Otras miradas

Abrid el Valle al amor libre de los jóvenes

José Ángel Hidalgo

Funcionario de prisiones, escritor y periodista

Vista general del Valle de los Caidos, cerca de la localidad madrileña de San Lorenzo de El Escorial. REUTERS/Jon Nazca
Vista general del Valle de los Caidos, cerca de la localidad madrileña de San Lorenzo de El Escorial. REUTERS/Jon Nazca

Qué hacemos con el Valle, ay. Al principio pensaba que la asquerosidad genuina del monumento, el olor a podredumbre que impregna tenaz la flora y riscos del lugar y, sobre todo, eso tan bizarro de que el verdugo haya reposado décadas junto a la huesa caótica de sus ejecutados, era algo valiosísimo que habría de ser preservado como un tesoro que va mucho más allá de su valor artístico, que es menos que nulo.

Así, ‘El Valle no se toca’ me parecía más que un exitoso eslogan para vender productos de botica que alivian una antidemocrática impotencia, el lema de una corriente avanzada partidaria de hacer de ese camposanto un símbolo que ofreciera a la posteridad un testimonio preñado de valor: ¡vean en qué fosas sépticas es capaz de enterrarse la condición humana!, podría ser su corolario, pensaba yo.

Y es que, en efecto, estamos ante una oportunidad única para hacer las cosas bien. En principio estaba convencido de que nada sería más aleccionador para el uso inteligente del Valle que una  rebautización, como lo sería abrirlo al público bajo un cartel que lo significaría con el nombre de Mauthausen de los Caídos.

Era una idea, creía yo, rebosante de ambición humanística, sí, y además sociológica e históricamente impecable. Como estrategia educativa apostaba a que fuera, al fin, eficaz a la hora de impresionar de una vez las mentes recalcitrantes de los que no quieren ver la oscuridad pelágica de nuestra historia.

Dejar las cosas así, intocadas, (excepto los restos humanos, claro) mostrar los vestigios arquitectónicos de la psicótica bestialidad de un régimen que triunfó y dejó este país inmerso en un potaje de odio sin remedio, sería continuar la estela de la didáctica europea en relación al pasado infecto (y aún hoy infeccioso) de sus totalitarismos.

Se sabe que Mauthausen, como Cuelgamuros, fue construido a costa de esclavizar miles de republicanos españoles. Así, pensaba yo durante la mañana de ayer mientras veía fascinado cómo volaban la momia de Franco, que preservar como hacen en Europa los elementos de un campo de exterminio como muestrario del horror para la posteridad, era un dato interesante a tener en cuenta como propuesta para Cuelgamuros.

Hacer las cosas como en Europa está bien, y sin embargo, no me sentía contento con una medida que entendía insuficiente.

Sí, al final concluí que para la reconversión eficaz del Valle, el gran cartel habría que insertarlo dentro de una medida creativa que resultara eficaz pensando en lo más idóneo para sensibilizar a las futuras generaciones: sí, antes que volver a retocar esa dolorosa monstruosidad, ¿cuánto no mejor sería abrir de par en par las puertas del Valle, dejar su entrada expedita para siempre tras expulsar a hisopazos al prior y a su cuadrilla de monjes montaraces?

Sí, pensé que sería bueno que desapareciese toda vigilancia u obstáculo, que se olvidara toda pretensión de conservar el conjunto, y que se permitiese así la libre nidificación de tórtolas, y picazas sobre hachas y aguiluchos legendarios alusivos a un pasado cutre; el retozar feliz de jabalíes bajo las criptas, las meadas de gatos y perros del monte sobre bancos y reclinatorios, serían una prueba de la franca recuperación del lugar para el medio serrano al que pertenece; y como las condiciones de temperatura y humedad son las óptimas, las semillas de las malas hierbas y las de la hierba mejor, irían tomando como suyas las paredes dándoles una pátina de correcta irrelevancia a la pomposa imaginería actual.

Estoy convencido de que esa medida libérrima que mira sin duda más allá de lo inmediato, añadida a la del cartel, animaría a visitar el Valle a nuestra juventud que pronto haría suya esta tumba criminal, como lo hacen siempre los chavales ante cualquier espacio a refugio y en flagrante abandono: ya encontrarían los chicos la manera de dignificar bóvedas y capillas inhumanas de Cuelgamuros con pintadas sicalípticas, falos enormes y corazones atravesados por flechas sin otro yugo que no fuera el del amor.

Sí, ellos serían los que con sus porros y besos con lengua, sus vómitos y defecaciones rotundas, los que corregirían con un sentido de gozo universal los rictus hipócritas de criminales y beatos que todavía siguen queriéndonos asustar.

Nadie me negará que con la alegría de nuestros adolescentes retumbando entre aquellas naves excavadas en la entraña más oscura de la piedra, el eco que aún revuela de la carcajada granítica de los verdugos pronto sería silenciado con las risas de unos chavales empeñados en tocarse, felices de poderse amar.

Que los jóvenes bailen sobre tumba tan tremenda, que follen sin medida, que rían como locos mientras fuman hachís sobre el que fuera hoyo inmundo del dictador: ese es el mejor legado del Valle a la posteridad. ¡Bastaría un cartel y, tras abrir para siempre las puertas de Cuelgamuros, echar las llaves al pantano de Valmayor!

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