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Baile del Arsenal a las dudas

Circulaba una teoría por Inglaterra que sospechaba del nivel real del Arsenal. Este discurso decía que sí, que estaba jugando muy bien, que su fútbol no se podía comparar con el de ningún otro conjunto, pero que aún no se había enfrentado a los grandes. Que no podíamos estar seguros de su potencial hasta que no se midiera a un Chelsea, a un Manchester United o a un Liverpool. Allí habría que ver cómo respondían esos jóvenes talentosos, cuya calidad nadie ponía en duda, pero a los que se les cuestionaba su madurez. Ayer todo el mundo quedó convencido. Perdiendo 1-0 en Anfield, el equipo de Wenger se fue hacia arriba, combinó a la perfección, empató el partido y casi lo ganó. Sólo el palo lo evitó.

Cuando Steven Gerrard colocó su cañonazo por el hueco que dejó la barrera gunner al abrirse, la tarea se presumía complicadísima para el Arsenal. Ya se sabe que si alguna cosa sabe hacer mejor que nadie el equipo de Benítez, esa es preservar un marcador favorable. Se planteaba un reto precioso: ¿sería capaz el conjunto que siempre encuentra espacios de mover el balón ante la tela de araña diseñada por los reds? Y es que Rafa había dispuesto un trivote –Xabi Alonso, Mascherano y Gerrard- modificando su habitual 4-4-2 y convirtiéndolo en un 4-3-3 en el que los extremos ayudaban mucho en defensa. Después del gol inicial, el partido se aceleró y las ocasiones llegaron a ambas porterías a alta velocidad. Podríamos decir que el encuentro estaba equilibrado y que merecía más goles.

Fernando Torres, que había sido duda hasta última hora, no pudo asistir desde el césped al recital gunner de la segunda parte. El Niño había estado muy vigilado por la pareja de centrales del equipo londinense en el primer tiempo y se quedó en el vestuario tras el descanso con molestias físicas. Xabi Alonso, que también reaparecía tras una lesión, siguió el mismo camino unos minutos después. Y entonces Cesc Fàbregas asumió el protagonismo central. El balón poco a poco fue cada vez más del equipo visitante y las ocasiones se sucedieron. Aunque también hay que darle mérito a Manuel Almunia, que con alguna intervención prodigiosa evitó que el Liverpool ampliara la ventaja a la contra. Cuando los méritos para llegar al empate ya eran evidentes, Hleb le puso un balón fantástico en profundidad a Cesc, que llegó desde atrás con fuerza y tocó levemente el esférico para enviarlo a la red en el escaso espacio que había entre el poste y el pie de Reina. El de Arenys, ya crecido, pudo decantar luego el marcador final. Disparó desde fuera del área con efecto y superó a Reina, pero se encontró con el palo. Cuando el árbitro pitó el final se puso las manos en la cabeza y luego sonrió: lamento por la oportunidad perdida, pero satisfacción por el trabajo bien hecho.

El próximo sábado, cita para sibaritas: Arsenal-Manchester United, duelo entre dos colíderes fantásticos.

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