Otras miradas

Violadores sin derecho de pernada

Sonia Vivas

Policía en excedencia y activista feminista

Manifestación contra las violaciones en Canet de Mar (Barcelona). EFE
Manifestación contra las violaciones en Canet de Mar (Barcelona). EFE

Que la nueva Ley de Libertad Sexual reciba hostias por todas partes no es algo que nos sorprenda a las feministas sino todo lo contrario. Era de esperar.

¿Dónde se ha visto que un grupo de mujeres expertas en la materia saquen adelante una ley que niega el derecho de los hombres a violarnos con jolgorio, regocijo e impunidad?

¿Dónde se ha visto tanto descaro y osadía? ¿De dónde sale eso de la libertad sexual?

No sé a dónde vamos a ir a parar...

Vivimos en una sociedad que entiende que el punto de partida de toda agresión sexual a una mujer es conservar, por encima de cualquier cosa, la presunción de inocencia del agresor. Ese precepto que es una garantía jurídica necesaria y absolutamente imprescindible para nuestra higiene democrática, no puede ser nunca la herramienta con la que pisotear los derechos de las víctimas, cosa que se hace de manera constante, colocándolas como poseedoras indiscutibles de la duda.

Nuestro Sistema entiende que el punto de partida siempre es el de: "un hombre que es inocente hasta que se demuestre lo contrario y una mujer que miente hasta que logre convencernos a todos de que no lo hace". Decir también que, pese a conseguir una sentencia que demuestre la agresión, el patriarcado nunca acaba de contemplarlas como víctimas de pleno derecho. Sobre ellas siempre subyace la idea de que algo habrían hecho para incitar o dar a entender que quería recibir su ración de carne fresca.

Y ese paradigma, esa idea, ese estereotipo mental imperante que permite que las mujeres seamos victimizadas de mil maneras distintas por contar lo que nos han hecho, es lo que quiere cambiar la nueva ley. Y claro, genera resistencias.

Resistencias de aliados que no son tal, resistencias de los que entienden el acoso como forma de establecer relaciones, resistencias de los que violan a chicas ebrias cada fin de semana a la salida de las discotecas, resistencias de los que fuerzan a sus mujeres con la excusa del contrato matrimonial, resistencias de los que entienden la ley como un acto electoral que les coloca detrás, resistencias del sistema prostitucional, resistencias de los que entienden la violencia y el acoso como forma de ligar, resistencias de los que buscan el voto de todos los anteriores, resistencias del Sistema que no quiere cambiar su forma de funcionar. Y por supuesto, resistencias de mujeres, que como buenas Guardianas del patriarcado, se oponen a la ley para recibir por "efecto reflejo" un poco del poder que ostentan sus compañeros.

La norma, en esencia, pretende acabar con las preguntas acusatorias sobre la vestimenta, sobre si cerró bien las piernas o sobre si se defendió de manera contundente. Cuestionamientos todos ellos, que nos llevan a entender que, si pelamos la cebolla de la agresión capa a capa, y nos quedamos con el corazón del bulbo, tendremos en nuestra mano la idea primigenia de que: nuestro "no" es siempre un "sí" velado", y que por lo tanto somos responsables de las violencias que padecemos.

El movimiento de las mujeres ha tenido que explicar a viva voz en las puertas de los juzgados y de los tribunales de nuestro país, que, si nos drogan y nos violan, eso nunca puede ser catalogado como un abuso. Y que la violencia tiene muchas caras, muchos repertorios y muchos modos distintos de funcionar y operar contra nosotras.

Mujeres que han desgarrado sus gargantas ante las injusticias diarias y constantes que sufrimos, llevando por bandera el lema "hermana yo sí te creo", hasta conseguir marcar las agendas políticas a nivel nacional.

La ley ataca el derecho consolidado históricamente y normalizado en la sociedad, de que los hombres pueden disponer de nuestros cuerpos y eso, compañeras y compañeros, es apuntar al monstruo y dispararle a la cabeza.

En definitiva, la ley traslada al papel las consignas feministas que dicen que "sólo sí es sí", gritos que reivindican el hecho de que las mujeres somos personas, sin condicionantes adverbiales de posesión.

Hagámonos fuertes ante la ofensiva, cerremos con sororidad, amor, respeto y concordia nuestras filas, para resistir el viento y la tormenta que la valentía de las nuestras han desatado.

Entendamos los ataques como victorias, como faros que alumbran la senda y el camino que nos lleva a puerto seguro.

Sepamos que, así como pasó con otras leyes pioneras como la del aborto o la del divorcio, el tiempo nos colocará donde sin duda estaremos. Porque todas juntas escribimos la historia de los logros de la lucha pacífica y heroica por lograr nuestros derechos.

Como la ley del aborto, la ley del divorcio o la ley contra la violencia de género, tendremos que resistir para que el tiempo nos dé la razón y se vea que la apuesta era ganar la batalla.

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