En bicicleta por Pekín

Las medallas perdidas por China

Aunque los Juegos hayan sido un rotundo éxito, también han sacado a relucir algunos de los principales problemas que tiene este país. Las Olimpiadas han sido un duro examen para el Gobierno chino, que ha visto como algunas de sus manías y miserias han sido puestas sobre la mesa.

El más importante de todos, por repercusión mediática y por su difícil solución, ha sido la integración de las minorías del Estado. Los incidentes en marzo en Tibet y los atentados en Xinjiang (21 personas muertas entre el 4 y el 12 de agosto) han mostrado que muchos no se sienten cómodos con el desarrollo impuesto desde Pekín. Aunque la situación económica en estas Regiones Autónomas ha mejorado espectacularmente y tibetanos y uigures gozan de algunos privilegios (exención de la política del hijo único, preferencia para entrar en las universidades, prioridad en algunos trabajos...) China sigue teniendo un problema. El actual modelo de Gobierno chino no parece tener una solución para estas dos provincias con fuerte sentimiento nacionalista y las Olimpiadas no han ayudado a mejorar su situación (persecución de disidentes, torturas, falta de libertad de expresión...)

Los Juegos Olímpicos tampoco han servido para modificar la situación general de los derechos humanos y libertades en China. Según Amnistía Internacional, los Juegos Olímpicos han empeorado la situación en los últimos meses. Con toda su repercusión mediática, Pekín ha querido dar buena imagen y ha añadido más presión a los que han intentado alzar la voz más de la cuenta (desalojados, periodistas, disidentes...). Durante los Juegos, algunos de los que se acercaron a los parques protesta para solicitar una manifestación fueron detenidos (como Wu Dianyuan y Wang Xiuying, de 79 y 77 años, que han sido condenados a un año de reeducación). Internet siguió censurado. Varios periodistas extranjeros fueron intimidados y sus equipos destrozados. La evolución del país en los últimos 30 años apunta a una mejora paulatina de las libertades; las Olimpiadas (al menos a corto plazo) no han tenido ningún efecto revolucionario.

El Gobierno ha ejercido un control absoluto sobre la organización de estos juegos, casi obsesivo. Se pretendía obtener unos Juegos de ensueño y para eso no se quiso dejar nada al azar. Este control (más complicaciones a la hora de obtener visados, expulsión de mendigos, cierre de puestos callejeros y mercados –ha pasado en otras Olimpiadas-, normas de civilización, expulsión de inmigrantes de otras provincias...) ha dado una sensación de la ciudad un tanto artificial, un ambiente en el que tal vez ha faltado la improvisación, la naturalidad y el carácter del Pekín diario.

Otro tema sobre el que habrá que reflexionar es la contaminación. Después de dos semanas de cielo azul y aire aceptable, ¿cómo volver al antiguo y gris Pekín? Los Juegos también han sacado a relucir los problemas de las grandes ciudades chinas, con una urbanización acelerada y la construcción de urbes casi de la nada (desalojos forzados, destrucción del patrimonio histórico, tráfico caótico...) Otro tema que Pekín y el norte de China tendrán que cuidar en los próximos años será la sequía y la falta de agua. Parte del agua de otras provincias cercanas a Pekín fue desviada para asegurar el abastecimiento de la capital durante los Juegos. China tendrá que hacer frente a todos estos retos.

Estos son sólo algunas de las medallas que China ha perdido y que tendrá que comenzar a ganar en los próximos años. Son retos inmensos, gigantes, en un país con 1.300 millones de habitantes que se encuentra en una transformación sin precedentes. El balance de estos Juegos sin duda será positivo para China, aunque faltan muchos oros por conseguir.

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