Otras miradas

Sobre los otros negacionismos

Carlos Fernández Liria

Profesor de Filosofía en la UCM. En Youtube: La filosofía en Canal.

Economistas trabajan durante una jornada en la Bolsa de Nueva York. EFE/Justin Lane/Archivo
Economistas trabajan durante una jornada en la Bolsa de Nueva York. EFE/Justin Lane/Archivo

"Si no hubiera patentes, no habría vacunas", nos hemos hartado de oírlo en este año de pandemia. En estos momentos, sin embargo, en Cuba ya existen cinco vacunas y todo hace pensar que la isla, de once millones de habitantes, será "el primer país en vacunar a toda su población con una vacuna propia". Esto no es propaganda comunista, es una realidad reconocida por los científicos de la comunidad internacional. Pascual Serrano cita, por ejemplo, las palabras de Vicente Larraga, científico del Centro de Investigaciones Biológicas Margarita Salas (CIB-CSIC), investigador principal de la vacuna española:  "No es sorprendente en absoluto. Conozco el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología y el Instituto Finlay de Vacunas de Cuba y están perfectamente capacitados para elaborar una vacuna efectiva, solo tenían que proponérselo como un objetivo nacional y lo han hecho".

¿No llamamos "negacionistas" a los que se empeñan en negar datos evidentes? Pues aquí tenemos un buen ejemplo. Ha habido otros datos que también se han publicado, pero, sin que nadie se rasgara las vestiduras. Por ejemplo, en un artículo aterrador de Ctxt, pudimos enterarnos de que en marzo, Finlandia hacía ya nueve meses que contaba con una vacuna  estatal libre de patentes, pero que el Gobierno se negó a financiar los 50 millones de euros necesarios para su III fase final, una cifra ridícula teniendo en cuenta que, por ejemplo, Moderna recibió 2.500 millones de ayudas públicas en Estados Unidos. El departamento de Virología de la Universidad de Helsinki tenía lista esta vacuna, a la que se conocía como el "linux de las vacunas" ¡desde mayo de 2020! Según su director, Kalle Saksela, hace muchos meses que podrían haber inoculado a toda la población de Finlandia y haber comenzado a exportarla. Según los autores del artículo, Ilari Kaila y Joona-Hermanni Mäkinen, "la vacuna finlandesa constituye un ejemplo impactante de las muchas formas en que el modelo contemporáneo de financiación basado en patentes ha ralentizado el desarrollo de vacunas y el modo en que actualmente obstaculiza la posibilidad de llevar a cabo eficaces campañas de inoculación masiva".

India y Sudáfrica solicitaron a finales de 2020 que se levantaran las patentes, pero la propuesta quedó bloqueada por los socios donde se desarrollan las vacunas como la UE, Reino Unido, Suiza o EE UU. Ahora Joe Biden ha hecho la misma propuesta y, aunque el Gobierno español de Sánchez la ha aplaudido con entusiasmo, en Europa ha sido "acogida con frialdad".

Seis meses después, respecto a la India, hace unos días que la escritora Arundhati Roy, no se mordía  los labios para calificar la tragedia de "crimen contra la Humanidad". Millares de muertos y nuevas cepas que causarán aún más muertos en todo el mundo. Hablar de patentes durante una pandemia es hablar de una comercialización de vidas humanas que juega a la ruleta de un genocidio potencial.

O sea, en cierto sentido, parece que está muy difundido un tipo de negacionismo en el que no se repara lo suficiente. No se parece al de los terraplanistas, ni a los que afirman que el virus es una coartada para que George Soros se salga con la suya. Se parece más bien a los que todavía niegan el Holocausto. Es el negacionismo de los que se niegan a ver que las patentes en este momento histórico son un crimen contra la Humanidad que están perpetrando las farmacéuticas en connivencia con los gobiernos. Son los negacionistas de lo que en otro artículo llamé el  "coronocapitalismo".

Porque, en efecto, todas estas suertes de negacionismos hunden sus raíces en uno muy profundo que se comenzó a imponer hace algunas décadas, coincidiendo con la revolución neoliberal. Me refiero a los que niegan, pura y simplemente, que exista el capitalismo. En realidad, hace tiempo que llevan ganando la partida del sentido común y de los medios de comunicación. El capitalismo ya no existe y, en realidad, nunca existió. Fueron los marxistas y las internacionales comunistas las que se empeñaron en eso de que el capitalismo era, como ellos decían, un "modo de producción" entre otros posibles. Hoy se tiende a pensar más bien que eso que llamaron "capitalismo" no era, en verdad, más que la economía, la economía sin más. La economía en una de sus fases de desarrollo inevitables y naturales.

