Otras miradas

Bo Jo y el revólver de la UE

Luis Moreno

Profesor de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

El primer ministro británico Boris Johnson, en el Parlamento. REUTERS
El primer ministro británico Boris Johnson, en el Parlamento. REUTERS

Según el inefable Boris Johnson la UE dispone de un revólver encima de la mesa de las negociaciones del Brexit. Y lo está utilizando para amedrentar al gobierno británico e imponer su voluntad en los asuntos que regulen el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europa.

El patético victimismo de Bo Jo y sus adláteres en el Partido Conservador difícilmente camufla su verdadera posición, cual es la de evitar cualquier compromiso con las autoridades comunitarias que pudiera facilitar una coexistencia comercial tras el desgaje del Canal de la Mancha en dos zonas encaminadas a su inevitable confrontación.

Johnson reclama la recuperación de la soberanía británica para que la Cámara de los Comunes decida. Y con eso bastaría para romper el acuerdo que ya habían firmado legalmente las dos partes involucradas en la negociación. De tal modo, Bo Jo podría salvar políticamente su propia cara (dura). Recuérdese que el principio de la supremacía parlamentaria británica, fruto de la Gloriosa Revolución de 1688, establece que las leyes aprobadas por el parlamento de Westminster se incorporan a la Constitución no-escrita británica ipso facto.

Tal principio constitucional de la soberanía parlamentaria legitimaría políticamente al premier británico. Sólo lo impediría un ‘golpe de mano’ conspirativo como el que sufrió la todopoderosa Margaret Thatcher por parte de sus propios correligionarios de partido a finales de 1990, y que le hizo dimitir tras más de veinte años como primera ministra. Para ello se requiere una mayoría parlamentaria alternativa, fuese incluso por la mínima del 50+1 para hacerlo efectivo.

Los expresidentes conservadores John Major, David Cameron y Theresa May, minoritarios en el propio partido Tory, animan a los diputados conservadores a que voten contra las intenciones de Johnson de no respetar los acuerdos firmados y no convaliden así la decisión de romper unilateralmente los acuerdos suscritos con la UE. A ellos también se han sumado los votos de la oposición laborista y de sus anteriores presidentes Tony Blair y Gordon Brown. Pero Johnson, en línea con la cultura de la adversarial politics sabe que su futuro político depende de su antieuropeísmo y su reclamo soberano de una Gran Bretaña como superpower global, por mucho que se mece cual perrito faldero en el regazo del Tío Sam.

Esa cultura política es ciertamente foránea a los principios conformados por nuestro común patrimonio civilizatorio europeo. En España, por ejemplo, se sigue aplicado (¿quizá cada menos como ilustra Pablo Casado y la renovación del Consejo de Poder Judicial?) la máxima de verba volant, scripta manent, expresión latina que remarca la conveniencia de que a las palabras no se las lleve el viento. A menudo sucedía que lo acordado de palabra no sólo era inmutable, sino que constituía el preludio práctico de su formulación por escrito y conllevaba las implicaciones que correspondían para su puesta en vigor. Pero el cinismo británico representado por Bo Jo se concilia malamente con la idealizada conducta de la hidalguía cervantina.

Es decir que nos encaminamos hacia el bitter end, si la improbable rebelión de los diputados conservadores no lo evita. El punto básico de discordia, según alegan Johnson y sus brexiters, es que el gobierno británico no puede atenerse a las normas comunitarias fiscales, laborales, sociales o ambientales en correspondencia con el establecimiento de la eliminación total de cuotas y aranceles a los productos británicos importados en los países UE. Es decir, que se reclama libertad total de mercado para los productos británicos sin atenerse a las regulaciones comunitarias establecidas, y por las cuales se regía el Reino Unido como anterior miembro de la UE.

Además, y como señalábamos en un anterior artículo, un auténtico dilema para los antieuropeístas conservadores está en el asunto de Irlanda del Norte. Como se han encargado de advertir hace unos días destacados políticos demócratas estadounidenses al Ministro de Asuntos Exteriores británico, Dominic Raab, cualquier tratado entre EEUU y el Reino Unido sería rechazado por ellos en el proceso de divorcio con la UE si hace peligrar el Acuerdo de Vienes Santo. Recuérdese que el Good Friday Agreement fue un hito para lograr la paz en la Isla Esmeralda frente a un porvenir de destrucción que parecía encallado irremisiblemente. Todos los partidos importantes de ambas facciones religiosas y políticas, a excepción del DUP (Democratic Unionist Party) que ha venido prestando sus preciosos votos en Westminster a los gobiernos conservadores, dieron su apoyo al cese de la lucha armada. Pero los terroristas del IRA (Provos, principalmente) y los lealistas paramilitares (UVF, UDA/UFF, ‘luchadores por la libertad’ en el protestante norirlandés) no desaparecieron de la noche a la mañana y sus actividades políticas se mantienen latentes y amenazantes.

Al paso, permítame el lector una sugerencia de lectura que muestra descarnadamente la siniestra realidad que fueron los llamados años de The Troubles y que es una crónica vigorosa de un periodismo excepcionalmente valiente y riguroso: Say Nothing de Patrick Radden Keef (ahora también publicado en castellano). Apasionante lectura para el autor de estas líneas durante el confinamiento.

En la ruleta rusa negociadora entre Reino Unido y la Unión Europea se utiliza un revólver que Bo Jo dice estar cargado y preparado para disparar y romper al país británico. Quizá debería mirar a su propia cartuchera.

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