Otras miradas

El efecto Illa y el aplazamiento de las elecciones catalanas

Miguel Guillén

Durante los últimos días se ha hablado mucho del llamado "efecto Illa" y las repercusiones que tendrá en los próximos resultados electorales en Cataluña el hecho de que el ministro de Sanidad encabece la candidatura del PSC, en sustitución de Miquel Iceta. A pesar de que en tiempos como los actuales hay que tener mucha cautela a la hora de analizar las encuestas que se van publicando, todo parece indicar que la candidatura de Salvador Illa ha supuesto un auténtico golpe de efecto en la precampaña electoral. En los diferentes sondeos que han aparecido en los últimos días, el PSC mejoraría claramente su resultado y estaría en condiciones de luchar con ERC y JxC por la primera posición, mientras que su cabeza de lista aparece como el candidato preferido para el mayor porcentaje de personas encuestadas, incluso entre los votantes de partidos diferentes al PSC. ¿Qué significa todo esto? Que existe una tendencia innegable que apunta a que la candidatura de Salvador Illa conllevará consecuencias a nivel electoral. Y me atrevo a decir que la principal será que se reducirá la abstención que inicialmente iba a producirse, principalmente entre los no partidarios de la independencia. Probablemente este ha sido uno de los motivos valorados por la dirección del PSC a la hora de decidir que Illa encabezase su lista. Intentaré explicarlo.

Históricamente y hasta el 2012, en las elecciones al Parlament de Catalunya se daban dos fenómenos bien conocidos, como son el de la abstención diferencial y el voto dual. Es decir, la participación era notablemente más baja que en las elecciones generales y había un buen número de personas que cambiaban su voto entre unos comicios y los otros. En un trabajo de Clara Riba ("Voto dual y abstención diferencial. Un estudio sobre el comportamiento electoral en Cataluña", REIS 91/2000), se confirmaban cuatro hipótesis que sirven para explicar este fenómeno del que hablo:

  • En primer lugar, los votantes de CiU en las generales también votaban normalmente en las elecciones al Parlament de Catalunya y lo hacían al mismo partido.
  • En segundo lugar, una parte importante de los votantes del PSC en las generales se abstenía en las autonómicas.
  • En tercer lugar, una parte importante de los votantes del PSC en las generales votaba a CiU en las autonómicas.
  • Y en cuarto lugar, el número de abstencionistas diferenciales era superior al número de votantes duales, es decir, el PSC perdía en las elecciones autonómicas alrededor de un 40% de sus votantes en las generales, cantidad que representaba aproximadamente un 10% del censo electoral. De cada 10 votantes del PSC en las generales que después no volvían a votarlos en las autonómicas, aproximadamente 6 se abstenían y 4 votaban a CiU.

En otro trabajo de Robert Liñeira y Josep Maria Vallès ("Abstención diferencial en Cataluña y en la Comunidad de Madrid: explicación sociopolítica de un fenómenos urbano", REIS 146/2014), se llegaba a dos conclusiones principales que también hay que tener en cuenta:

  • En primer lugar, se llega a una explicación común de la abstención diferencial: los ciudadanos menos integrados en el proceso político (jóvenes, parados y personas nacidas fuera) son los que con más frecuencia se alejan de las urnas. Se trata de un tipo de personas que se concentra básicamente en las grandes áreas urbanas.
  • El estudio también sugiere que el contexto político es fundamental para entender las pautas de movilización electoral. Así, todo parece indicar que el PSC no ha llegado a presentar una propuesta electoral autonómica atractiva para determinados sectores de la población que sí votan socialista en las elecciones generales.

Hasta aquí, algunas aportaciones de dos estudios sobre la cuestión que pretendo abordar en el presente artículo, para situar al lector. Hay muchos más, pero aquí no dispongo de suficiente espacio para citarlos. Respecto de los porcentajes de participación desde la recuperación de las instituciones políticas catalanas, encontramos que el dato más elevado es el correspondiente a las elecciones al Parlament de Catalunya del año 2017 (un 79,09%), mientras que la más baja fue la del 1992 (un 54,87%). Entre 1980 y 2012 los porcentajes oscilaron entre el dato de 1992 y el 67,76% de 2012. En 2015 subió hasta el 74,95%, en unas elecciones que gran parte del electorado identificó como si fueran un plebiscito en torno a la propuesta de la independencia, para después alcanzar su récord en los ya citados comicios de 2017. En definitiva, en los últimos años el interés por votar en las elecciones autonómicas catalanas ha aumentado a raíz del llamado Procés, y si bien una gran parte de los votantes más alejados del nacionalismo catalán durante años no votó en estas elecciones, este fenómeno de la abstención diferencial desapareció en 2015 y 2017, debido al proceso de tensionamiento y polarización que se produjo en el país y que hizo que una buena parte de los votantes no partidarios de la independencia de Cataluña percibieran un riesgo de secesión que los "obligaba" a ir a las urnas. Esto explica gran parte del éxito de Ciudadanos en las elecciones de 2017, en que fue primera fuerza en votos y en escaños, y hay que tener en cuenta que en las provincias más partidarias del nacionalismo catalán el voto vale más que el de la provincia de Barcelona. Por eso en las últimas legislaturas el independentismo ha tenido mayoría absoluta en el Parlament, a pesar de no haber alcanzado el 50% de los votos. El hecho de que Cataluña no disponga todavía de una ley electoral propia y tenga que regirse por la general española es algo que nos debería hacer reflexionar a todos, pero no es objetivo de este artículo analizar este déficit que tiene el país, por falta de voluntad política sobre todo de los partidos que salen beneficiados de que los votos de Girona o Lleida tengan más peso que los de Barcelona, ​​es decir, CiU, ERC, y después JxS y JxC.

