Otras miradas

Los derechos humanos no son extremistas

Ana Bernal-Triviño

Aunque parezca obvio decir esto, vivimos tiempos en los que hay que recordarlo ante el panorama en el que nos encontramos.

¿A quién le explicaron en la escuela (uno por uno) los derechos humanos o los derechos de la Constitución? No solo mencionarlos y pasar de puntillas por ellos. Me refiero a explicar el por qué nace ese derecho, qué ocurrió antes para llegar hasta él y los riesgos a los que ahora se enfrenta por nuestra situación política. Supongo, visto el panorama, que pocos. Y, ¿qué ocurre con una sociedad a la que no se le enseña sus propios derechos? Que, en el fondo, a lo que se le enseña es a no defenderlos. Lo que no se conoce, lo que no se traslada como una obligación de permanencia y de patrimonio social, no se puede reclamar ni proteger.

Así hemos llegado a hoy día donde se recae una y otra vez, con los portavoces de determinada prensa, en mensajes donde se estigmatizan y criminalizan los propios derechos.

Situaciones donde se da a entender que la defensa de los derechos es una cuestión de extremistas radicales, no una obligación ciudadana de compromiso democrático.

Situaciones donde se compara al que ataca un derecho con quien lo está defendiendo.

Situaciones donde se hablan de derechos como privilegios, cuando es el punto de partida mínimo para la dignidad de cualquier ser humano.

Porque no es lo mismo ordenar un desahucio, que evitar y recordar el derecho a una vivienda digna. Porque no es lo mismo agredir verbal o físicamente a una persona homosexual que reclamar los derechos LGTBI y rechazar a aquellos grupos políticos cómplices que apoyan ese ataque. Porque no es lo mismo promover bulos machistas que quienes denuncian esa mentira y negacionismo para evitar que se dañe a las víctimas de violencia de género. Porque no es lo mismo privatizar servicios de la sanidad pública que defender y señalar a quienes se enriquecen a costa de ese derecho. No se pueden presentar las dos realidades como "extremistas" cuando lo extremo es el recorte de esos derechos y no su defensa, que es digna y una responsabilidad cívica.

Defender los derechos no es ser radical ni extremista, es exigir lo que es justo. Esto va también por todos aquellos que se llenan la boca de ser "constitucionalistas" pero que se olvidan de repasar los derechos que no les interesan. Y no se puede permitir tampoco, en aras de la libertad de expresión, el cuestionamiento de derechos que conllevan mensajes de odio. Y cuando se llega a esto, es algo tan obvio, y tan de cultura democrática (en la que otros países nos llevan bastante avance) que debería ser el marco de referencia mínimo, independientemente de la ideología. Porque, de hacerlo, esos partidos son cómplices de prender la mecha. Decía Angela Merkel el otro día que la libertad de expresión sí tiene límites, y comienza "cuando se propaga el odio. Empiezan cuando la dignidad de otra persona es violada". Algunos políticos de derechas podrían grabarse esto a fuego.

Hoy, día diez de diciembre, es el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un marco de convivencia mínimo que, de no respetarlo y defenderlo, hará que todos los avances construidos salten por los aires. Se empieza dominando el relato y se acaba en el miedo. Recuerdo estos días el legado de José Saramago cuando dio origen a su "Carta Universal de los Deberes y Obligaciones de las personas". En aquel momento, Saramago ya mencionaba algo tan evidente hoy:

"Este medio siglo no parece que los Gobiernos hayan hecho por los derechos humanos todo aquello a lo que moralmente, cuando no por la fuerza de la ley, estaban obligados. Las injusticias se multiplican en el mundo, las desigualdades se agravan, la ignorancia crece, la miseria se expande".

Por eso, en un día como hoy, invito a que lean aquella carta de deberes y obligaciones, adaptadas a los años que vivimos, con sus particularidades. Unos derechos de justicia social que debemos asumir y comprometernos a su defensa. No por nosotros mismos, sino por una responsabilidad colectiva y democrática que demuestre que su ciudadanía está por encima de la ceguera de algunos políticos y de la peligrosidad a la que nos exponen.

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