Es decir, desde que el homo economicus se enfrentó a la tarea de producir con recursos escasos, ya desde la prehistoria, se comenzó a desarrollar eso que se llamó "capitalismo". Esto, hace cincuenta años habría sido considerado un disparate y denunciado por decenas de miles de científicos e intelectuales marxistas y no marxistas. Pero actualmente se tiende a pensar así: el capitalismo fue un invento de los comunistas. Pretender suprimir el capitalismo es como pretender suprimir la economía, así de disparatada suena hoy en día la cosa.

Y sin embargo, sin necesidad de hablar de "capitalismo", el que fuera quizás el economista más influyente del siglo XX, John Maynard Keynes, decía en 1930 cosas que hoy sonarían de lo más extrañas. En una conferencia que dio en Madrid, titulada Las posibilidades económicas de nuestros nietos, Keynes se preguntaba qué sería del mundo económico cien años después, es decir, cómo iría la cosa precisamente en estas fechas que nos han tocado vivir. Y Keynes se mostraba de lo más esperanzador y, mira por dónde, porque la economía, según él, había contraído una "enfermedad" que presagiaba un futuro prometedor: el paro y la sobreproducción.

Al contrario que el coronavirus, esta enfermedad anunciaba lo mejor: ¡nada más y nada menos que la humanidad se había librado ya de la economía! Ha quedado ya demostrado, nos dice, "que el problema económico no es el problema permanente del género humano". Así de claro: ya no hay que administrar recursos escasos porque ya no son escasos. Las sucesivas revoluciones industriales han descubierto la vacuna contra la enfermedad económica que hasta el momento ha definido al ser humano: la escasez.

Keynes no tiene la menor duda: allá por el año 2020, los seres humanos habrán reducido la jornada laboral a "quince horas a la semana en turnos de tres horas al día" y, aún así, seguirán sobrando mercancías: "tres horas al día es suficiente para satisfacer al viejo Adán que hay dentro de nosotros". En todo caso, una vez que ya nos hemos librado (¡en 1930!) del problema económico, de la asfixiante lucha por la supervivencia, habrá que optar por el aburrimiento o por el reino de la libertad. Esto le preocupa mucho al gran genio de la Economía, como si se hubiera caído de un guindo. Pero piensa que todo irá bien si confiamos en los economistas, que en adelante serán meros técnicos, un poco como "los odontólogos".

Como todo el mundo sabe, los odontólogos en cuestión acabaron siendo Milton Friedman y sus  Chicago boys, quienes, como resumió Eduardo Galeano, se dedicaron a predicar que para dar libertad al dinero, merecía la pena incluso encarcelar a la gente (y torturarla y desaparecerla). El triunfo del neoliberalismo ha sido espectacular.

¿Quiere decir esto que Keynes se equivocaba y que el "problema económico" tenía aún mucha vida por delante? Yo pienso que no. Podríamos vivir (cada vez estamos más cerca de ello) en una sociedad altamente robotizada al mismo tiempo que atiborrada de mercancías y la jornada laboral seguiría siendo excesiva al mismo tiempo que el paro seguiría siendo inevitable. Porque no es un problema económico. En esto sí se equivocaba Keynes. Es un problema capitalista. El capitalismo es incompatible con una repartición del trabajo y una reducción de la jornada laboral, por razones que Marx y los marxistas expusieron hasta la saciedad. Keynes tenía razón en que la economía ya no era un problema y los marxistas tenían razón en que el problema no era la economía, sino el capitalismo.

Así pues, parece que nos hemos librado de la economía sin librarnos del capitalismo. Ya no existe el problema de administrar recursos escasos, ya no hay problema económico. Pero el resultado es un jarro de agua fría. El capitalismo sigue más robusto que nunca. Y lo que tendría que ser la mejor de las noticias para la Humanidad, se transforma así en un crimen contra ella. Aunque el negacionismo económico se vuelva de espaldas, cerrando los ojos ante la evidencia.

La economía capitalista tiene razones que la razón no conoce. Incluso un genocidio puede ser razonable económicamente, aunque sea, desde un punto de vista humano, un crimen contra la humanidad. La existencia de las patentes en una crisis humanitaria terrible como la que enfrentamos, es un ejemplo más de todo ello. Que nos neguemos a verlo, me parece el más peligroso de los negacionismos.

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