Volviendo al inicio del artículo, este "efecto Illa" del que tanto se está hablando puede representar una decisión importante a la hora de luchar contra aquella abstención diferencial de la que hablábamos antes, y que sufre especialmente el PSC, que ha visto históricamente como sus votantes en las elecciones generales no les apoyaban en las autonómicas. La imagen de Salvador Illa, moderada, dialogante, seria y bien valorada en diferentes encuestas a raíz de su labor como ministro de Sanidad durante la gestión de la pandemia, puede hacer indudablemente que un número nada despreciable de votantes se sientan atraídos y decidan introducir la papeleta del PSC en la urna, cuando probablemente con Iceta de candidato puede que no lo hubieran hecho, bien porque se hubieran quedado en casa o bien porque hubieran votado a otra candidatura. Sin duda, el nombramiento de Illa como presidenciable ha sido un revulsivo y la noticia más destacada en esta precampaña que aún no sabemos si acabará en vísperas del 14 de febrero o más adelante. Y aquí quiero enlazar con el título del artículo.

¿Sería verosímil pensar que se aplazarán las elecciones previstas para el 14 de febrero por motivos que vayan más allá de los estrictamente sanitarios? Hay que ser sinceros, y seguramente las opiniones de los epidemiólogos tendrán un peso determinante en la decisión final, porque la coyuntura que estamos viviendo es extraordinariamente compleja y difícil, al igual que lo es la situación en que se encuentran nuestros gobernantes de las diferentes administraciones a la hora de tomar decisiones complicadas. Desde aquí quiero expresar mi empatía y comprensión, pero permítame que lance una pregunta al aire: ¿si JxC y ERC, los dos partidos del gobierno, perciben que el nombramiento de Salvador Illa como presidenciable del PSC les puede perjudicar electoralmente, este hecho no influirá en la decisión de aplazar las elecciones? A nadie se le escapa que un hito del independentismo en estos comicios era alcanzar el simbólico 50% de los votos, seguramente porque una parte de ese abstencionismo diferencial volvería y muchos votantes no independentistas se quedarían en casa el día de las elecciones, porque ya no ven ningún peligro de que la independencia se pueda consumar. Ahora, con la candidatura de Salvador Illa, y atendiendo a las tendencias que marcan las últimas encuestas, parece que un buen número de potenciales abstencionistas, sobre todo en las zonas obreras metropolitanas, podrían sentirse atraídos por la papeleta del PSC. Y el temblor ha aparecido en las piernas de no pocos dirigentes de ERC y JxC. Porque si bien es cierto que el partido de Oriol Junqueras se las prometía muy felices, y a pesar de que es la formación favorita en estas elecciones, no sería descartable que quedara en tercera posición como en 2017. Nada es descartable y hacer predicciones se presenta como algo poco menos que temerario.

Se abren muchas incertidumbres ante los próximos comicios. Pronto hará un año que Quim Torra dijo que la legislatura estaba agotada, y aquí nos encontramos: en plena pandemia y con un gobierno donde los dos socios viven en una continua disputa, atacándose mutuamente y haciendo electoralismo también a raíz de la gestión de crisis sanitaria y social. En el lado no independentista, el PSC cogerá con toda probabilidad el relevo de Ciudadanos (algún día tendremos que analizar en profundidad como ha desaprovechado su espectacular resultado electoral de 2017) como fuerza principal, pero a nadie se le escapa que los socialistas salen a por todas y quieren gobernar. Y yo, a estas alturas de la película, y a pesar de que el hito lo considero prácticamente inalcanzable, no descartaría nada. Tampoco un cambio de gobierno en cualquiera de sus múltiples y posibles combinaciones, que son muchas. Porque buena falta nos hace un poco de aire fresco en los tiempos que nos están tocando vivir. Los expertos no paran de decir últimamente que hay que ventilar las estancias. Quizás también debamos hacerlo en la Generalitat de Catalunya.

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