Otras miradas

De miserias y política

Andrea Momoitio

Generalmente todo lo que escribo pasa bastante desapercibido. A mí me cuesta compartir mis textos porque siempre temo parecer ególatra. Además, si os digo la verdad, creo que la difusión es responsabilidad de cada medio y no de las autoras. La precariedad que inunda el periodismo hoy nos lleva a tener que promocionar nuestro trabajo con más ahínco del que nos corresponde. Supongo que, al final, todas acabamos haciéndolo por miedo a que no nos vuelvan a llamar. Bueno, al lío. Hace un par de semanas escribí un texto que, por decirlo vulgarmente, lo petó. El éxito me ha sentado de maravilla, claro, pero me ha dado también unos cuantos quebraderos de cabeza. Me alegra profundamente el interés que suscita entre las feministas el amor entre amigas. Me tranquiliza y me da una paz difícil de explicar. La que necesito yo ahora, supongo. Eso sí, desde que se publicó y cada vez que veo que alguien lo comparte, varias palabras planean sobre mi cabeza desordenada: intimidad, exposición, responsabilidad. Marguerite Duras dijo que no se puede escribir sin la fuerza del cuerpo y lo cierto es que, al menos para mí, es muy complicado escribir sin mostrar mis heridas. Pero insisto:  intimidad, exposición, responsabilidad. Yo escribo para ganar dinero, pero también para entenderme. A veces, aprovecho para mimarme y, otras veces, para castigarme un poquito. Eso sí, deseo fuerte que algunas de mis palabras resuenen en alguien y, por qué no, me encantaría saber que alguna vez han calmado alguna tormenta. Ni más ni menos.  Mi terapetuta dice que hay que ser muy valiente para hacerlo, pero yo creo que sólo es cuestión de tener la oportunidad de hacerlo.

No dimensioné bien la proyección que podría tener el texto, ni el miedo que me iba a entrar después. El caso es que escribí sobre el amor a las amigas, el texto os gustó y ahora muchísima gente que no lo sabía ya sabe que he roto con mi pareja, que me he mudado y que vivo con una tal M. Me han saltado todas las alarmas, que se han convertido después en preguntas para las que todavía no tengo respuestas claras: ¿Expongo a mi gente cuando escribo? ¿Qué pensará mi ex de todo eso? ¿Y mi familia? ¿Respeto mi intimidad y la de mi entorno? ¿Merece la pena hablar de lo que me pasa para hacer textos más cercanos y accesibles? ¿Alguien se habrá enfadado tras leerme? ¿Qué busco cuando me expongo? ¿Ante quién lo hago? ¿Por qué lo hago? Eso es lo único que tengo claro: porque no sé hacer otra cosa. Quiero contar historias y no quiero irme lejos para hacerlo. Quiero hablar de mis vecinas y de mi madre, de mis amigas, de mi barrio, de lo que me pasa a mí. De todo eso que nos pasa a nosotras porque, simplemente, nos pasa a todas. Sin más misterio ni mérito. Sí, debe ser que me expongo.

Para mí, que he sentido muchas veces que violaban mi intimidad y pisoteaban mis límites, es muy importante poder controlar qué cuento y qué me guardo, pero tengo que reconocer que solo puedo esconderme en el silencio. En el fondo, no acabo de entender bien qué significa exponerse ni cómo podría evitarlo. Hace unos años, poco después de dejarlo con la que era mi novia entonces, una conocida se me acercó para preguntarme qué pensaba ella de mi exposición en redes. Era aquella época en la que en Facebook se daban debates interesantes y no violentos. Aquel comentario, que recibí como un reproche, aún me ronda cada vez que escribo, pero es que a mí el concepto de intimidad se me desdibuja y, sobre todo, se me desescribe. Ahí está la trampa. Podría guardarme si no escribiera, pero, si escribo, la verdad brota entre medias tintas. Solo, eso sí, si escribo de las cosas que a mí también me pasan; si escribo del desarrollo de la berza es otra historia. Más lenta, claro. Trato de no mentir, aunque a veces omita algunas verdades o busque sinónimos y siglas que las protejan. Trato de no mentir aunque los textos siempre acaban siendo más ajenos a la realidad de lo que puede parecer a primera vista. Escribir no es siempre protestar, pero siempre es mostrarse vulnerable. Decía también Duras que "la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida."

Estos días, con el runrún en la cabeza, he tenido la oportunidad de hablar del tema con mis amigas más cercanas, que han recogido con cariño mis miedos y me han jaleado: "Es bonito ver cómo politizas las cosas que te pasan", me dijo A. Ellas, que conocen bien mis miserias, leen entre líneas y entienden que los relatos nunca alcanzan todos los matices, que las palabras se transforman para alejarse de la pura realidad y tratar de convertirse en una narración ajena a nosotras aunque sea tan propia. Desde el feminismo hemos dicho infinidad de veces que lo personal es político, pero lo personal sólo es político si lo politizas; si lo arrancas de ti, lo moldeas y lo ofreces. Politizar tus vivencias significa reconocer en tus problemas personales patrones sociales y culturales. Buscar en ti lo repetido, lo que no es solo tuyo, aunque sea tu cuerpo el que lo esté encarnando en ese momento. No. Lo personal no siempre es político, pero podemos hacer que lo sea: contándolo en la asamblea, hablando con tus amigas, escribiendo, reconociendo tus responsabilidades, asumiendo errores, reconociendo patrones de conducta, miedos enraizados, señalando los ejes de opresión que nos atraviesan ante cada vivencia, encarando.

La cultura de las redes en la que vivo sumergida, como periodista feminista y como usuaria, ha cambiado por completo qué se entiende por intimidad y nos ha convertido a todas en protagonistas de historias para otras. Cada comentario que publicas en Facebook, cada foto que subes a Instagram o cada mensajito de amor que envías a alguien por Twitter configuran nuestra identidad digital y construyen un relato de nosotras mismas para otras. Es importante asumir que perdemos el control de nuestro propio relato porque, en definitiva, no es tan nuestro como parece. Si escribes en un medio de comunicación, aunque sea una humilde columna como esta, ese relato se nos escapa todavía con más facilidad. Llega y resuena en otras que no saben quién eres. La escritura en primera persona, un campo tan explorado por las mujeres, sigue teniendo muchos claroscuros. Las lectoras tenéis otros desafíos porque, al fin y al cabo, ni miento ni digo la verdad. Solo escribo.

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