Otras miradas

La vacuna

Chema Crespo

Director general y de relaciones institucionales de 'Público'

No hace tanto tiempo, cuando todavía escribíamos cartas, el inicio de las misivas incorporaba un formalismo: "Espero que al recibo de la presente todos os encontréis bien. Nosotros bien, gracias a dios". Ya no escribimos cartas, si acaso emails y millones de wasaps. No hay tiempo, ni espacio, para recrearnos en viejos formalismos ya olvidados. Hasta que nos llegó la pandemia.

Con la premura de las urgencias, con la ansiedad de saber en tiempo real todo lo que acontece y con la necesidad de recibir respuesta inmediata, con todo ello, no hay whatsapp que no comience con un "¿estás bien? ¿Los tuyos bien?" Para finalizar con un "cuídate mucho", "nos veremos en cuanto esto acabe". Como me recuerda al viejo "espero que al recibo de la presente...". De repente nos hemos vacunado de urgencias y de inmediatez.

En tan solo 15 días hemos encontrado tiempo, es verdad que ahora nos sobra aunque no queramos, pero sobre todo ganas de interesarnos por el otro. Ya sea familiar - eso no lo habíamos perdido del todo, amigo, eso no se pierde nunca - o simplemente conocido. Esto último es lo más llamativo para mí. De repente hemos tomado conciencia, verdadera conciencia, de cuantos nos rodean, que siempre estuvieron ahí, y a los que prestábamos la mínima atención que nos exigía la proximidad. Primer efecto benéfico del maldito virus.

A medida que pasan los días vamos experimentando sensaciones que han evolucionado de la incredulidad (a mí esto no me toca), al miedo (me acabará tocando), a la ira (hasta cuándo), a la solidaridad (me gustaría ayudar), a la esperanza (ya falta menos). Todas ellas inherentes al ser humano pero que estos días afloran con la máxima intensidad y que no nos cuesta expresar en voz alta. Dicen los expertos que expresar las emociones nos ayuda a mejorar como seres humanos, por tanto, segundo efecto benéfico del maldito virus.

Observo también, seguramente a consecuencia de mi confinamiento, cómo estamos aprendiendo a relativizarlo todo. De repente, todo lo que hasta ayer era inaplazable, imprescindible, inevitable...ha dejado de serlo. Por primera vez en montones de años nos hemos fijado un objetivo común a cuya consecución supeditamos todo lo demás. Aquí encuentro algunos matices que me resultan irrelevantes por la miseria moral de quienes los protagonizan y que son una raquítica minoría.

Por tanto, tercer efecto benéfico del maldito virus. Hemos dejado de lado el yo para ceder el paso al nosotros. El modelo de sociedad que hemos creado no ha sido capaz de erradicar el viejo - para mí vigente - concepto de clases sociales. Si acaso lo ha disimulado un poco. Hasta que llegó la pandemia. Nadie ha hecho más por igualarnos que el maldito virus. No ha respetado a nadie. Ricos o pobres, españoles o extranjeros, jóvenes o mayores, aunque aquí se haya cebado con nuestros mayores a los que tanto debemos, famosos o anónimos, aunque ningún ser humano es anónimo.

Por tanto, un nuevo efecto beneficioso del maldito virus: una enorme vacuna de humildad para una sociedad que creía tener casi todo resuelto. Solíamos pensar que lo que es de todos no es de nadie y por eso no hay necesidad de cuidarlo. Hasta que llegó el maldito virus. Con el batacazo hemos asimilado que aquello que es de todos hay que mimarlo y protegerlo como el bien más precioso que tengamos. Me estoy refiriendo a los servicios públicos, ¡a todos! Pero esta vez de la forma más contundente a los servicios sanitarios, a los servicios asistenciales, a nuestras fuerzas de seguridad...

No es poco el aplauso diario que les dedicamos desde nuestras ventanas. Pero no es suficiente ni mucho menos. De esta debemos salir vacunados del sálvese quien pueda. Porque esta vez sí, y no es la primera, o nos salvamos juntos o no se salva nadie. ¿Lo olvidaremos en cuanto se nos pase el susto? ¿Lo olvidarán aquellos en quienes depositamos nuestra confianza? La verdad es que, si no aprendemos la lección, entonces el maldito virus habrá triunfado y no habrá vacuna que lo derrote.

Pero eso no va a suceder. A pesar del reiterado aforismo de que el hombre es el único ser vivo capaz de tropezar varias veces en la misma piedra, lo que estamos viviendo con esta pandemia nos está dejando lecciones que sabremos aprovechar para prevenir en el futuro. Sí, prevenir es el objetivo, prevención es el concepto que debemos incorporar a la nueva sociedad que se alumbra. Es evidente que siempre estaremos sujetos a eventualidades que generarán emergencias. Y es evidente que esas eventualidades exigirán esfuerzos extraordinarios que no siempre seremos capaces de resolver con diligencia.

Estar prevenidos para todo y en todo momento es una vana aspiración. No lo es, sin embargo, ser conscientes de las carencias, de las debilidades y, consecuencia de ese conocimiento, estar preparados para reaccionar con diligencia. Debemos abandonar la falsa ensoñación de que nuestros sistemas, esencialmente públicos, nos resolverán los problemas de forma instantánea cuando estos se planteen. Nunca ha sido verdad y nunca será posible.

