Otras miradas

¿Después de la tormenta llegará la calma? Reflexiones sobre la sentencia y el futuro

Miguel Guillén

Politólogo

Escribo estas líneas, básicamente, porque siempre me ha parecido terapéutico poner negro sobre blanco mis pensamientos, y porque representa un ejercicio muy recomendable ordenar ideas y guardarlas, para volver a leerlas cuando se quiera y comprobar, como me pasa a mí a menudo, que en tal o cual momento pensaba algo que tiempo después matizaría o incluso modificaría de arriba a abajo. Si encima estas reflexiones se pueden publicar y ser útiles a una sola persona, el éxito de la tarea es absoluto. Pasadas ya unas cuantas horas de la intensa jornada del 14 de octubre, quiero plasmar mis sensaciones ante la publicación de la sentencia 459/2019 del Tribunal Supremo y los escenarios que se nos presentan en el futuro más inmediato.

Una parte muy importante de la sociedad catalana se ha indignado al conocer las penas a los líderes independentistas juzgados: 13 años de prisión e inhabilitación absoluta a Junqueras, 12 años a Turull, Romeva y Bassa, 11 años y 6 meses a Forcadell, 10 años y 6 meses a Forn y Rull, 9 años a Sànchez y Cuixart, y multa de 60.000 euros y 1 año y 8 meses de inhabilitación especial a Borràs, Mundó y Vila. Se esperaban que las penas fueran severas y así ha sido, pero tengo que reconocer que personalmente tengo la sensación de que los jueces han tenido en cuenta la realidad política a la hora de redactar la sentencia. Aunque son, repito, severas, muchas personas nos esperábamos que lo fueran mucho más, porque no lo perdamos de vista: el delito de rebelión no aparece en la sentencia, y esta es una gran derrota para la ultraderecha y el ultranacionalismo español en su conjunto, no sólo para la acusación popular en este juicio. Importante: la sentencia no ha dejado satisfecha a ninguna de las partes más polarizadas, un hecho a tener en cuenta. Como dice Kepa Aulestia en un artículo en La Vanguardia, "el independentismo debiera abrirse una vez que pase el shock a una lectura menos apasionada de una sentencia que lo dice casi todo sobre los límites de esa quimera llamada república".

No quiero restar importancia a la contundencia con la que ha actuado el poder judicial a la hora de aplicar la ley (recuperemos el aforismo ciceroniano de summum ius summa iniuria), bajo mi punto de vista excesiva, pero el hecho de que en los próximos meses los diferentes presos puedan empezar a beneficiarse de permisos penitenciarios creo que es destacable, y una vez pasada esta necesaria etapa de luto y emotividad para una gran parte de la sociedad catalana, este hecho comenzará a tomar relevancia. Y ya veremos qué pasa con Junqueras, si finalmente goza de inmunidad parlamentaria al haber sido elegido eurodiputado. Sànchez y Cuixart, si todo va según lo previsto, podrán disfrutar de permisos penitenciarios a principios de año, y creo que esto será una buena noticia, más si tenemos en cuenta que han sido dos años en prisión preventiva sin tener ningún cargo institucional ni haber firmado ningún documento oficial, algo muy difícil de justificar y que los que no tenemos los conocimientos suficientes de las leyes nos cuesta mucho entender, porque estos dos señores han sido condenados por liderar dos organizaciones sociales que convocaron determinadas movilizaciones. Peligroso, muy peligroso. Espero personalmente, desde la más profunda de las discrepancias políticas, que Sànchez y Cuixart puedan volver a reunirse con sus familias lo antes posible. Lo digo de todo corazón, pero también utilizando la cabeza.

Tampoco creo que los procesados ​​no tengan que pagar por los errores que cometieron y por las vulneraciones de las leyes, y por eso no comparto la petición de absolución de las organizaciones políticas y sociales independentistas. Algunos venimos de una tradición más basada en la responsabilidad (los actos que uno comete tienen consecuencias), que en el perdón de raíz judeocristiana (haga lo que haga siempre existe el recurso del perdón). Porque absolver equivaldría a reconocer que no pasó nada de nada aquellos días de otoño de 2017. Todo el mundo sabe que, como mínimo, hubo desobediencia, porque incluso algún abogado defensor lo ha llegado a reconocer en sede judicial, pero aplicar penas de prisión me parece desproporcionado y, lo que es más importante, no ayuda en absoluto a encaminar la solución del conflicto, aunque esta tarea no debería corresponder al poder judicial. ¿Multas económicas e inhabilitaciones, tal vez? No lo sé, eso queda en manos de los jueces. ¿Y después, qué? ¿Indulto? Tras la irresponsable repetición de las elecciones generales habrá que ver qué panorama queda y qué escenarios se abren, porque no se puede descartar nada. Hablar de amnistía, sinceramente, puede ser un concepto potente de cara a poner en marcha una nueva campaña propagandística, pero no creo que sirva para nada más que para intentar cohesionar un movimiento absolutamente dividido en torno a un nuevo significante vacío.

