Otras miradas

El compromiso es con el feminismo

Ana Bernal-Triviño

Una empleada limpia la mesa del sorteo de Lotería de Navidad para que se cumplan todas las medidas de higiene. E.P./Eduardo Parra
Una empleada limpia la mesa del sorteo de Lotería de Navidad para que se cumplan todas las medidas de higiene. E.P./Eduardo Parra

Recuerdo que el 18 de marzo fue viral la imagen de Valentina Cepeda, que limpiaba la tribuna del Congreso de los Diputados durante las sesiones parlamentarias bajo el Estado de Alarma. Por esas fechas también vi un vídeo homenaje donde sanitarias de un hospital aplaudían el trabajo de las compañeras de limpieza. Ayer mismo, entre la euforia del sorteo, había una mujer que limpiaba el espacio de las diferentes mesas de Presidencia del sorteo de la Lotería, pero quedaba fuera de los focos.

Todas llevan sobre sus espaldas uno de los trabajos más desagradecidos e invisibles pero imprescindibles, más que nunca, en esta pandemia. Y, ni de lejos, sus peticiones han tenido la atención de los medios, en comparación con el personal sanitario o la hostelería. El último estudio de seroprevalencia confirmó que el coronavirus afectó de forma principal sobre cuidadoras y trabajadoras de limpieza. No es casualidad. Mujer y precariedad.

Ayer veía a esta compañera de la limpieza y recordaba el reportaje de Marisa Kohan que mostraba, en octubre, cómo las empleadas de hogar denunciaban estar abandonadas por este Gobierno y pedían una ampliación de medidas similar a los ERTE. Muchas de estas mujeres han perdido su empleo durante la pandemia. Muchas ni siquiera pudieron solicitar el subsidio por no tener papeles o por no estar dadas de alta por parte de sus empleadores, otras con miedo a perder la autorización de trabajo y residencia... 

Pensaba en todo esto mientras ayer tuve que responder varios emails donde me preguntaban por lo ocurrido este fin de semana con la participación de la ministra de Igualdad, Irene Montero, en el acto de COGAM. Hay gente que se sorprende porque durante años, en las tertulias, han dicho aquello de que el feminismo está vinculado a los partidos. Y hay que volver a repetir que el feminismo, en esencia, es política pero no es partidista. Habrá que recordar que para muchas de nosotras el compromiso es con el feminismo, no con el Gobierno. A lo largo de la historia el feminismo es crítico esté quien esté en el poder, cuando siente que sus demandas no son atendidas. Recuerden a Clara Campoamor, si lo tuvo o no difícil. Y ello no la privó de hacer críticas entre sus propias filas.

Por supuesto que los partidos usan el feminismo. Por supuesto que hay mujeres feministas en los partidos. Claro que hay enfrentamientos entre ellas como en cualquier movimiento. Y que eso divide, a veces, al feminismo desde dentro. Pero también hay mujeres feministas que no están vinculadas a partidos ni a sus intereses, pero que se ven afectadas por ese enfrentamiento. Y que, aparte de ser señaladas por no posicionarse como otras exigen, siguen porque su única guía es la agenda feminista.

Una compañera me escribió para decirme "tenías razón, el feminismo está roto", tras ver lo ocurrido en las últimas semanas. Ahora pedían que ella respaldara a algunas mujeres feministas, justo a ella, que la habían atacado. Lo mismo me ha ocurrido estos días, pidiéndome apoyo a feministas que guardaron silencio ante los acosos que he sufrido por parte del entorno queer y por una parte muy concreta del feminismo o mujeres que incluso participaron de ese linchamiento. La vida da muchas vueltas. Y, a pesar de eso, no dejo de defender la agenda. Y algunas me acosan por no estar en las redes sociales, pero hace ya mucho que dejé de batallar en el ruido de las redes, sino a través del voto, de la atención a las víctimas y de mi ejercicio en la profesión (cuando puedo). Cada una elige la forma en la que cree que construye mejor y yo no le impongo ni exijo a nadie qué debe hacer.

