Planeta Axel

Un mesías que no gana partidos

Llegó con las manos levantadas, sabiéndose admirado. Le llamaban "el Mesías". El sábado supo que su crédito no es ilimitado. Escuchó los primeros abucheos y fue consciente de su condición de simple mortal: también él puede ser el blanco de las críticas. De hecho, ya lo es. Kevin Keegan, el hombre que llegó a Newcastle para devolver al poderoso club norteño a la elite del fútbol inglés, aún no ha ganado un solo partido. Ha empatado dos y ha perdido cinco. A Sam Allardyce, su antecesor, lo echaron porque no lograba meter al equipo en puestos europeos. Ahora el descenso amenaza como una posibilidad real. Sólo está a tres puntos. Y lo peor, claro está, es la dinámica.

En realidad, los pésimos resultados de Keegan no son especialmente sorprendentes. Sus últimas experiencias en los banquillos fueron mediocres. Inglaterra, con él como seleccionador, no superó la primera fase de la Eurocopa 2000. En el Manchester City logró ascender a la Premier con unos números impresionantes, pero una vez en la máxima categoría no logró cumplir con unas expectativas quizá demasiado osadas y navegó mayoritariamente por la zona media de la tabla. Anestesiado por esa falta de excitación, decidió retirarse del fútbol en 2005. Hasta que el Newcastle llamó a la puerta y decidió volver.

Todo tiene su explicación. La euforia inicial de la hinchada de Saint James’ Park y el regreso de Keegan a los banquillos se deben al magnífico recuerdo que había dejado el técnico del Yorkshire en su antigua experiencia en las urracas. Kev llegó en 1992, cuando el equipo se encontraba en la parte baja de la segunda división. Un año y pocos meses después logró el ascenso a la Premier. Más tarde llegaría la primera participación en Europa desde los años setenta. Y en la campaña 95-96 estuvo muy cerca de caer el título de liga. El Newcastle llegó al mes de enero con diez puntos de ventaja sobre el Manchester United, pero acabó cediendo el liderato a falta de dos semanas para el final y terminó en segunda posición. Cuando anunció su dimisión unos meses después, su estatus de héroe local ya era indiscutible en la ciudad del río Tyne.

Pero esta segunda aventura no tiene nada que ver. El mito no está sabiendo reflotar a un equipo deprimido que parece devorado por una presión monumental. El Newcastle posee una de las aficiones más numerosas de la Premier, tiene una gran capacidad económica y firma cada verano a jugadores reconocidos. Sin embargo, los resultados no llegan. El sábado, la derrota ante el Blackburn situó al equipo en una nueva dimensión: la pelea por la permanencia. Aunque habría ganado si Michael Owen hubiera estado más acertado, la contra de Derbyshire en el 90’ asestó un golpe brutal. Justo en el mismo momento, el Reading marcaba en la vecina ciudad de Middlesbrough y dejaba los tres últimos puestos a sólo tres puntos.

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