

Estos tres factores, socioeconómico, cultural y geopolítico, pueden llegar a explicar la renovación de un comunismo ortodoxo, disciplinado, nacionalista y reacio a la diversidad cultural y el cosmopolitismo. Desde su óptica, alguien como Greta Thunberg constituye la enésima prestidigitación neoliberal para apretar aún más el cinturón de los trabajadores y cargar sobre ellos el peso de la crisis económica y ecológica. Según su postura, ante esa amenaza solo cabe retraerse, denunciar las falsas apariencias, y reconstituir un bloque obrero desde una perspectiva nacional. El único problema que tiene ese planteamiento es que desde la propia fundamentación teórica y práctica del marxismo no puede concebirse una lucha contra el capital que no sea ecologista, internacionalista e irreducible a parámetros obreristas y economicistas. Salvo por esos pequeños detalles, nadie encarna mejor que ellos el auténtico y añejo espíritu del buen comunista.

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