Entre quienes se sorprendían del ataque al Ministerio, me decían que yo estaría agradecida por haberme premiado el Ministerio de Igualdad, y me mandaban el artículo de un medio donde se reflejaba que Cristina Fallarás y yo éramos premiadas por ser de Público. Ante todo soy profesora de universidad, y también colaboro con El Periódico de Catalunya y con TVE desde antes de la llegada de Podemos. No he participado en sus campañas electorales, ni siquiera las he cubierto. Mi entrada en Público fue por email, con una colaboración sobre la llegada de refugiados sirios a España antes de que Podemos existiera. No he formado parte de ninguna lista electoral de ningún partido. Me siguen políticas de Podemos, como me siguen del PSOE, de Ciudadanos o alguna del PP. Y Pablo Iglesias me hizo unfollow

El premio era de la Delegación de Violencia de Género, donde he centrado mis trabajos porque ayudo a mujeres maltratadas. Tras saberlo estuve pensando muchos días rechazarlo, hasta que acepté porque me lo pidieron dos supervivientes y porque entre las premiadas estaba Itziar Prats. También me llegaron mensajes con bulos como que Irene Montero lloró en el acto del 25N porque tuvo un enfrentamiento antes con nosotras, las premiadas. Ninguna de nosotras estuvo allí y se puede comprobar porque el acto es online y registrado. Así que, por mí, que digan lo que quieran porque las mentiras caen por sí solas. También tuve un premio del Instituto Andaluz de la Mujer en Málaga, bajo el Gobierno del PP, Ciudadanos y Vox, y nadie escribió un artículo insinuando que yo tuviese vinculación a esos partidos. Y a pesar de uno u otro premio, el ser independiente me permite ser crítica con uno u otro Gobierno o incluso con el propio movimiento feminista. Y dentro del Ministerio de Igualdad saben bien que soy crítica con su tarea y la cadena de errores cometidas.

Este lunes vi todo lo ocurrido este fin de semana y duele ver que el movimiento más fuerte desde aquel 8M se encuentre en esta situación. Y duele ver que nadie se pregunte... "¿nos estaremos equivocando en algo? ¿De verdad consideran que lo más acertado es hacer tuits acusando al feminismo de que hubiésemos matado a Lorca? ¿De verdad que con este nivel pensamos relajar la tensión y afrontar con seriedad los desafíos dentro del feminismo?

Y es normal que las feministas estemos cansadas. Cansadas de ser las culpables de todas las opresiones del mundo, cansadas del machismo en todas sus formas (que van más allá del PP y Vox), cansadas del silencio ante las acusaciones de un sector queer misógino en sus discursos, cansadas de escuchar debates absurdos donde (a  mí misma) me han dicho que mi pecho vale menos porque no tengo prótesis o que nuestras vaginas huelen mal o que no hable de mi regla, cansadas de las amenazas y señalamientos, de chistes sobre violaciones y burundanga y de cientos de situaciones más. Que la gente aún no entiende que igual que hay mujeres machistas, también hay personas del colectivo LGTB que son machistas.

En el acto de COGAM, en el premio Ladrillo, dijeron además que en las críticas a la ley trans "igual también ponen el pretexto de la teoría queer". Y entonces me acuerdo de nuevo de Shangay Lily, a quien quizás hoy se daría el mismo premio por su crítica a la teoría queer, a pesar de haber sido activista LGTB, con una capacidad de memoria histórica sobre el colectivo brutal que dejaría callada y callado a más de uno. Puedan o no gustar los comentarios de Lucía Etxebarría, igual que te puedan o no gustar los comentarios misóginos que se escuchan cada día, igual sería más importante que en estas situaciones se reflexionara sobre el patriarcado, sobre los agresores que gran golpeado estos años a personas del colectivo LGTB porque desafían la heteronormatividad. Porque esas agresiones físicas, al final, en ese acto, quedaron totalmente impunes. Esos agresores estarían aplaudiendo.

Tras el 25N pensé que quizás se podía abrir una etapa de diálogo nueva entre el movimiento feminista y el Ministerio de Igualdad. Tras el acto de COGAM veo que no. Quiero que la ley llegue al Congreso, quiero transparencia, quiero que se sienten a hablar, quiero comunicación... porque si esto ha estallado así ha sido porque no hay comunicación efectiva, no hay diálogo y sin ello nada se construye. Siento envidia de esas mesas de trabajo entre la patronal y sindicatos que llegan a acuerdos, a pesar de sus enormes diferencias. Eso necesitamos aquí dentro. Pero eso hay que trabajarlo, tragando algunas cosas y tendiendo muchos puentes. Hablar incluso con quien no se quiere. Y deseo que esto ocurra antes de que haya más mujeres, como muchas de las que limpian, que piden derechos, o las que veo en la cola de alimentos, que nos digan "para qué sirve el feminismo si no me ayuda". Porque a mí me lo preguntan, y cada día más. Y no sé ya qué responder. O intentamos arreglar esto en 2021 con verdadera voluntad o esto terminará por estallar. Y a ninguna, absolutamente a ninguna, nos conviene. Porque perdemos todas y pierde la lucha sostenida durante siglos, que salvaría a las próximas generaciones.

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