Otras miradas

"El tiempo era lo único que existía"

Javier López Astilleros

Documentalista y analista político

Pixabay.
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Definir el tiempo es muy difícil porque es una variable esencialmente subjetiva. Hay quien lo concibe de un modo lineal, un proceso relacionado con la edad biológica de los seres vivos. Otras lo vinculan a la circularidad, un producto de la naturaleza terrestre, como un bucle adosado a un reloj biológico.

Einstein consideró que el tiempo está unido a las otras tres dimensiones espaciales, y que depende de la situación del observador, lo que le llevó a formular las teorías de la relatividad.

En El fin del tiempo el documentalista Peter Mettler escribe: "Al principio no había tiempo, en otras palabras, el tiempo era lo único que existía". Mettler viaja a hasta el Gran Colisionador de Hadrones, (LHC por sus siglas en inglés), construido por el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), que cuenta con una estructura de 27 kilómetros de túneles y 9.300 imanes a -271ºC. En su interior, cuando colisionan haces de iones de plomo, se generan temperaturas 100.000 veces superiores a la existente en el núcleo del sol. Miles de científicos estudian una ingente información sobre el origen de partículas primitivas que supuestamente surgieron tras una gran explosión, dotadas con la capacidad de la ubicuidad y sin una posición definida en el espacio.

Es saludable soñar con el origen del universo con un LHC mayestático, ahora que proliferan seres y entes tóxicos por doquier. Sin embargo, estas investigaciones, cuanto más ambiciosas son, más impotencia transmiten. Tal vez por eso Mettler busca en Detroit, antigua tierra de chamanes, el origen y la naturaleza del tiempo. Porque esta ciudad es una buena metáfora del reinado subjetivo del tiempo. "En este teatro un día perfeccionaron los Ford. Era un tiempo en que los salarios eran los suficientemente altos como para que la gente comprara lo que producía". El rugido y el poder de la industria norteamericana del automóvil en ahora un silencioso y apacible vergel de casas abandonadas y desempleados.

Toda búsqueda de la naturaleza original lo es también del origen del tiempo. Grandes telescopios apuntan a la belleza extrema del firmamento. Sus lentes son como los ojos de un niño perdidos en una selva sin fin. En la obra de Metller, el tiempo es una sustancia sin definición, por eso el magma se desliza sobre paisajes que poco a poco transforma y devora, mientras se forma una nueva tierra.

Otro obra de interés que explora la naturaleza del tiempo y la física es The End of Quantum Reality (Katheryne Thomas, Rick Delano, 2020), dedicada a la vida del físico y matemático Wolfgang Smith. Y apuntan a uno de los principales conflictos de la física: la concepción einsteniana del espacio-tiempo y la física cuántica. Por eso, científicos como Michio Kaku señalan la clave esencial: "la teoría de lo grande es la relatividad, de agujeros negros y big bangs, es decir, las cosas que podemos ver en el espacio. Luego está la teoría cuántica y la teoría del átomo. Pero cuando juntamos las dos, es donde las apuestas fallan". En la obra señalan el descubrimiento de Werner Heisenberg (1901-1976) quien concibió las "partículas" cuánticas como matrices, un mundo de potencialidades corporizadas tras una paradoja: entre el ser y el no ser.

Las partículas toman la existencia de un modo abrupto, una vez que se miden y observan, lo que desbarata las leyes de Einstein. Todo apunta a un cambio de paradigma que también se refleja en el mundo de las computadoras: los ordenadores cuánticos pueden sustituir el orden binario.

La percepción del tiempo como una diagonal que atraviesa los estados de la existencia es como la aguja que hila un vestido que se hace y deshace a la vez. El tiempo transforma ciudades industriosas en vergeles de soledad y abandono. Es probable que esos obreros cualificados de la Ford imaginaran parques verdes, paseos tranquilos, y un aire limpio que respirar. Algunas fábricas se convirtieron en teatros, y éstos, en simples aparcamientos de coches en naves moribundas. El tiempo, en su paroxismo cuantitativo, se convirtió en dinero. Mientras, en algún lugar de Asia, construían esas mismas cadenas de montaje en un proceso múltiple y simultáneo de transformación.

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