Otras miradas

Una habitación propia

Ana Bernal-Triviño

Una habitación propia

 

"Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas", decía Virginia Woolf. Es una frase a la que regreso a menudo, porque Una habitación propia es uno de esos libros en los que el paso de los años te permite conocer la dimensión real de cada frase. En la primera lectura pasas de puntillas por algunas de ellas. Vives. Tienes experiencias. Vuelves a leerlo. Y te sorprendes cuando compruebas que lo que has vivido en esa nueva etapa, ella ya lo había dejado ahí escrito.

Cuando leí esa frase sentí que me atravesó porque me he pasado casi toda mi vida compartiendo habitaciones y espacios. Casi todos mis artículos o libros tienen voces de fondo o interrupciones. Cuando no te puedes dedicar solo a escribir (porque solo escribir rara vez da para comer) tienes que entrar y salir constantemente de la historia que pretendes dar forma. Se me hace la boca agua cuando algunas amigas o amigos me dicen que hacen las maletas y se retiran a escribir a lugares solitarios donde nadie moleste, mientras una hace malabares para hacer los textos, o los termina en la pantalla del móvil metida en la cama, cuando todos duermen y la casa está en silencio. 

No sé si mis textos hubiesen sido mejores de tener esa habitación propia, pero sí que hubiesen sido diferentes. La otra parte de la frase, el "dinero"... condiciona. Y mucho. Quizás porque ese "una mujer debe tener dinero" no siempre ha estado como punto de partida. Recuerdo que, en mi adolescencia, quería estudiar música. Un piano era demasiado caro para la casa, y ni siquiera había un espacio. Luego, pensé en la pintura y llegó un momento en el que hasta los lienzos o las pinturas tenían un coste excesivo. La escritura quedó como recurso. Un lápiz y un papel era el más bajo precio para crear. Y a falta de habitación propia, la pelea diaria era encontrar una pausa de silencio para pensar.

Muchas mujeres en este mundo no buscan a diario ya la habitación propia que no pueden tenerla, sino que se conforman con un momento propio para sí mismas. Y pienso qué sería de nuestra historia si todas las mujeres (que durante siglos fueron privadas de la educación básica y fueron analfabetas) hubiesen contado con un espacio autónomo y la capacidad de escribir, sin pensar solo en cómo cuidar a su familia o en qué plato de comida poner al día siguiente. "No se puede pensar bien, amar bien, dormir bien si no se ha cenado bien", dice Woolf. Cuando tu mente está centrada en sobrevivir, no se centra en vivir. 

Por supuesto, hay cuestiones más importantes para tener una habitación propia que escribir una novela, sino para el desarrollo de una misma. Reconozco que Woolf tiene frases clasistas, pero es cierto que en esta obra las cuestiones permanecen como si se hubiese parado el tiempo.  

"Porque todas las comidas se han cocinado, los platos y las tazas lavadas, los niños enviados a la escuela y arrojados al mundo. (...) Ninguna biografía, ni historia, tiene una palabra que decir acerca de esto", decía ella. Ese trabajo invisible e imprescindible para el desarrollo de la sociedad son los recuerdos de nuestras abuelas, de nuestras madres, de nuestras antepasadas. Porque durante mucho tiempo, si acaso había una habitación propia para las mujeres, esa era la cocina. Y lo sigue siendo para muchas otras que hace décadas solo tuvieron el futuro de dedicarse al hogar, sepultando sus ganas y deseos de otros trabajos que nunca pudieron realizar. Ahí, entre las hornillas, las bombonas de butano, la ropa tendida, o la máquina de coser de la esquina era el único momento no para pensar sobre sí mismas, sino sobre cómo sacar la casa adelante, cómo preparar una conversación con el marido para pedir el dinero que ellas no tenían o cómo estirar el pollo o la sopa para que durase dos días. Ahora la situación ha podido cambiar algo, solo que con jornadas más saturadas. Y pienso en esas habitaciones propias que faltan en pisos cada vez más caros o en que la mayoría de las personas desahuciadas sean mujeres. Eso no es casual. El dinero es la independencia material y la habitación propia es más que un techo. Es la aspiración a la independencia emocional. Las rosas más allá del pan, como demandaban aquellas obreras. 

La obra de Woolf, hoy, 92 años después de ser escrita, sigue conteniendo verdades brutales. Tenemos más leyes que fortalecen nuestros derechos, pero el cambio social va muy lento. Demasiado. Porque no todas las habitaciones liberan, algunas son muros infranqueables. Mujeres que están en los suelos pegajosos, compartiendo casa con doce o veinte personas por el precio del alquiler. Mujeres maltratadas en pisos de acogida donde conviven con otras mujeres de paso. Pienso en las mujeres en campos de refugiados, en los prostíbulos, en la Cañada Real, en las niñas marginadas en pueblos de  la India cuando tienen la regla, en decenas de casos en las que las mujeres siguen necesitando habitaciones propias, suyas, porque solo así podremos tener el espacio que nos corresponde por ser la mitad del mundo. 

A mis cuarenta años y en el siglo XXI sigo pensando en cuántas mujeres siguen necesitando esa habitación. Y vivir solas un tiempo para conocerse lejos de mandatos ni aspiraciones sociales, para ser las mujeres que ellas mismas quieran ser y no las que los demás deseen. Una habitación donde moverse sin estar vigiladas ni controladas por nadie y donde poder llorar a solas sin que nadie pregunte.

Necesitamos una habitación propia para pensarnos sobre nosotras mismas y romper esquemas y prejuicios. Necesitamos una habitación propia para tener nuestra identidad, nuestra voz, nuestro nombre propio. Si el texto de Woolf sigue siendo vigente es que hemos hecho una revolución a medias. Es porque no hemos conseguido aún lo que nos corresponde. 

 

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