Otras miradas

¿Un Draghi para Catalunya?

Luis Moreno

Profesor Emérito de Investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

El flamante primer ministro italiano Mario Draghi, en el Senado, durante la sesión de la cuestión de confianza al nuevo Ejecutivo. EFE / EPA / STEFANO CAROFEI / POOL
El flamante primer ministro italiano Mario Draghi, en el Senado, durante la sesión de la cuestión de confianza al nuevo Ejecutivo. EFE / EPA / STEFANO CAROFEI / POOL

"El hombre, tal como Dios lo ha creado (ignoro por qué), se entrega con tanta menos fuerza cuanto más vasto es el objeto de su amor. Su corazón necesita particularizar y limitar el objeto de sus afectos para abarcarlo en un abrazo firme y duradero"
Alexis de Tocqueville (Inéditos sobre la Revolución (Trad. castellano), Madrid: Seminarios y Ediciones, pp. 96-97, 1973).

Los resultados de las últimas elecciones catalanas han corroborado la alta fragmentación partidaria del sistema político en el Principado. Y han visibilizado de nuevo el sajo en mitades entre las opciones secesionistas y no secesionistas. Se confirma el efecto electoral de la dicotomía social en las dimensiones funcional y territorial de la sociedad catalana. Pero su interpretación para la constitución del nuevo Govern y el reparto de las poltronas institucionales sigue confundiendo por igual a consejeros áulicos y ciudadanos de a pie.

El dilema en torno a agrupar preferencias en torno a los ‘viejos’ conflictos de clase (izquierda/derecha) o ‘seculares’ identitarios (catalán/español) condiciona la agenda de las negociaciones entre los partidos. ¿Se puede ser étnicamente supremacista y auspiciar la igualdad de derechos ciudadanos?, ¿o es prioritario desgajarse de una unión superior (la española, no la europea) para aspirar a un bienestar comunitario generalizado? Algunos partidos tejen y destejen semejantes aporías políticas. Y mientras tanto, en la fase previa de las negociaciones entre los partidos con representación en el Parlament, se anteponen las incompatibilidades y los vetos mutuos. ¿Es progresista repartirse los cargos con los representantes de la derecha nacionalista, o quizá sea mejor conservar el objetivo finalista de la independencia como pegamento simbólico que todo lo supera y repara?

¿Habría alguna otra fórmula en el muestrario de la política como ‘arte de lo posible’? Miremos en derredor.

El gobierno Draghi acaba de recibir en el Parlamento italiano el voto de investidura. Para muchos observadores, el ejecutivo encabezado por Super Mario sería el epítome de un gobierno de coalición Frankenstein, por la amplia y variada representación de diferentes sensibilidades políticas. Mucho se habla de un gobierno de tecnócratas liderado por el más prestigioso de todos ellos en el país transalpino. Craso error de apreciación.

La mayoría de los miembros del consejo de gobierno italiano son representantes de los principales partidos con representación parlamentaria. Menos uno: Fratelli d’Italia, heredera del legado de los missini del Movimiento Social Italiano, y, en última instancia, del fascio mussoliniano. Conviven, por tanto, miembros de la supuestamente secesionista Lega, fundada por Umberto Bossi, con otro representante de Liberi e Uguali, movimiento y después partido apoyado por dinosaurios comunistas como Massimo D’Alema o Pier Luigi Bersani. No faltan tampoco en el nuevo gobierno Draghi miembros del ahora socialdemócrata Partito Democrático del hermano del Commissario Montalbano (Nicola Zingaretti), o de la Forza Italia berlusconiana con el incombustible Renato Brunetta. Consecuencia de lo anterior es que la investidura parlamentaria del gobierno Draghi ha sido inapelable y muy mayoritaria.

El programa de acción del nuevo gobierno italiano es sencillo de enunciar y será difícil de realizar: luchar efectivamente contra la pandemia y garantizar que los fondos europeos del Next Generation EU (Refundación de la Unión Europea) lleguen a Italia previa la elaboración de programas de actuación concreta. Como exponíamos hace unos días en estas mismas páginas, se trata de agilizar y articular eficientemente políticas de actuación justificadas plausiblemente hasta en el detalle de la ‘letra pequeña’. Atañen a programas relativos a la investigación e innovación (Horizonte Europa), las transición digital (especialmente en la administración pública) y la preparación de intervenciones en salud (EU4Health). Además debe incidir en la modernización de políticas tradicionales (cohesión y política agrícola), la lucha contra el cambio climático (implicando el 30% de los fondos totales de la UE), o la protección de la biodiversidad e igualdad de género.

El reto no es otro que sostener el proyecto europeísta y preservar nuestro Modelo Social Europeo con el Estado del Bienestar como su pivote institucional.

En el panorama postelectoral catalán se formulan y valoran múltiples combinaciones parlamentarias para el sostén del nuevo gobierno de la Generalitat. Todas ellas gozan del predicamento de quienes las proponen, pero carecen de un apoyo transversal en ambas dimensiones funcional y territorial. Y lo más significativo es que no parecen asumir el momento crítico en el que Cataluña y España se encuentran en el seno de la Unión Europea. Bruselas, como ha sucedido en el caso italiano, podría tomar cartas en los asuntos internos de uno de sus principales estados miembros si los desencuentros políticos no se enderezan y, sobre todo, si el destino de los 140.000 millones de euros preasignados a España en el reparto del Recovery Fund se quedan en el alero de la inconcreción y la preparación documental chapucera y discrecional. Recuérdese que de la anterior cifra, unos 72.700 millones se facilitarán a España en ayudas directas y el resto en créditos para los cuales deben documentarse políticas estudiadas. Es una cifra equivalente al 11,2% del PIB español en 2019, a su vez similar al porcentaje de caída del PIB en España en 2020.

Algunos centralistas ‘afrancesados’, en línea con su reiterada incapacidad ampliamente desplegada en nuestra dramática historia reciente del ‘ordeno y mano’, pretenderán que toda esa labor de preparación programática corresponda exclusivamente al gobierno central en un tradicional enfoque top down. Ello no se concilia con nuestro sistema de gobernanza multinivel, como descarnadamente ha demostrado la gestión de la pandemia del COVID-19. En un país donde la mímesis autonómica ha sido un recurso de avance y modernización, es un desperdicio desaprovechar el liderazgo de CCAA como el País Vasco o Cataluña en su capacidad de innovación de políticas que permitan sostener el desarrollo conjunto de España y el proceso de europeización.

Volver al cainismo retrogrado impulsado por la rauxa y la imposición no es mirar hacia adelante. No lo han entendido así los diversos partidos italianos en nuestro vecino país. Quizá falte el ‘factor humano’ de una figura política capaz de asegurar un consenso amplio. Se dirá que una solución tecnocrática es contraproducente como alternativa al ‘problema Catalán’. Otro craso error. Ahora, más que nunca, la legitimidad política se sostiene en la salvaguarda del bienestar de los ciudadanos desde el ámbito de las políticas estatales y subestatales. Es desalentador pensar que no exista en el Principado un Draghi capaz de acometer tan hermoso y necesario programa político de futuro. Yo no me lo creo.

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