No entiendo demasiado de leyes y ya hace bastantes años que estudié asignaturas de derecho en la universidad, pero palabras como "rebelión" o "sedición" me parecen muy gruesas, máxime cuando todo el mundo sabe que ni ha habido independencia, ni secesión, ni república, ni golpe de estado, ni nada de eso. Y cuando se sabe también que no ha existido violencia en las movilizaciones del independentismo durante los últimos años. Sabemos que todo fue un engaño de unos dirigentes irresponsables y negligentes (con cargo público y también sin él) que jugaron con los sentimientos de muchísima gente y, tal y como llegó a reconocer una ex consellera, "iban de farol". También hay que tener en cuenta que muchos de los acusados ​​(y ahora ya sentenciados) han afirmado en sede judicial que todo tenía un carácter simbólico, que no declararon nada con efectos prácticos y que todo lo hacían para forzar una negociación con el estado que nunca llegó. Sin embargo, sabemos perfectamente que aquellos días de septiembre-octubre de 2017 mucha gente lo pasó mal. Sí, por supuesto, las personas agredidas por la policía el 1 de octubre y en general los participantes en aquella gran movilización, pero también mucha gente que ha vivido bastantes episodios del proceso como una agresión, porque se ha hablado del "pueblo catalán" sin incluirla, y porque se vulneraron los derechos parlamentarios de sus representantes (minoría parlamentaria pero mayoría en voto popular) en las nefastas sesiones del 6 y 7 de septiembre de 2017. Muchas personas, no lo olvidemos, que viven en los barrios obreros de la Cataluña metropolitana, que no son partidarias en general de la independencia, que tienen sus orígenes en otras zonas de las Españas y que se han sentido ignoradas, también por aquellos partidos de izquierdas que supuestamente las tenían que defender y no han tenido la sensación de que haya sido así. El hecho de que muchos dirigentes de estas formaciones sean de clase media y no de clase obrera, que no vivan en los mismos barrios que sus potenciales votantes, hace que a veces se produzcan estas disfunciones. Por eso muchas de estas personas votaron a Ciudadanos en las elecciones autonómicas de diciembre de 2017, un partido que, no lo olvidemos, es el que cuenta con un mayor número de diputados en el Parlament de Catalunya actualmente. Y por eso muchas de estas personas escucharon con alivio las palabras de Felipe de Borbón el día 3 de octubre, por mucho que a algunos pueda sorprender esta afirmación. En definitiva, un drama absoluto para las izquierdas. Aquí la identidad nacional juega un papel determinante, tal y como indican las encuestas disponibles. Francesc-Marc Álvaro lo explica muy bien en su último libro, "Ensayo general de una revuelta", cuando habla de las identidades y dice que una parte muy importante de los catalanes se siente vinculada emocionalmente a España, y que esto el independentismo no lo supo tener en cuenta. Los que tenemos nuestros orígenes en diferentes zonas de las Españas y vivimos en estos barrios obreros sabemos perfectamente a qué se refiere Álvaro. Permitidme que hable del papel de las izquierdas alternativas: hay que preservar este tesoro que representa ser un punto de encuentro de personas con diferentes sensibilidades en la cuestión nacional. Esto hace que este espacio político, eso que algún día debería convertirse en una organización robusta y seria, se parezca más a nuestra sociedad, a nuestras familias, a nuestros grupos de amigos. A veces, sensaciones como la indignación o el desacuerdo hacen que vengan ganas de abandonar la lucha, de romper puentes, de claudicar. No es la solución, esto lo saben mejor que nadie aquellos compañeros más veteranos que se lo jugaron todo en la lucha antifranquista con el PSUC y las CCOO principalmente y que hoy viven con cierto estupor e incluso indignación que les den lecciones personas que no movieron un dedo durante la dictadura, cuando tenían edad de sobra para hacerlo. Hace falta serenidad, calma y habilidad a la hora de buscar un discurso propio, diferenciado, singular y útil, sobre todo útil y que huya de la propaganda, que no haga seguidismo de ninguna tendencia por muy de moda y muy políticamente correcta que pueda parecer, sobre todo a los dirigentes de clase media que a menudo viven muy alejados de los problemas cotidianos de los trabajadores y trabajadoras y de los barrios donde estos viven. Se presenta a menudo el espacio que representan Catalunya en Comú y Podem como "equidistante", de forma peyorativa. Pero como dice muy acertadamente Joan Coscubiela, ser equidistante no significa ser indiferente ni indefinido, porque no se puede caer en la trampa de tener que elegir entre dos bloques excluyentes. El espacio de los Comuns y Podem, pues, es fundamental en Cataluña si algún día se quieren tender puentes y no dinamitar los que puedan quedar. Lo mismo que Unidas Podemos, porque no lo olvidemos: las propuestas deberán venir de Cataluña, pero también del resto de las Españas. Esto es muy importante.

