Otras miradas

Dakar sangriento

Ina Robles

Bombero expedientado por negarse a cargar armas con destino a Arabia Saudí

Ina Robles

Cuentan los nostálgicos que el París-Dakar ya no es lo mismo. Recuerdan aquella prueba sin apenas organización en la que reinaba la solidaridad entre los conductores, donde se buscaba la victoria, pero no a cualquier precio, y nadie pasaba de largo ante un competidor en apuros. Todo aquello se perdió según la carrera iba poco a poco dejando de ser un reto para convertirse en un lucrativo negocio. Primero vendió París al mejor postor y la ciudad del amor se cayó de su nombre. Luego cruzó el charco, siempre cobrando un canon a los países por los que pasaba, que fueron abandonando la prueba dada su escasa rentabilidad. En 2019 quedaba solo Perú, que gastó 20 millones de dólares con cargo a su maltrecho presupuesto de Educación, 6 millones acabaron diréctamente en la cuenta de la organización del rally. Para este 2020, el Dakar ha dado un paso de gigante y casi ha triplicado esa cifra, logrando un contrato de 15 millones de euros anuales durante 5 años.

Arabia Saudí es uno de los países más represivos del mundo, donde el adulterio, el robo, la apostasía, el consumo de drogas o la "brujería" están penados con la decapitación, pena que también sufren activistas, sobre todo mujeres que reivindican sus derechos. Fuera de sus fronteras, destaca su liderazgo en la devastación de Yemen, país sobre el que el Príncipe Mohamed bin Salman dijo "Queremos que los yemeníes tiemblen cuando escuchen el nombre de Arabia Saudí", y lo ha conseguido, convirtiendo a Yemen en la mayor catástrofe humanitaria del planeta, con más de 85.000 niños y niñas muertos en cuatro años, según la Organización Save The Children. Por ello Naciones Unidas tuvo que incluir en 2017 a Arabia Saudí en la lista negra de grupos que asesinan a niños.

La monarquía wahabí no se está comprando un rally con el que presumir ante sus vecinos, está pagando una operación de blanqueo de cara al exterior al módico precio de 15 millones de euros al año durante 5 años, por cierto, calderilla comparado con los 40 millones al año durante 3 años que pagará por la celebración allí de nuestra Supercopa de fútbol. Por 45 millones de euros se compra la complicidad de Fernando Alonso, Carlos Sainz o Nani Roma. Por 120 millones la de Ramos, Piqué, Messi o Morata.

En enero de 2018 la campeona Anna Muzychuk renunció a acudir al campeonato del mundo de Ajedrez en Arabia Saudí, perdiendo con ello todos sus títulos y un premio de 150.000 euros, una enorme fortuna para ella. Puede parecer duro hablar de complicidad, pero el blanqueo a genocidas es una elección y nuestros deportistas pueden decidir de qué lado están, si del lado de miles de inocentes masacrados o del lado del dinero manchado de petróleo y sangre. Todos lo tienen claro, eligen el dinero, y eso les convierte en cómplices.

Pero nada sería del Dakar o la Supercopa si no hubiera nadie allí para contarlo, todo buen blanqueo necesita su propaganda. Pronto han olvidado los cientos de periodistas que cubrirán estos eventos el asesinato de su compañero, el periodista del New York Times Jamal Khashoggi, ordenado por el propio Mohamed bin Salman. Por refrescarles la memoria, aunque de nada servirá; le citaron allí para entregarle los papeles de su boda, y mientras su prometida esperaba fuera, lo descuartizaron vivo y lo sacaron en varias maletas. Periodistas blanqueando a asesinos de periodistas.

Manda el capital, hay poco que se pueda hacer. Los empresarios firmarán sus jugosos contratos y nuestros más destacados deportistas irán a Arabia Saudí a fotografiarse sonrientes con los genocidas a cambio de su paga, mientras tanto, los periodistas sin escrúpulos buscarán a empujones el mejor perfil del príncipe que se dedica a asesinar a sus compañeros. Solo hay una manera de que no ganen, quitar el último eslabón de la cadena. Y ese eslabón eres tú: espectador, lector u oyente. Hay algo que solo tú puedes hacer, y no cuesta nada, es solo un pequeño gesto insignificante: cambia de canal.

Más Noticias