Otras miradas

Abogar por la Pública

Daniel Cuesta-Lozano

Enfermero. Doctor en Ciencias de la Salud. Profesor en la Universidad de Alcalá. Coordinador del Área de Salud de IU Madrid

Pararse a pensar sobre nuestra sanidad hoy, requiere, más que comparaciones con la de otros países, mirar lo que ha venido pasando los últimos años con la nuestra. Es habitual escuchar ahora en medios de comunicación opiniones sobre nuestro sistema sanitario, ese que hace una pandemia era el mejor del mundo, y compararlo con la sanidad alemana o la estadounidense. Es inútil. Hacer comparaciones internacionales es un ejercicio lleno de dificultades metodológicas y de callejones sin salida y que sirve para lo que sirve: rellenar espacio en huecos de programas de tertulias y en conversaciones de sobremesa. Y en esas estamos, en medio de la citada pandemia.

España implantó, acertadamente, un sistema sanitario modelo Universalista. Desde los 80 hemos ido montando un sistema de (tendencia a) la cobertura universal, sufragado con impuestos y cuya principal fortaleza la tiene en el que debería ser su eje: la Atención Primaria, ese centro de salud donde nuestra médica, nuestra enfermera y demás trabajadoras deberían ser profesionales estables que presten una atención transversal a todo lo que nos pase, y longitudinal siempre que nos pase algo, inserta en el barrio y accesible. Esa es la principal fortaleza de nuestro sistema sanitario. Y nos empeñamos en comparar eso, con sistemas como el de Alemania, un sistema sanitario de tipo Seguridad Social, y que es un modelo fuertemente hospitalocentrista, en el que el Estado garantiza el derecho solo a los trabajadores que sufragan ese sistema con sus cotizaciones, y subcontrata clínicas privadas para que presten la asistencia. Obviar estos dos marcos a la hora de hacer comparaciones merma mucho las posibilidades de acertar en el diagnóstico comparado de qué le pasa (qué le está pasando) a nuestra sanidad.

Cuando llegan las campañas electorales, rara vez votamos mirando el programa de políticas sanitarias o de salud que proponga una u otra opción política. La mayoría de la gente siente la sanidad como un servicio que siempre ha estado, siempre está y siempre estará, lo cual, por cierto, es mentira en sus dos primeras formas, y en la tercera está por ver.

Eso de que siempre ha estado no es verdad, y solo se puede afirmar teniendo la memoria muy corta. Es a partir de la Ley de 1986 cuando empezamos a montar todo este sistema, extendiendo una red a todo el territorio, y solo se ha conseguido después de llevar las competencias a las Comunidades Autónomas y su capacidad de palpar la realidad de sus territorios con mayor eficacia que la de un estado centralista.

Pero es que tampoco es verdad que actualmente esté. En la actualidad disponemos de un sistema que como mínimo, es anacrónico. La población necesita otra cosa, porque sus necesidades son otras. Necesita que su sanidad empiece a tener en cuenta que, igual que todas las personas no necesitamos lo mismo, tampoco todas las poblaciones necesitan lo mismo. No tiene sentido que los centros de salud del centro de Madrid o Barcelona presten los mismos servicios que los de Fuenlabrada o Martorell. Porque es este otro de los motivos por el que nuestro sistema sanitario no está: la desigualdad. Esa desigualdad hace que las cosas de las que de verdad depende nuestra salud: vivienda, educación, el dinero que llega a casa..., sean profundamente diferentes entre dos sitios cualesquiera. No nos sorprenda que Parla tenga una esperanza de vida de 83,45 años, y Pozuelo de Alarcón de 86,24, estando ambas atendidas por el mismo sistema sanitario. Que no es que le deban a ese sistema sanitario su esperanza de vida, es que las cosas que la condicionan de verdad, son profundamente diferentes en un sitio y en otro. Pero eso, el sistema sanitario es el mismo. El sistema sanitario debe adaptarse a la realidad de las necesidades de las personas que atiende, y no lo hace, o si lo hace, es a costa del sobreesfuerzo de sus trabajadoras. No hay más.

Y digo que igual no siempre estará, porque los ataques frontales contra nuestro sistema sanitario se suceden día tras día. También en medio de una pandemia. El recorte presupuestario que ha sufrido nuestra sanidad desde 2008 ha hecho que llegásemos a esta batalla con el estómago vacío, y así no hay quién dé batalla. Sin ser amigo de comparar ratios, somos uno de los países de Europa con menos profesionales sanitarios por habitante, pero también somos uno de los que peor les paga o peores condiciones laborales les da. Su vocación no justifica su explotación, gritan ahora después de haber salvado al país, y al pueblo. Y llevan razón.

Es habitual escuchar cosas como que "al ciudadano no le importa si el médico es público o privado". Es mentira. Si no le importa es porque deliberadamente se le ha hecho pensar eso mediante constantes campañas, pero, aunque no le importe, le interesa, y ahí está la clave que hay que despertar. La sanidad privada trabaja con unos intereses, legítimos dicen, que, de entrada, en la pública no existen. Y no se trata de ver cuál te cura antes o mejor. Lo que le da sentido real a la sanidad pública es el papel que tiene en la justicia y en la igualdad de oportunidades. Es la medida en que sea el Estado, como res pública, quien garantice que todas estamos en las mejores condiciones para salir a pelear la vida, no será otro quien decida quién puede estar en óptimas condiciones y quién no, o cuál será el mecanismo para estar en óptimas condiciones y cuál no.

La cuestión, creo, no está aquí en llevar la razón en si la sanidad pública es mejor o peor que la privada, o en si es más eficiente o menos, o si es legal que se privatice la sanidad. La cuestión es política. La abogacía por la sanidad pública es un acto político que entronca directamente con la consideración más esencial del ser humano: el derecho a la vida, la igualdad y la dignidad. Es entender que el sistema democrático que nos hemos dado tiene la obligación de ser él quien nos garantice los derechos que nos reconoce.

Solo quienes vean en la sanidad algo que se consume serán capaces de defender que da igual una cosa u otra. Quienes de verdad entiendan lo que la salud y la vida tienen de sinónimos, quienes sean capaces de no permanecer ajenos al sufrimiento del otro, solo ellas y ellos serán capaces de entender que todas tenemos que cuidar de todas, y que eso solo se hace con una sanidad pública y universal.

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