Ahora se abre una nueva etapa, una etapa donde el reconocimiento mutuo debe ser la clave de todo, principalmente entre nuestros representantes institucionales, pero también en la sociedad en su conjunto. Una etapa presidida por la política, porque nunca se debería haber traspasado al poder judicial una responsabilidad de los políticos. Porque el PP tiene probablemente el mayor grado de culpa en todo este empantanamiento, porque nunca ha querido asumir el conflicto con valentía y lo ha dejado pudrir, o lo que es peor, ha echado más leña al fuego. Pero también los principales dirigentes del independentismo obraron con imprudencia e incompetencia, ignorando la opinión de la mayoría de la sociedad catalana, cerrándose en su burbuja y actuando con candidez ante el estado, pensando que éste no actuaría con total contundencia y con todos los medios a su alcance, que son muchos. No había nada preparado para el día después de la declaración (fake) de independencia y no se contaba con ningún tipo de reconocimiento internacional. Muy grave.

Es cierto que llega a continuación una campaña electoral extraordinariamente inflamada y áspera, pero el día 10 de noviembre llegará. Y luego el 11. Llegará un momento en que nuestros representantes políticos deberán hacer política, negociar, pactar. Y ceder, sobre todo ceder. Porque la solución, si es que algún día llega, no dejará totalmente satisfecho a nadie, y esto se debe tener en cuenta. Los sindicalistas sabrán a que me refiero. Por eso hablar de referendos con respuesta binaria o soluciones sencillas me parece, a día de hoy, poco útil y desconectado de la realidad del momento. Como también explica el maestro Coscubiela, hay que pactar el desacuerdo, partiendo de la base de que probablemente no hay una solución a medio plazo, porque el empantanamiento es palmario. Y como esta solución no está a la vista, habrá que ir encontrando microsoluciones que ayuden a ir avanzando. Para llegar un día, ahora sí, a votar el acuerdo al que se haya podido llegar.

Fracasadas las propuestas polarizadoras, ahora más que nunca el papel de las personas y las organizaciones "puente" se presenta imprescindible. Los extremistas de una y otra parte ya han tenido su oportunidad y han fracasado estrepitosamente. Hace falta una renovación de liderazgos en todos los ámbitos. Es difícil, soy consciente, pero hay que pasar de la emotividad y la indignación a la serenidad, a hacer política, sentarse a hablar, establecer espacios de confianza, negociar y buscar soluciones, una a una, reconociendo a quienes piensan diferente, intentando entenderlos sin necesidad de adoptar sus postulados, transaccionando, cediendo y haciendo ceder. Unos defienden la independencia de Cataluña, otros el status quo y otros pensamos que la solución pasa por avanzar hacia un estado federal. Seguramente todos tenemos nuestra parte de razón y todos tendremos que poner nuestras propuestas en lo alto la mesa. Difícil tarea, ¿verdad? Pues no hay otra salida, porque la solución sólo puede ser política si de verdad perseguimos la concordia, la reconciliación y la convivencia. Coraje, decía el ex president José Montilla en su declaración institucional del día 14. Fraternidad es otro concepto que habrá que recuperar. Conceptos que deberán ir acompañados irremediablemente del más importante de todos: po-lí-ti-ca.

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