Asumir esa realidad nos reforzará en el compromiso de valorar lo conseguido, no tolerar retrocesos, y exigir permanentemente su actualización con el claro objetivo de minimizar los riesgos y de forma muy especial evitar las exclusiones.

Caemos en la tentación de justificar la gravedad de lo que sucede como si fuera algo nuevo, nunca visto y que por tanto nos obliga a entender las dificultades para combatirlo con eficacia. No es verdad.

Episodios similares se repiten a lo largo de la historia con alguna frecuencia. Ahora mismo todos nos hemos especializado en la mal llamada gripe española de 1918. Centenares de miles de muertos en España y millones en Europa. Los remedios, los mismos; los despliegues para los cuidados, similares; las imágenes de los archivos idénticas...solo que en blanco y negro.

¿Estoy diciendo con esto que no hemos aprendido nada, que no hemos avanzado nada? En absoluto. Donde en el siglo pasado la pandemia se concretó en millones de víctimas, ahora se concretará en miles. Donde el combate duró años ahora durará meses. Donde la información llegaba a unos pocos en blanco y negro, ahora llega a todos en tiempo real y a todo color por redes de fibra óptica.

Claro que estamos mucho mejor preparados, pero no es suficiente porque en nuestra mano estaba tener los medios materiales y humanos a punto para ser activados cuando la evidencia de la pandemia era eso, una evidencia, y no "un mero riesgo de...".

Porque declarada la emergencia hemos tenido que hacer frente a la misma como si efectivamente pensáramos que esto no iba a volver a suceder. Y sólo el factor humano, el compromiso personal y el sacrificio de los servidores públicos, está logrando que esta batalla se vaya a ganar.

Alguna vez he dicho que la felicidad consiste en pagar su sueldo a los bomberos para que no tengan que trabajar. Cuando suena por las calles la sirena de las ambulancias, como la de los bomberos, rápidamente lo asociamos a que algo grave ha sucedido y deseamos que lleguen a tiempo de ayudar a resolver el problema. Por eso es tan importante tenerlos siempre a punto, preparados para las emergencias, bien dotados del material necesario y permanentemente pertrechados y valorados.

Esa es la prevención a la que me he querido referir. Que esto hay que pagarlo no me cabe ninguna duda. Y que esto hay que priorizarlo siempre, estoy convencido.
Nos han machacado sistemáticamente con que vivimos en una sociedad cuyo bienestar no nos podemos permitir. Que el dinero está mejor en el bolsillo del contribuyente que en los servicios públicos. Que los impuestos son una lacra que se nutre de nuestro esfuerzo, que la crisis (financiera) del 2008 nos dio una lección que no debemos olvidar y que por tanto el ahorro es la única garantía de bienestar. ¡Qué falsedad! Nadie puede cuestionar las bondades del ahorro y la austeridad en los comportamientos individuales.  Forma parte de la previsión a la que me vengo refiriendo. Pero ¿Qué sucede cuando la mayoría vive instalada en la más estricta austeridad porque sencillamente no llega a fin de mes? ¿Se les puede argumentar, además, que sólo ahorrando tendrán certezas sobre su futuro? Me parece un absoluto sarcasmo. Y esta pandemia lo está demostrando. Una lección más del maldito virus que ojalá convirtamos en vacuna para el futuro.

¿Hay esperanza?

Claro que la hay. Siempre la ha habido. Y además resulta que sabemos lo que hay que hacer. Está diseñado. La Segunda Guerra Mundial fue el punto de no retorno a lo que nunca debió suceder.

Se forjaron alianzas para derrotar sobre el terreno al enemigo común y se crearon estructuras supranacionales para afrontar en adelante de forma conjunta los problemas. Las Sociedad de Naciones reconvertida en Naciones Unidas fue el primer paso y en nuestro ámbito la Unión Europea significó la máxima expresión de la lección aprendida.

Nuestro país, aunque tarde como en tantas ocasiones, está plenamente incorporado a estas estructuras. Y nos ha venido bien y al resto de Europa también. A veces hay quien duda y hasta cuestiona con mala fe, la conveniencia de nuestro compromiso europeo. Claro que ha habido decepciones, claro que se nos han aplicado recetas que seguramente no eran las adecuadas, claro que estamos en una fase en que parece que se tambalea el proyecto común europeo. Ahí entra de nuevo en juego la necesidad de prevenir en la que tanto me he permitido insistir como fórmula magistral de la vacuna que estamos obligados a encontrar.

Estos días estamos asistiendo con estupor al duro debate que se vive entre los países que integramos la Unión. Me recuerda al vivido en la crisis del 2008. Es muy sencillo, hay quienes defienden el sálvese quien pueda, y los que defendemos que solo nos salvaremos juntos. En 2008 perdimos los ciudadanos, curiosamente los únicos no culpables. En esta ocasión no va a suceder lo mismo. El debate está servido y se saldrá de él sin ganadores ni perdedores. Porque a diferencia de la crisis (financiera) de 2008, el maldito virus nos ha hecho también iguales a los del norte y a los del sur, a los calvinistas y a los cristianos, a los mediterráneos y a los de las nieblas del norte.

Estamos hablando de una crisis humanitaria que no nos viene de fuera sino que está instalada entre nosotros.

A ver si al final le vamos a deber un favor al maldito virus cuando encontremos la verdadera vacuna de nuestros males.

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