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Kaká, la luz de las grandes noches

Pocos habrían pronosticado en el descanso lo que aconteció en la segunda parte. Hasta ese momento, la final del Mundial de Clubes estaba siendo abierta, equilibrada. Sin un dominador claro, sin un favorito evidente. Pero cuando Nesta acertó tras el rechace de una falta lateral, el Milan mostró todo su poderío y destrozó a Boca Juniors. Con espacios y a la contra, Kaká fulminó cualquier esperanza de los argentinos. El brasileño volvió a ser el mejor del partido, de largo. Como Inzaghi, autor de otro doblete –igual que en Atenas-, el Balón de Oro firmó una actuación extraordinaria en la fecha señalada. Es el estilo de la entidad rossonera en este ciclo de Ancelotti: puede sestear en encuentros de perfil bajo de la Serie A, pero cuando se deciden títulos internacionales en partidos concretos saca lo mejor de sí mismo. Se convierte en una escuadra de alto nivel competitivo, perfectamente conocedora del oficio, casi invencible. Y acabó ganando con enorme autoridad un choque que se presumía igualado.

Sorprendió el técnico italiano con la composición de su defensa: Bonera en el lateral derecho, Maldini en el izquierdo y Kaladze de central. Russo, en cambio, sacó lo que estaba previsto: Battaglia hizo de cinco y Álvaro González se escoró a la derecha. La posición de Banega, con bastante libertad, propició que el partido fuera más alegre de lo esperado, más fluido. La primera aparición de Kaká se convirtió en el 1-0 de Inzaghi, aunque Boca reaccionó pronto y retardó lo inevitable. Increíblemente, Palacio le ganó a toda la zaga milanista un gran centro de Morel. Y se llegó al descanso con unas tablas justas que reflejaban con precisión lo que había sucedido en el campo.

Si el gran mérito de Boca fue empatar pronto para evitar que el Milan jugara cómodo con el marcador a favor, cuando Nesta remató a la red el conjunto argentino no pudo repetir la hazaña. Estuvo cerca: Ibarra chutó al palo desde fuera del área, pero en la jugada siguiente marcó Kaká y acabó con la emoción. Fue un gol muy típico suyo: de conducción en carrera, de cambio de ritmo para marcharse de su marcador. Russo tiró de banquillo y metió a los principales generadores de fútbol que tenía a su lado: Gracián y Ledesma. Poco pudieron hacer, ya que otra contra veloz amplió aún más la diferencia. El tanto que redujo distancias al final se quedó en mera anécdota, aunque habla a favor de Boca, que peleó sin agachar la cabeza. Hubo un par de entradas duras que acabaron con una expulsión por equipo, y al final se desató la euforia en las filas milanistas y la decepción en las xeneizes. Las escenas del post-partido demostraron que ambos equipos se lo habían tomado con enorme interés. No era un partido más: definía al campeón del mundo y desequilibraba la balanza entre los dos conjuntos con más títulos internacionales. Ahora el Milan puede sonreír, como lo hizo Kaká, elegido por la FIFA mejor futbolista del torneo.

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