Otras miradas

1973

Pablo Bustinduy

La primera ministra británica, Margaret Thatcher, con el presidente de EE UU, Ronald Reagan, en la Casa Blanca en 1987. /AP
La primera ministra británica, Margaret Thatcher, con el presidente de EE UU, Ronald Reagan, en la Casa Blanca en 1987. /AP

Entre formidables tensiones geopolíticas -Vietnam, Yom Kippur, la revolución iraní- la década de los 70 vio sacudirse todo; el sistema energético, el patrón oro, los años dorados del New Deal y el capitalismo social. Recordamos a Thatcher y Reagan como los artífices de la gran revolución neoliberal, pero en realidad ellos vinieron después, como sanción de una victoria ideológica y cultural que en gran medida ya se había producido. La nueva derecha surgida entonces logró lo que la izquierda del 68 solo pudo desear: reconstruir el orden social de la posguerra. Quizá el ciclo que ahora se cierra naciera con aquella crisis mundial del 73; el mundo quebrado en el que vivimos tiene su origen en aquel proyecto político de reconstrucción.

El neoliberalismo entrelazó un proyecto de orden geopolítico, el de la globalización, con un nuevo contrato social. Ambas ideas estaban profundamente relacionadas; debilitar el Estado social keynesiano era de hecho una condición para poder rehacer el mundo como un entramado de relaciones económicas supuestamente libres e independientes. Europa sirvió como laboratorio y vanguardia de aquella ‘liberación’ de las fuerzas del mercado que terminaría por hacer la política innecesaria. Un Estado disminuido en sus funciones, restringido por normas y autoridades externas que le dictan el ámbito de lo posible, pierde su función social y responde antes a las demandas del orden ‘global’ de los mercados financieros que a las de su ciudadanía. Acabada la Guerra Fría, esta lógica se nos acabaría imponiendo como un destino.

Hoy ese proyecto geopolítico y social agoniza ante nuestros ojos. La crisis actual anticipa una rearticulación profunda del capitalismo global y del funcionamiento de las democracias liberales. Los Estados redescubren capacidades y responsabilidades económicas; Europa se imagina como un sujeto político federal; intuimos a qué se parecerá un orden mundial alejado del unilateralismo norteamericano. Sin embargo, todas esas transformaciones se dan de forma improvisada y deslavazada, como si carecieran de coherencia y de contexto histórico. Hoy la imaginación neoliberal no sabe qué hacer con la deuda, con la relocalización productiva, con la intervención de empresas, con la transición industrial. Es una crisis adicional a la de la estructura económica del mundo: la crisis de su imaginación ideológica y política. En el momento en que necesitaría un nuevo Bretton Woods, la globalización parece haber perdido la capacidad de pensarse a sí misma.

Por eso en los próximos años la batalla ideológica y cultural por la reconstrucción será tan importante como su ejecución política. Quizá la tarea intelectual más urgente para las fuerzas progresistas sea imaginar un orden geopolítico y un modo de funcionamiento del Estado capaz de responder a los desafíos esenciales de la crisis: la democratización del sistema financiero; cómo recuperar la capacidad impositiva sobre los flujos internacionales de capital, y en especial sobre los paraísos fiscales; modos de emprender la transición ecológica y la transformación tecnológica e industrial; la definición de un nuevo modelo de bienestar y de nuevas formas de redistribución. Quizá la tarea más urgente consista precisamente en recorrer hacia delante el trayecto inverso al de la crisis del 73.

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