Otras miradas

El latido de las mariposas

Ana Bernal-Triviño

Cuentan que, en la cultura maya, las mariposas representaban las almas de los guerreros que habían muerto, tras el viaje al inframundo. Desde siempre se han vinculado a las transformaciones. Decía el poeta Mário Quintana que "el secreto no es correr detrás de las mariposas... es cuidar el jardín para que ellas vengan a ti". Esto es lo que me ha pasado estos días. Han venido las mariposas de Nerea y Martina a mi casa. Mariposas tejidas con lana por su madre, Itziar.

Recuerdo como si fuera hoy cuando estaba en el plató de televisión y escuché en directo que dos niñas habían sido asesinadas por su padre. Luego conocí más la historia, leí aquella carta de su madre denunciando el periplo judicial donde pedía ayuda ante las amenazas del padre. Desde entonces, he referido su caso en múltiples ocasiones ante quienes niegan esta realidad y ante quienes la viven como algo normalizado y cotidiano, lejos de ser trending topic en las redes sociales y sin apenas tuits de denuncia y condolencia. Que existan padres maltratadores que asesinen a sus propias hijas e hijos parece que está demasiado normalizado, salvo en el titular del día y poco más. 

El reconocimiento del Ministerio de Igualdad de hace unos días, el 25N, me conectó de forma más directa con Itziar. ¿Qué se le puede decir a una madre a la que han asesinado a sus hijas? ¿Qué se puede decir a una madre que piensa cada día, en cada cumpleaños, qué sería de ellas? Me pongo en su piel y pienso la cantidad de circunstancias y momentos diarios, desde el desayuno  a la hora de dormir, en los que vendrán recuerdos, frases e imágenes. Y en los sueños... ¿Qué se hace con tanto dolor? ¿Cómo se maneja esa angustia? ¿Cómo, a pesar de denunciar, una se quita las capas de rabia y de impotencia? Siempre digo que las mujeres maltratadas o las madres que han perdido a sus hijas o hijos por el machismo son unas heroínas. Al contrario de lo que se vende, o piensa una parte de la sociedad, nunca buscan odio. Tienen la capacidad de transformar el sufrimiento en la búsqueda de aliento y justicia.

La violencia institucional es la más demoledora de todas por el desamparo y las consecuencias trágicas que deja a su paso. El caso de Ángela González Carreño se repitió con Itziar y con otras tantas madres. Y no. La solución no es que Itziar tenga que emprender un camino judicial. Y, como ella, todas las que sufran esa situación. La solución es que la justicia, y todos sus operadores, comprendan de una vez que los derechos de los menores están por encima, que las amenazas no son una tontería ni un riesgo bajo y que ningún maltratador es buen padre. ¿Cuántos menores piensa la justicia que deben morir más porque los derechos de esos maltratadores, según ellos, deben estar por encima? ¿Cuántos menores piensa la justicia que deben ser asesinados para escucharlos, atenderlos y no considerar que las madres son unas locas? La justicia y el Estado deben estar para que no haya ni un asesinato más. No vale decir que son pocos casos. Es que no debería de producirse ni uno solo. Pero eso no ocurre porque siempre hay menores en riesgo, a pesar de dar la voz de alerta.

Estas semanas atrás, a mi amiga se le agotó la orden de alejamiento, mientras los recursos tardan meses. La angustia la lleva ella encima. Y mientras, de cara al exterior, en su trabajo, a sus compañeros y con su propio hijo, tiene que aparentar que no le ocurre nada. Que no tiene miedo, ni angustia, cuando por dentro no puede con ello.  ¿Quién protege a los niños? ¿Quién los escucha y quién tiene en consideración lo que digan? ¿Por qué hay fiscales que se escudan en la frase de "si el padre antes no les ha hecho daño, no tiene que hacerlo ahora"? Tampoco había hecho nunca daño físico a mi amiga hasta que un día casi la mata. ¿Y saben esos fiscales o magistrados lo que es la violencia psicológica? Mi amiga va de recurso en recurso, con procesos judiciales que son una tortura mientras aguanta el tipo para que el pequeño no la vea llorar, cuando por dentro tiene miedo porque le toca irse con su padre. Momento que ese padre aprovecha para decirle que su madre es mala. ¿Es normal que las madres tengan que pasar, además del calvario judicial, por esta angustia emocional? ¿Es normal que se dejen la piel en defenderlos y que la justicia sea tan lenta y descuidada en un asunto vital? No lo es, pero se permite, día tras día.

Yo no sé qué decirle ya a mi amiga para consolarla. Yo no sé qué decirle a una madre como Itziar, que hoy podría estar abrazando a sus hijas y verlas vivir, pero no puede porque la justicia nunca las protegió. ¿Qué más tiene que ocurrir? ¿Cuántos casos más como estos se necesitan? No puede haber excusas. Ni una sola. ¿Qué les digo a ellas? No puedo decirles nada. No puedo decirles ni que confíen en quienes les fallaron. No puedo ni decirles que crean en la ley de violencia de género porque a ellas no les ayudó. ¿Por qué tienen que llegar los asesinatos? ¿Por qué protegen más a los maltratadores que a los menores?

A ellas solo les digo que resistan, pero ni siquiera eso es justo. No les puedo pedir más. Mi amiga sigue luchando en tribunales. Itziar sigue esperando justicia mientras teje el dolor de sus hijas en formas de mariposas. Ahora crea proyectos en escuelas y centros para concienciar sobre la igualdad y la educación como prevención y solución, porque la justicia no lo consiguió.

Sostengo ahora en mis manos las mariposas de Nerea y Martina. ¿Qué le puedo decir a Itziar? Perdona por haberte sentido tan sola y perdona por si no hemos estado a la altura cada una de nosotras. Por mi parte, sabes que me tienes para derribar las puertas blindadas. No sé si esto mitiga algo el dolor, pero cuando intento calmar mi tristeza por quienes ya no están, recuerdo siempre una frase que escuché a Eduard Punset: "los átomos que se despedirán de mi cuerpo cuando yo me vaya son prácticamente eternos, o sea, que no sé lo que se muere cuando uno se muere". Gracias, Itziar, por tu lucha y por mantener eterna y viva la memoria de tus hijas. 

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