Otras miradas

Los tres pecados de la radio

Máximo Pradera

Pixabay
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La ONU tiene muchos días internacionales. En teoría, sirven para llamar nuestra atención sobre determinados problemas. Algunos días son muy curiosos. Por ejemplo, el Día de las Legumbres. No sabía que las lentejas fueran un problema. Al menos en España. ¿Y qué decir del Día del Francés? Del idioma, ojo, no de la fellatio. ¿Por qué el francés tiene día y el alemán o el italiano no?

Hoy es el Día Mundial de la Radio. Julia Otero, con la que me río desde que presentaba Las Tardes de Julia, nos ha hecho una propuesta singular a todos sus colaboradores: un swinging laboral. Cada uno de nosotros se intercambiará con un compañero para desempeñar sus funciones. El experimento tendrá lugar esta tarde. A mí me ha tocado suplantar a un naturalista, José Luis Gallego. Dado que mi mente está enferma y sesgada, me ocuparé solo de los problemas sexuales de los animales. Por ejemplo, el del llamado pingüino Juanito. Obtiene sexo, sí, pero ¿a qué precio?

Lo sabremos esta tarde.

Si ahora viniera Antonio Guterres (Secretario General de la ONU) a preguntarme cuáles son para mí los problemas de la radio en España, le diría que hay tres: el exceso de propaganda, el exceso de publicidad y el exceso de conservadurismo.

Voy de adelante hacia atrás, que para eso soy Cáncer.

El exceso de conservadurismo: el miedo a innovar. El periodista Javier del Pino lo denuncia siempre que puede. Consiste, a mi leal saber y entender, en hacer periodismo de declaraciones. Es el más barato que hay y las radios comerciales son ya bancos con antena. Han perdido mucha libertad, por esclavizarse a la cuenta de resultados. Los contenidos del informativo o del programa los marcan los políticos, no los periodistas. Horas y horas de radio dedicadas a comentar la última chorrada de Arrimadas o el penúltimo exabrupto de Ábalos. Lo comentan los tertulianos y luego el director del espacio llama a otro político de signo contrario para que diga una segunda chorrada sobre la primera. Y así, en plan teléfono escacharrao, hasta el infinito y más allá. Luego tiene que venir el relator de la ONU a sacarnos los colores y a recordarnos que de lo que hay que hablar es de otra cosa.

Otro síntoma de conservadurismo en la radio es la obsesión por lo previsible. Es la razón por las que los directivos de las radios desconfían de mí: nunca se sabe por dónde va a salir el montaraz Pradera. Jorge de Antón, primer director de Sinfo Radio, me confesó una vez que durante los primeros tres meses de mi programa Ciclos (que se convirtió luego en el favorito de la audiencia), escuchaba a diario las grabaciones (todavía en cinta abierta en el ´94) y cortaba (con la tijerita que llevaban de serie los Studer) aquellos comentarios políticamente incorrectos, susceptibles de traerle problemas con sus jefes. Cuando me llegó el éxito, el gran Jorge, que en paz descanse, mandó las tijeras a tomar viento.

El exceso de publicidad resulta aún más abusivo y lesivo para el oyente de radio que para el espectador de televisión. En la tele, por lo menos, te dicen de cuánto va ser el corte. En la radio, pueden ser dos minutos o veinte. ¡Allá películas! Con el añadido de que en publicidad televisiva, aún puedes encontrar algún tesoro, mientras que la de radio es directamente de encefalograma plano. El precio de que Perico de los Palotes o Fulanita de Tal, estrellas rutilantes de la radio comercial, ganen una indecente cantidad de pasta al año lo paga el oyente. Sobre cuyos oídos, los camiones de basura publicitaria vierten todos los días cantidades ingentes de desperdicios. Y lo paga también el programa, que se abarata con tanta cuña cutre.

¿Qué decir del exceso de propaganda? Hoy me he levantado con Herrera el Somalí diciendo por antena que la ley de eutanasia que va a aprobar el Congreso es tan progre como una ablación de clítoris. La técnica del ex de Mariló (a quien está superando ya en insustancialidad y bocachanclismo) es tan burda como insultante para cualquier inteligencia media. Consiste en incluir en la misma frase palabras mayores, como asesinato o ablación, para que por contigüidad en la oración, contaminen de ilegalidad a los vocablos adyacentes. Con los que (¿hace falta decirlo?) tienen en común lo que el culo con las témporas. Son los coronavirus verbales de La Caverna. Incluso periodistas que escribían bien, como el malogrado David Gistau, usaban esta técnica. Recuerdo una vez que comparó el viaje en Falcon de Pedro Sánchez al concierto de The Killers con la escena de la ópera de Pretty Woman. La imagen no venía cuento, porque, para empezar, Begoña Gómez viajó a Castellón por sus propios medios. Pero era su manera de decir que el Presidente se ha llevado a su putita en avión al palco y arrancar unas carcajadas a los Sostres y Revertes de este mundo.

Me voy corriendo ya con mi adorada Julia. No se pierdan esta tarde (entre las 18 y las 19 horas) el drama sexual del Antechinus de cola negra. Que abordaré con la seriedad y el rigor de un David Attenborough de las ondas.

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