Otras miradas

Coronavirus, cura sana, cura sana…

Luis Moreno

Profesor de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Noelia, trabajadora y autora de la obra gráfica en el escaparate de la farmacia La Salud de Lugo, cuyo leit motiv es el coronavirus. EFE/ Eliseo Trigo
Noelia, trabajadora y autora de la obra gráfica en el escaparate de la farmacia La Salud de Lugo, cuyo leit motiv es el coronavirus. EFE/ Eliseo Trigo

.. si no se cura hoy se curará mañana... Así rezaba la cancioncilla que solía recitarse a los niños ante cualquier contusión o herida menor. ¿Podría suceder así en el caso del Coronavirus? A juzgar por la gran alarma social que se ha generado en países como Italia, donde se han cerrado escuelas y universidades, parece poco probable que se atenúe a corto plazo el miedo de las gentes a contagiarse por el agente patógeno.

Más allá de los rasgos, fisonomía y efectos del Covid-19 se ha instalado en nuestras sociedades ‘avanzadas’ un temor generalizado a infectarse y, eventualmente, morir irremisiblemente a causa de ello. El homo economicus auspiciado por el siempre triunfante neoliberalismo ha quedado paralizado en sus expectativas de armonía vital ante la aparición del inesperado virus. Es como si un mundo de felicidad compulsiva se hubiera desmoronado ante las expectativas de progreso y prosperidad. O sea, como si hubiéramos retrocedido a épocas pasadas de pestes y temibles pandemias que se creían superadas. Como sucedió con la infame ‘gripe española’.

En realidad la Spanish flu no tenía nada de española, pero fue responsable al final de la Guerra Mundial de la muerte de unos 50 millones de personas. Algunos cálculos elevan semejante cifra a casi 100 millones. ¿Somos capaces de interiorizar dichas magnitudes y compararlas con los, por ejemplo, 150 fallecidos en Italia en las últimas semanas? Conviene recordar que la ‘gripe española’ de entonces causó más estragos que la propia contienda mundial. Se estima que, entre 1914 a 1919, la guerra costó la vida de 10 a 31 millones de personas, entre civiles y militares.

¿Se justifica el fulgor del último virus letal con el monopolio informativo sobre sus avances y consecuencias? Los telegiornali (telediarios) transalpinos ocupan más de su media hora habitual a las derivaciones periodísticas del Coronavirus. Y es que en el mundo mundial que vivimos en tiempo real no parecen existir otros temas de equivalentes efectos económicos, políticos y sociales.

El hecho de que en 2019 murieran en Italia 1.500 personas en accidentes de tráfico apenas se menciona en reportajes del mismo modo a como sucede con noticias como las del Covid-19. Simplemente se oculta. No sucede lo mismo con el número de anuncios de coches y SUV (por sólo 250 euros al mes, según rezan las campañas publicitarias) que inundan los medios comunicacionales. Hoy en día quien no conduce en la ciudad un todoterreno 4x4 no ha alcanzado el estatus de triunfador en nuestra sociedad postindustrial de winners and losers.

El inefable presidente Trump (four more years?) lanzaba su última ‘perla cultivada’ de que ante la amenaza del Coronavirus sólo cabía rezar. Si incluimos a los agnósticos de todo pelaje que en el mundo somos, sería justo convenir que es necesario el rezo, pero no necesariamente dedicado a los poderes providenciales de aquellos que creen en dioses omnipotentes. Basta con rezar a los investigadores epidemiológicos y los que se empeñan en hallar vacunas apropiadas para combatir al volátil virus.

Como bien apuntaba un reciente editorial del New York Times, las armas no bélicas que nos provee la ciencia son las únicas de que disponemos para confrontar los retos ominosos que nos agitan ante nuestros ojos los media y las insaciables redes sociales. Sucede que las permanentes breaking news se olvidan con desvergonzada facilidad de las amenazas ambientales, ya anunciadas desde hace decenios, pero que encajan malamente con la película de nuestras vidas hipermodernas en países de alto consumo (como España). Mientras, los científicos siguen ahí, a la espera de más apoyo y medios que posibiliten sus hallazgos para preservar la salud de nuestras sociedades. Y evitando caer en una indeseable mercantilización de la salud, como apuntaba The Guardian hace unos días, con la compra millonaria por parte de las aseguradoras privadas estadounidenses de los registros e historiales clínicos de más de 55 millones de usuarios del Servicio Nacional de la Salud británico (NHS).

Los científicos siguen ahí para recordarnos que no podemos olvidarnos de ellos, ni de sus avisos sobre los desmanes y destrucción que el capitalismo global está efectuando de manera frívola y sistemática en nuestra querida Gaia. El propio Trump reiteraba hace pocas fechas su fe negacionista ante el cambio climático. ¿Hay alguno de los lectores de estas líneas que aún se atreva ahora a mantener semejante postura antediluviana?

Sí, nuestra esperanza y confianza es que aquellos científicos e investigadores sujetos no sólo a los tortuosos procesos de revisión de pares académicos, sino también a las burocracias inauditas que interfieren en la actividad investigadora, como es el caso de España, sean capaces de con su raciocinio, rigor y competencia de encontrar un remedio para controlar al Covid-19. Deseemos que, si no se cura hoy, lo haga mañana. Porque sin ciencia no hay futuro.

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