Otras miradas

El hombre del apaciguamiento

Nere Basabe

Profesora de Historia del pensamiento político en la Universidad Autónoma de Madrid

El candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo durante un acto electoral celebrado en Arganda del Rey en Madrid este viernes. EFE/ Fernando Villar
El candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo durante un acto electoral celebrado en Arganda del Rey en Madrid este viernes. EFE/ Fernando Villar

Equidistancia y equiparación no son sinónimo de equidad. A mediados de marzo Sánchez y Macron llevaron flores a la tumba de Manuel Azaña en el cementerio de Montauban, pero esta visita histórica quedó eclipsada por la enésima ocurrencia de la presidenta madrileña: convocar elecciones adelantadas. La campaña electoral aún no ha arrancado, pero todos los candidatos se encuentran ya en campaña, si es que alguna vez dejaron de estarlo. El partido de la ultraderecha decidió estrenarse, polémica incluida por la legalidad y oportunidad del acto, con un mitin en la Plaza Roja. ¿De Moscú? Casi: de Vallecas.

Y la cosa transcurrió como era de prever, tanto que hasta los partidos de izquierda se pusieron de acuerdo por una vez para emitir un comunicado conjunto pidiendo a los vecinos no responder a la provocación. Pero los ciudadanos ya no obedecen ciegamente las consignas que llueven del cielo, y no sabemos qué mentiras, imbecilidades o proclamas susceptibles de delito de odio bramaron Abascal y sus secuaces desde el atril para el que no contaban con permiso de la Delegación de Gobierno, porque los medios sólo hablan de los heridos, detenidos, "el rollo de siempre" (con la venia de Extremoduro): mil porrazos, peleas de la gente, y al día siguiente, las condenas a la violencia "venga de donde venga" de los representantes públicos, transformado en vacuo imperativo de nuestra vida política. Vox ya había logrado su objetivo.

El PSOE bien podría presumir de una historia centenaria de lucha antifascista, pero su candidato en Madrid prefiere mirar hacia ese centro demoscópico del que todos hablan aunque nadie parece haber estado allí.

El PSOE bien podría presumir de una historia centenaria de lucha antifascista, pero su candidato en Madrid prefiere mirar hacia ese centro demoscópico del que todos hablan aunque nadie parece haber estado allí. Gabilondo, que ha dedicado buena parte de su trayectoria intelectual al estudio del lenguaje de lo inefable, alertó del peligro de "los extremismos que alimentan extremismos", para situarse en ese punto indeterminado de la moderación desangelada, un lugar sin duda metafísico, tal vez el mismo en el que otro filósofo de altura, el Papa jubilado Ratzinger, situó el infierno para desconcierto de sus fieles. Ni fascismo ni antifascismo: el peligroso limbo de la política.

Desangelado significa "sin ángel", y eso nos hemos estado preguntando muchos durante esta breve y borrascosa legislatura interruptus: dónde estaba el líder de la oposición. Del ausentarse en una silla algo debe de saber Gabilondo, porque así tituló uno de sus trabajos; en el ensayo El salto del ángel nos invitaba a ejercitar el pensamiento para la acción, requisito irrenunciable para vivir en libertad.

Pero Walter Benjamin ya nos advirtió de que el Ángel de la Historia avanza hacia el futuro atravesando montañas de cadáveres, ruinas y escombros. La libertad de la que ahora gozamos los europeos (la libertad de Ayuso no, la otra), se la debemos a las potencias que lucharon contra el fascismo y a las resistencias antifascistas locales organizadas en la clandestinidad. La política de entreguerras de Chamberlain y su homólogo francés, en cambio, en su intento de apaciguar la espiral de violencia a la que también alude ahora Gabilondo, permitieron a la Alemania nazi saltarse el Tratado de Versalles y remilitarizarse, miraron hacia otro lado ante la anexión de Austria o la intervención germano-italiana en la Guerra Civil española, entregaron Checoslovaquia a las ambiciones totalitaristas y ni así conquistaron la paz. Churchill ya había advertido a su compañero de partido de que, en la disyuntiva entre la humillación o la guerra, se había optado por ambas. Los paralelismos históricos son siempre espurios, pero la política de apaciguamiento es desde entonces sinónimo de deshonrosas concesiones y renuncia a los principios. Y además, suele resultar inútil.

Los paralelismos históricos son siempre espurios, pero la política de apaciguamiento es desde entonces sinónimo de deshonrosas concesiones y renuncia a los principios. Y además, suele resultar inútil.

Aunque ambas películas sean de 1952, no hay que confundir Solo ante el peligro con El hombre tranquilo. Es probable que Gabilondo estos días se sienta más inclinado a identificarse con el bueno de Gary Cooper que se enfrenta en soledad a los violentos, pero se le escapa la moraleja: la incomparecencia no es una opción moral. El duro de John Wayne, en cambio, reconvertido por una vez en hombre tranquilo, decide no responder al acoso del matón del lugar, y por su cobardía pierde a su esposa y el respeto de todo el pueblo. Los vecinos de Vallecas no deberían haber reaccionado a la provocación, porque así sólo alimentaron al monstruo. Pero la práctica ético-política de la no-violencia en ningún caso debe significar incomparecencia o renuncia a las convicciones. El pacifismo de Gandhi no apostaba por la equidistancia entre el Imperio británico y los rebeldes indios.

No sé si el genio de la lámpara que pergeñó el eslogan del candidato, tratando de hacer de la debilidad virtud, se inspiró en Loquillo o en Valle Inclán: soso, serio y formal. Frente a los extremos, la medianía pretende alzarse como la opción de la sensatez. Los doctrinarios franceses eran conocidos como los hombres del "justo medio" porque aspiraban a una política que no fuera ni Absolutismo ni Revolución (y su régimen apenas sobrevivió una década, hasta la siguiente revolución). Ni fascismo ni antifascismo, palabra tristemente tergiversada por Trump en sus diatribas contra el movimiento "antifa". Ni machismo ni feminismo. Ni el Ku Klux Klan ni la lucha por los derechos civiles. Los extremos a veces se tocan, sí, pero lo hacen en la batalla.

Se alega que Vox puede ir a donde quiera (algo que justo ahora mismo no podemos hacer el resto de ciudadanos), pero ese "derecho" solo puede esconder para los más ingenuos el objetivo real de acudir a agitar las calles de Vallecas, Rentería o Alsasua. "Las calles no son de nadie", escucho una y otra vez en los debates. No, respondo como una vieja loca que le habla sola a la televisión: las calles son de todos, son el espacio público. Porque el término medio entre los extremos "todos" y "nadie" sería que las calles fueran sólo de algunos, y eso sí que es peligroso.

Más Noticias