Otras miradas

¡Que soy compañero!

Máximo Pradera

Imagen de la película 'Primera plan' de Billy Wilder.
Imagen de la película 'Primera plan' de Billy Wilder.

Tengo sentimientos encontrados sobre el modo en que se ejerce el periodismo en España. Hay días en que me transformo en Billy Wilder y veo a mis colegas como los desaprensivos buitres carroñeros que retrató el mítico director estadounidense en Primera Plana o El Gran Carnaval. Otros, en cambio, me enorgullezco tanto de mis compañeros, que me pasaría el día repartiendo entre ellos Premios Pulitzer.

Un caso para sentirse orgulloso, que está además muy reciente, es el del expresidente de la Agencia EFE, Fernando Garea. Prefirió perder su poltrona y su más que generoso estipendio antes que ceder a las presiones del Secretario de Estado de Comunicación. Que es lo mismo que decir del Presidente Sánchez, porque Miguel Ángel Oliver es solo un esbirro. Capaz de publicar un día aquellas fotos ignominiosas de las manos del Presidente que marcan la determinación del Gobierno y al otro, de acuchillar a un periodista independiente bajo el toldo de una terraza de Rodilla.

Oliver es el Miguel Ángel Rodríguez de la izquierda. Garea le dijo me planto y con su gesto, arriesgó un sueldo, que con la retribución variable, puede llegar a los 150.000 euros. ¿Sabía que su actitud le podía costar el puesto?  Es altamente probable, porque Garea es perro viejo. Se tuvo que ir de El País porque Caño y sus sicarios habían convertido el diario de Javier Pradera en un panfleto infumable.

El caso opuesto es el de Rubén Amón, un sobrevalorado opinador que nos avergonzó a todos hace meses con su fanática defensa de Plácido Domingo. Alguien ha decidido que Amón escribe bien porque usa y abusa de un recurso latinizante y viejuno que es colocar el sujeto al final de la oración: muchas y variadas son las virtudes del broncíneo tenor madrileño. A mí me resulta tan risible como agotador. Me consta que cuando estalló el escándalo Plácido Domingo, Amón se personó en el despacho de Soledad Gallego, directora de EL PAÍS, y le espetó:

–Quiero que me publiques una entrevista con Domingo.

La respuesta de Sol fue impecable:

–Me parece buena idea publicar una entrevista con Domingo, pero no se la puedes hacer tú.

–¿Por qué no? – preguntó el cultureta, que todo lo que sabe de ópera lo ignora de deontología profesional.

–Por la misma razón que a mí jamás se me ocurriría hacerle una entrevista a Manuela Carmena: porque es amiga mía.

La reacción de Amón fue digna de una diva operística y se marchó del periódico. Como si en vez de recordarle el manual del buen periodista, Sol le hubiera impuesto una censura.

Hoy leo en la cuenta de Twitter de Rubén Amón el siguiente comentario:

He defendido a Plácido Domingo. Lo hice porque creí en la palabra de amigo. Y porque me convencieron todos los argumentos que me expuso en privado. No puedo arrepentirme de creer en un amigo. Ni de haberlo defendido.

Tras haber intentado dejar bien a Plácido Domingo por puro interés, ahora el que quiere quedar bien es él. Amón pretende pasar a la pequeña (y mezquina) historia del periodismo como el amigo fiel. No puedo arrepentirme de creer en un amigo es una frase siniestra. Implica que no solo has ignorado las más elementales normas del periodismo, sino que seguirás haciéndolo, porque en tu escala de valores, la amistad es más importante que la deontología profesional.

Hay dos concepciones de la amistad, la mafiosa y la aristotélica. La mafiosa dice un amigo es aquel a quien le cuentas que has matado a una persona y te ofrece ayuda para deshacerte del cadáver. La aristotélica dice Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.

Pongo la tele y veo a reporteros solitarios, informado desde lugares desiertos, pertrechados de guantes y mascarilla, Como si el coronavirus pululara por el éter, cual polvo sahariano en suspensión. Periodistas españoles, que siembran el pánico entre la población, al trasladar la idea a una población sin criterio (la que se informa por la tele) de que puedes contagiarte solo por respirar aire lombardo. Me imagino al director de informativos, treinta segundos antes de la conexión. Amenazando al pobre reportero por el micrófono de órdenes:

–¡Ponte la mascarilla! ¡Ponte la puta mascarilla, joder, que si no, no te doy paso!

Luego veo a Lorenzo Milá en TVE y su espléndida cobertura de la epidemia desde Italia y se me pasa el cabreo.

Billy Wilder siempre fue un exagerado.

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